Automóvil para todos. (Cap.9 de 'El buen pastor').- Nacho
Fecha Friday, 04 June 2004
Tema 010. Testimonios


AUTOMÓVIL PARA TODOS

Cap.9 de 'El buen pastor'
Enviado por Nacho el 4-6-04

Una de las cosas que más cuestan vivir en la obra es el uso del automóvil. Los que fuimos agregados y profesionales durante largos años nos costaba aceptar que cuando llegaba a la convivencia todo el mundo se creía con derecho a usar lo que era tu instrumento de trabajo y de hacer vida de familia con los tuyos. Cuando llegabas a las convivencias o cursos de retiro anuales una de las primeras cosas que te aconsejaban era dejar las llaves en un cajón de dirección previamente establecido. Es, según las voces oficiales, un signo de desprendimiento...

Voy a pasar a contar algunos hechos que me sucedieron durante esos casi treinta y cuatro años que estuve en la obra. En 1973 comencé a trabajar como periodista en una empresa informativa. Mi padre quiso que, puesto que yo me automantenía aunque viviera con ellos en casa, se 'festejara' con el regalo de un automóvil que él quiso que fuera de la misma categoría que el que había regalado a mi hermano. Sin embargo, no pudo ser, porque los directores de la obra se opusieron a tal pretensión y me invitaron a que fuera un poco peor. Al final, después de un tira y afloja que mi progenitor nunca entendió, tuve el anhelado automóvil.

La alegría duró poco tiempo. En el verano de 1974 hice la convivencia anual en un colegio de una empresa relacionada con la obra de Madrid. Seguí los consejos que se me hicieron y deposité las llaves del coche en dirección. A los pocos días de iniciarse la actividad, tuvo lugar un accidente de un agregado de fuera de Madrid que había utilizado mi vehículo para desplazarse a atender a uno de su ciudad en otro sitio cercano. Uno de los que iban en el vehículo tuvo que ser ingresado en un hospital, donde permaneció tres días.

La causa del accidente automovilístico fue que el conductor se había saltado un stop y fue arrollado por otro automóvil. Esto hizo que interviniera la policía, quien dio un parte y, con el tiempo, se celebró un juicio. El causante del accidente, que como digo vivía en otra ciudad española, con una excusa, no asistió. Yo, que no había participado en los hechos, me vi sentado en el banquillo de los acusados. No sabía qué decir. El abogado de la compañía aseguradora se había aprendido el caso momentos antes de entrar a la sala.

Pues bien, el causante del accidente me había avisado unos días antes que no podía venir al juicio. No lo entendí. Una vez se celebró, le condenaron a estar nueve meses sin el carné de conducir. Preferí dejar tiempo para escribirle una carta que expresara mi malestar. Naturalmente que en la obra quisieron leer mi escrito y, después de dos intentos, me la autorizaron. Como no solo leen las cartas en un lado (mi centro), también la leyeron en el otro (el centro del causante). Nadie preguntó por el estado de mi vehículo que, con cinco mil kilómetros, estuvo a punto de ser declarado en siniestro total.

Me decían en el centro de la obra que yo estaba muy apegado al vehículo. De ahí que, siguiendo sus "buenos consejos" --es un decir--, al año siguiente, cuando fue a un colegio mayor de la obra en Sevilla, volví a dejar las llaves en dirección. Mientras tanto, el director del causante del accidente antes reseñado, me dijo en la charla que le había hecho mucho daño con aquella carta mía, que había sido revisada en mi centro. Más claro no lo puedo decir, estaban interviniendo la correspondencia entre los dos.

Para mí, la cruz de Madrid podía prolongarse en Sevilla. Así sucedió. En este caso, el autor del accidente --saltarse una línea continua en una avenida amplia de la ciudad-- fue un numerario pintor en el colegio romano, que presumía de cosas del fundador. Aunque no era de la convivencia, había ido a solicitar un automóvil en el colegio mayor y, claro, se le dio. Al saltarse la línea continua, fue arrollado por otro vehículo. Como no había podido decirme nada de que iba a utilizar el coche, me comunicó que se había puesto nervioso y que, por lo tanto, yo tomara los datos al conductor contrario, con el número de teléfono que le había dado.

Al año siguiente, en 1976, fui a hacer la convivencia anual en un colegio infantil en Málaga, donde nos alojábamos en las aulas. No teníamos armarios ni perchas donde dejar la ropa, que debíamos depositar en unos cajones de unos muebles allí habilitados. Cuando queríamos entrar en los servicios, debíamos atravesar el pomo de la puerta con un papel higiénico que decía "ocupado". Otra vez tuve mala suerte. No fue un accidente ni un choque, sino que el que me utilizó el vehículo me lo dejó sin gasolina y pinchado. El que se desinflaran las ruedas no tenía importancia, pues cerca había una fábrica de ladrillos. Otro día contaré detalles de esta última convivencia. Nunca supe quién fue el que me utilizó el coche y luego lo abandonó sin combustible.

Todas estas circunstancias hicieron que yo me resistiera a dejar las llaves de mi automóvil en dirección. Procuré desde entonces no decir nada sobre las llaves. Alguna vez se enteraron de mi resistencia a depositarlas. Me hicieron desde entonces varias correcciones fraternas y me invitaron a estar desprendido de aquel instrumento de trabajo. Aseguraban que el vehículo no era mío sino de la obra, que me lo prestaba, y que, por lo tanto, olvidara esos pensamientos. Otro día le dejé el vehículo al director de mi centro. El resultado fue que llegó una multa por aparcar mal y nunca la abonó. Otra vez volvió a tener resistencia a dejar el carro, que dirían en América.

Dos años antes de abandonar la obra, planteé por escrito la necesidad de cambiar de automóvil, pues llevaba once años con el mismo y ya empezaba a estar viejo. Todos los coches anteriores habían sido adquiridos con dinero de mis padres. Por ello, ahora propuse que la obra me pagara al contado el coche. Tardaron mes y medio en dar una respuesta. Al final, un día que teníamos el retiro mensual en una residencia de numerarios de Madrid, aún existiendo el silencio, me llamó el secretario del centro mío y me dio la respuesta: tenía que pedir dinero prestado a un banco, pues "la obra es pobre".

Aquello hizo que por dentro me rebelara. Decidí no hacer el retiro mensual. Me fui inmediatamente del lugar del retiro. Llegué a casa. Mi madre me preguntó qué me pasaba, pues había vuelto enseguida. Estuve toda la tarde pensando. Llamé al director de agregados de la delegación de Madrid Oeste y le expliqué el caso. Al final, para no humillar, opté por solicitar la mitad del dinero del precio del automóvil. En veinticuatro horas disponía yo de esa cantidad. Y eso que la obra era pobre. El resto lo pagué de los ahorros de mis padres.

¡Qué curioso! Me pedían que estuviera desprendido de las cosas y viviera la pobreza. Ellos no eran capaces de entregar la mitad del precio íntegro de un coche. Si esa es la generosidad que se pide a los de la obra, me río yo. Piden a los demás lo que ellos no viven. Quieren vivir lo que puedo denominar el "automóvil para todos" sin pagar ellos nada. Y si ocurre algo, págalo tú, que "el automóvil" es de la obra, que te lo presta.





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