Las cartas y el derecho a la intimidad.- Guttemberg
Fecha Wednesday, 02 June 2004
Tema 070. Costumbres y Praxis


Las cartas y el derecho a la intimidad.

Leyendo el relato de Macodsa, "Necesito saber la verdad", publicado el lunes 31 mayo, se me han venido a la cabeza dos 'anérdotas' (que diría Satur) que me sucedieron al poco de ingresar en el Centro de Estudios.

El año anterior a mi incorporación al Centro de Estudios ya viví como "adscridente" (es decir, adscrito-residente), en un centro de una conocidad ciudad universitaria española, cercana a mi ciudad natal. A esa ciudad llegábamos gran parte de los que un año antes habíamos compartido aulas en el único Instituto de Bachillerato que por entonces existía en la ciudad. Por tanto nos reuníamos y nos veíamos con frecuencia casi todos.

Bien, pues llegó el momento de marchar al Centro de Estudios (CdE) una vez terminado mi primer curso de la carrera, previo paso por el semestre que se hacía en un colegio de esos de Fermento (de los que Satur ya nos ha hablado) todos allí apretujados e incómodos, etc... Pues nada, allí transcurrieron los días, y en estas que en un rato libre (de los que se tienen muy poquitos), me llaman al orden el director y el cura del CdE y me invitan a que leyera una carta con letra de chica (que yo reconocí al instante) y que les dijera qué impresión me había causado. La verdad que la carta no me causó mucha impresión (algún día desvelaré algo sobre su contenido, algo fuerte, la verdad, y contaré la historia de esta chica), pero lo que sí me dolió es que esos dos mostrencos la leyeran de cabo a rabo y la usaran como arma arrojadiza contra mí (que si qué hago yo tonteando con chicas, que quien era esa, que si me había acostado con ella, que las tías no merecen la pena, que me olvidara de ella, que no se me ocurriera escribirla, y que rompiera la carta...). La verdad es que lo pasé mal, porque esa chica era una gran amiga mía desde hacía varios años. El caso es que desde entonces no dejaron de marearme durante los dos años del CdE con esa historia, y alguna más que no viene al caso.

Una vez que acabó el semestre y ya instalados en la sede del CdE (que para mi más que sede se convertiría posteriormente en una cárcel auténtica) una vez más el director me llama y me enseña un sobre de estos acolchados en los que se envían libros, disquettes, etc... y su contenido. Un disquette y una carta. La carta de uno de esos amigos (posiblemente de los mejores que tengo en la actualidad) de mi ciudad de origen con los que más relación tuve el año anterior a mi incorporación al CdE. El disquette era un programa de ordenador que le había pedido a este chico. Este buen hombre, muy simpático y con la picardía y la sorna normal de un tipo de 19 años me escribía en la carta que qué tal me iba en mi nueva ciudad y que si ya había vuelto locas a todas la pibitas que allí habitaban, que seguro que había revolucionado al personal femenino, etc..., siempre en un tono jocoso y nada burdo, ofensivo o fuera de lugar. Este chico no está bautizado y del opus sabe lo que yo le he contado. Es un tipo estupendo, al que tengo el cariño de un hermano. Pues el director en una clara demostración de aquí estoy yo para juzgar a vivos y muertos, aunque no los conozca de nada, me dice que como me carteo con estos amigotes, que tengo que seleccionar más al personal, que este tío era un maleducado que no se entera de nada, que era un frívolo, que con que clase de gente me juntaba cuando iba a casa de mis padres,.... Le puso a caer de un burro.

Si en el primer caso me callé agaché la cabeza y no repliqué, aquí no me pude callar (creo que desde este momento el capullo de director me la tuvo jurada durante dos años) y le dije que era uno de mis mejores amigos, le conté varias cosas suyas, etc.. y el tío erre que erre me dijo que tipos así no merecen la pena.

Bien, no le hice ni p... caso, gracias a Dios, y seguí manteniendo mi amistad con él (de este chico tengo un peasssoo anéldota que vais a flipar todos cuando la cuente otro día).

El caso es que le dije al director que me jod.. mucho que me leyeran las cartas y que encima criticaran a quien escribe sin conocerle, etc.. Ahí queda eso, tampoco a mi me hicieron mucho caso, pero a mi madre sí, ya que cuando se enteró de que me leían las cartas, tanto las que yo les enviaba, como las que recibía, un día dejó constancia al director de que las cosas que me escribían mi padre y ella eran sólo asunto nuestro y que no las volvieran a leer ni a abrir. La bronca me cayó como era de esperar por contarles esas cosas que "desasosiegan la paz interior de nuestros padres y que como tal van contra el dulcísimo precepto del decálogo", etc.., eso sí, no volvieron a abrirme ni una ni yo tampoco tuve que dejar las cartas que les escribía a mis padres en la bandeja del correspondiente director de grupo para que él las echara al correo tras leerlas. Supongo que muchas que creí enviar a mis amigos no llegaron nunca, aunque me cuidase de ser políticamente correcto (viva una vez más la espontaneidad con los amigos y demás familia).

Pues todo esto al hilo de tu escrito, Macodsa, para que veas que es cierto eso de que te leen las cartas, y no sólo las que recibes sino también las que envías, por lo que alguna directora (más digna de Radio Patio, que de un centro del opus) sabrá de ti más que tu propia madre. A mí me dejaron de leer las cartas una vez salí del CdE, si bien, antes de dármelas el director del centro de turno revisaba los remites por si las moscas. O sea, que libertad, pero a medias.

Al hilo de todo esto, y antes de concluir con el relato, daré la definición que de "numerario" realizó un ídem que hizo conmigo el Centro de Estudios y que, según mis últimas noticias es director de un centro de San Rafael: "Un numerario es aquella persona que no tiene Derechos Fundamentales". Y no le faltaba razón al bendito que por aquel entonces era bastante ingenuo a sus 18 añitos.

Espero no haberos cansado y que os hayan sido de utilidad las 'anéldotas'.

Un beso a todas y un abrazo a todos.

Guttemberg







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