Mi vida: Otra historia que tampoco valió la pena (9).- No_valio_la_pena
Fecha Monday, 04 July 2011
Tema 020. Irse de la Obra


MI VIDA: OTRA HISTORIA QUE TAMPOCO VALIO LA PENA (9)

Toda la serie completa
También en formato PDF
  

A los dos días de empezar a tomarme las pastillas, le dije al médico que por las mañanas estaba teniendo náuseas. Me contestó: no hay problema, te daré otras. Y me cambió las de la mañana.

En esos días tuve muchas conversaciones con el director que ya comenté. Hablamos de muchos temas, pero en el 90% de las conversaciones el tema era yo, no mi región ni mucho menos la obra. De los temas de mi carta hablamos muy por encima y sólo una vez, se notaba que quería cumplir con el “hemos hablado de este asunto” y ya está. No había alternativa. Pasé del “tenemos un problema” (yo y la obra, identificados como una misma cosa) a un “tengo un problema” (estoy obsesionado, enfermo)...



Sin embargo, a medida que pasaban los días, tampoco me importaba tanto hablar de esas cuestiones de fondo. ¿Por qué? Porque yo también estaba cambiando: las pastillas lógicamente iban haciendo su efecto (con razón el médico y ese director me iban preguntando si las estaba tomando, para asegurarse de que iban haciendo su trabajo) y además, tantas conversaciones en la línea de “no ser tozudo”, “escuchar”, “distanciarse de los problemas”, “hacer planes de descanso”, iban convenciéndome de que el problema era yo, no la obra o algunas personas de la obra.

Por otro lado, los detalles de cariño que tenían conmigo serían sólo comparables a los que se tienen con un tipo buenísimo que está a punto de pedir la admisión en un país muy difícil: sonrisas, gestos amables, los mejores sitios, comer con los directores del consejo, estar en la tertulia con el padre, ir al oratorio del centro del consejo, irse de excursión, pasear, tomarse un helado, etc. Los directores del consejo, que saben latín y griego, estaban enterados de que había ido unos días a Roma “para descansar” y eso en su lenguage significaba “volcarse en mil detalles de cariño”. Y eso es lo que hacían.

Así que en esos diez días el plan estaba muy claro:

1. No hablar de nada relacionado con la obra (o lo mínimo posible si no hay alternativa).
2. Transmitir a los de su región que el problema es suyo, nada que ver con la región o la obra.
3. Convencerle de que es él quien tiene que cambiar. Como parece que lucha y cumple todo lo previsto y es fiel, entonces será que tiene que descansar, tomar distancia de los asuntos de gobierno, PENSAR MENOS. Para ayudarle necesitará medicación, así nos aseguraremos de que de verdad “descansa” y “piensa menos”.
4. Hay que darle cariño: que sienta que la obra es de verdad su familia, de modo que nunca más se plantee la posibilidad de marcharse si las cosas no son como deberían ser. Hay que volcarse con él estos días.

Para mí, este planteamiento que ahora me parece muy evidente, entonces no podía verlo. Tenía demasiados sentimientos contradictorios. Con lo bien que me cuidan... ¿cómo voy a pensar que de verdad no nos queremos unos a otros? Con tanta gente que conozco que ha caído enferma, ¿por qué tengo que pensar que yo estoy bien? ¡Me lo dicen un médico y un director del consejo con muchos años de experiencia!

En fin, esto no es todo. Una parte importante del plan eran las conversaciones que ese director iba a tener conmigo. Él tenía mucha experiencia sobre cómo afrontar ese tipo de conversaciones; yo no. Pero tampoco la necesitaba. Mi conciencia era mi mejor arma :-) . Si mi conciencia estaba bien formada (o al menos eso parecía) y yo quería hacer la voluntad de Dios, no tenía nada que temer. Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte, ¿verdad? ;-)

Voy a poner algunos ejemplos de cosas que se me dijeron en esas conversaciones. Evidentemente, el que hablaba dejó pasar unos días, esperando que las pastillas y el cariño externo fueron haciendo efecto, antes de entrar con toda la artillería pesada. Me iba llevando como por un plano inclinado. Y en ocasiones, desde mi punto de vista, se pasó. Creo que, dispuesto a hacer lo que fuera por no perderme, a veces “jugó sucio”.

Bueno, aquí van algunos ejemplos de lo que me dijo, para que os hagáis una idea.

A los pocos días de llegar, a mitad de una conversación, me suelta: ¿Tú te has acusado en la confesión de estas cosas? Puse cara de póker total. ¿¿¿De estas cosas??? (decían mis ojos abiertos como platos). Sí, siguió: de haber manoseado la vocación (recordad que el primer día acabamos con su frase lapidaria: “lo más importante de esta conversación es que el tema de la vocación no se toca”). Yo seguía callado. Seguía callado porque mi conciencia en ningún momento me dijo que estuviera haciendo algo mal. Yo quería hacer la voluntad de Dios y pensaba que Dios me pedía decir que había cosas que estaban mal y si no había interés en cambiarlas, por ser suficientemente importantes, tenía que plantearme si podía seguir encontrando a Dios ahí, si podía seguir pensando que Dios estaba ahí.

Al no haber ninguna respuesta por mi parte (yo seguía desconcertado), concluyó que sería bueno que me confesara de eso. Lógicamente, confesarme de eso, significaría, en el futuro, asociar cualquier duda -por lógica que fuera- sobre la obra con un pecado. Y se aseguraría de que no volvería a hacerlo.

Yo le creí, una vez más (qué ingenuidad la mía, por Dios) y fui a confesarme. Busqué a un sacerdote que pudiera comprenderme. Era de mi tierra, lo cual facilitaría las cosas. Llevaba años trabajando en dirección espiritual (se habría leído cientos de casos de conciencia, digo yo) y me conocía muy bien por haberme confesado con él muchísimas veces. Fui a su habitación, le pregunté si podría confesarme y le dije: bueno, hablando con fulanito, me ha dicho que debería confesarme de haber manoseado la vocación, pero la verdad, no creo que haya hecho nada malo. No sé qué decir. Pregunta lo que quieras. Te puedo contar un poco por qué estoy en Roma. ¿Sabéis qué me preguntó el sacerdote? Ja, ja, ja... Cuando lo pienso me da risa y lástima a la vez, pero sé que lo hacía con toda la buena intención del mundo, así que prefiero reírme. Me dijo: ¿Hay alguna chica? Estuve a punto de decir: (con perdón) ¡joder, lo que faltaba! (tengo que decir que el director que hablaba conmigo nunca me preguntó sobre ninguna chica, porque me conocía bien: sabía que si un día empezaba a enamorarme de alguien, pediría inmediatamente que me trasladaran a otro país). Total, le contesté al sacerdote: no, no hay ninguna chica. Y añadí: creo que no hay ninguna. ¿Por qué dije “creo que” cuándo sabía que no había ninguna? Porque en ese momento, ya no sabía si de verdad las cosas eran como yo las veía o como las veían los demás. Oí tantas veces lo de escuchar y no ser tozudo, etc. que ya hasta ponía en duda lo más evidente. En fin, me confesé, hablamos un rato y poco más.

Otro ejemplo: de repente, charlando sobre cosas diversas relacionadas con fidelidad a la vocación, con un tonillo entre humillante y despectivo, me soltó un: ¿qué vas a hacer por ahí? Me estaba diciendo que sin “ellos” no era nadie. Con ellos, era alguien importante. Y él se aprovechaba de eso. Sabía que sólo había trabajado en tareas internas, que mi formación había sido toda “en la obra y para la obra”, que ya no tenía veinte años (aunque soy joven ;-), que estaba en otro país, que mi familia y casi todas mis amistades tenían conexiones con la obra y que marcharme significaría irme como un traidor, empezar de cero y, seguramente, pasarlo muy muy mal. Así que jugó con eso y a mí, me pareció muy sucio. Si estaba en la obra no era por lo que la obra pudiera “proporcionarme” (imagen, poder, prestigio, amigos, posición, etc.). Eso, gracias a Dios, lo tenía muy claro. Lo “externo” me importaba muy poco. Y por otro lado: ¿realmente ese director confiaba en mí? ¿En mis capacidades, en mi talento? ¿Cómo podía confiar en mí si en el fondo pensaba que “ qué podría hacer por ahí” si no estaba en la obra?

Otra: uno de los primeros, no recuerdo a cuento de qué, dije algo que no le gustó y me soltó un: “bueno, si estás así, mejor que no vuelvas a tu región”. El mensaje estaba muy claro: si quieres volver, haz lo que te decimos. Si no, te quedarás en Roma o te mandaremos de vuelta a España. Siempre en la línea de la libertad y la confianza en la gente, claro. Yo me callé. Y seguía sin entender qué tenía que ver mi crisis con estar en Roma o en otro sitio. Supongo que en su mente, estar en Roma significaría tenerme mucho más controlado, sabrían cómo manejarme.

La última. En otro momento me dijo: tu segunda carta sólo la hemos leído el Padre y yo. Y añadió un gesto como de “te has pasado mucho con lo que dices”. Pero lo más importante es el contexto en el que lo dijo. El contexto era el de dejarme ayudar, de ir a ver al director de mi tesis (era un guiño hacia mi posible futura ordenación, porque para ordenarme tenía que avanzar en mis estudios y esos días quiso que fuera a verle y dedicara más tiempo a la tesis cuando volviera a mi país). El mensaje, de nuevo, era muy claro para mí (tal vez algunos de vosotros no lo adivinéis porque he omitido algunas cosas): tú te olvidas de lo que has dicho, tomas las pastillas, haces lo que te decimos y nosotros nos olvidamos de tu carta. Tu expediente no se verá “manchado” por este episodio. Sólo el Padre y yo lo sabemos. Tú confías en mí y yo confiaré en ti. Tú vuelves a ser el niño obediente que no pregunta, estudias en la tesina y luego te ordenas y seguramente, más adelante, vuelves a estar en la comisión. Sí, eso es lo que entendí y a mí, sinceramente, los cargos me importaban muy poco. Nunca los pedí y de hecho fui yo quien insistió en que me los quitaran. No había llegado a la obra para que me pusieran medallas, así que por mí, la carta podía mostrársela o dársela a quien le diera la gana. Y las medallas y los premios también. Yo entré allí por motivos sobrenaturales y si me iba, me iría por los mismos motivos.

Pero en fin, seamos positivos, había algo en lo que sí estábamos de acuerdo los dos: nos hemos equivocado (dijo una vez, refiriéndose al haberme nombrado para ese cargo en la comisión). Sí, pensé yo, si creíais que cerraría los ojos ante cosas que están mal, os habéis equivocado de persona.

Esos días también pude hablar un poco con el padre. Continuará.

Ir al primer capítulo

<<AnteriorSiguiente>>







Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=18138