Mi vida: otra historia que tampoco valió la pena (8).- No_valio_la_pena
Fecha Friday, 01 July 2011
Tema 020. Irse de la Obra


MI VIDA: OTRA HISTORIA QUE TAMPOCO VALIO LA PENA (8)

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Antes de contar mi revisión médica en villa tevere me gustaría narrar algo que me pareció muy importante.

Unas horas antes de dejar mi país para volar a Roma, alguien me comunicó (seguramente no debería habérmelo dicho, pero... no se puede controlar todo :-) que un sacerdote de Roma iba a visitar nuestra región en los próximos días. Me dijo el nombre -porque yo le conocía muy bien: vivimos cuatro años juntos en villa tevere, en la misma planta- y también que no coincidiría con él allí, porque él llegaría cuando yo ya estaría en Roma y regresaría a Roma antes de que yo volviera. ¡Qué casualidad! ¿Verdad?

En realidad, desde mi ingenuidad, me alegré de que visitara nuestra región. Pensé: ¡qué bien! Es lógico. Quieren escuchar las dos versiones, las dos campanas: la mía y la del resto (especialmente la del vicario regional, supongo). Me pareció un planteamiento muy justo. También, porque ya dije que yo estaba abierto para hablar y rectificar en lo que hiciera falta, así que cuanto más objetivo fuera el estudio, mejor...



Sin embargo, hubo algo que me llamó la atención. Cuando llegué a Villa Tevere, me crucé un par de veces con ese sacerdote y no me dijo nada de que al día siguiente se estaba yendo a visitar mi región. Me pareció extraño. Nos conocíamos muy bien y lo lógico hubiera sido decirme: bueno, mañana voy para allí, ¿necesitas alguna cosa? ¿algún consejo sobre cómo llegar a la sede de la comisión? No sé, algo. Aunque fuera sólo un comentario.

Así que, ni corto ni perezoso, decidí ir a preguntarle. Me fui a su habitación y le dije directamente: “bueno, me he enterado de que mañana vas a mi región”. Se quedó un poco sorprendido y me contestó: “bueno, la verdad es que no te dije nada porque no sabía si lo sabías; no sabía si ese director (el que hablaba conmigo) te lo había dicho”. Le dije: no, ese director no me lo ha dicho, pero ya lo sabía ;-) (en ocasiones el manejo de información en esa peña se queda a años luz de las películas de la kgb... sencillos como palomas vamos...). Así que, ya que no parecía muy dispuesto a soltar prenda, le volví a preguntar: entonces, ¿qué vas a hacer allí? Me contestó: "voy a animar un poco el ambiente."

Esa respuesta me mató. Yo pensaba que él iba allí para hablar de los temas que yo escribí, para escuchar la otra versión de los hechos y sin embargo iba simplemente "a animar". Allí entendí mejor qué era lo que estaba pasando.

Le dije: no creo que sea tan sencillo como "ir a animar". ¿Has leído mis cartas? Me contestó: he leído una carta. Evidentemente leyó sólo la primera (luego añadiré otro dato que confirma esto), que era la más "light". Sé que a algunos de vosotros, amigos lectores, os parecerá mal que haya leído mi carta (si ésta iba dirigida al padre), pero a mí sinceramente me daba igual. Primero, porque sé cómo funcionan las cosas ahí dentro, así que es mejor entregarla abierta y dársela al vicario regional para que la lea directamente (como hice yo) y segundo, porque no me arrepiento de nada de lo que escribí, por eso veía con buenos ojos que la leyeran quienes tuvieran que hacerlo. Sin embargo, tengo que decir que me parece muy mal que le den sólo la mitad de la información, porque eso es injusto: si lo lees, lo lees todo. Si no, no lo leas.

En fin, yo le comenté que no era tan sencillo como un "ir a animar". Y me contestó señalando las nubes que se divisaban desde su ventana "e pure lì dietro c''è il sole" (e incluso ahí detrás -de esas nubes grises- también está el sol). Me estaba diciendo, lógicamente, que era demasiado pesimista y que no veía las cosas desde su justa perspectiva.

Total, le animé a que leyera mi segunda carta, cosa que doy por seguro que no hizo, le deseé un muy buen viajé y volví a mi habitación.

En ese momento, me di cuenta de que su misión era simplemente animar, calmar al vicario regional y al resto de directores. Ir allí para decirles a todos que las cosas se estaban haciendo bien, que las vocaciones llegarían, que el padre se apoyaba mucho en ellos y que yo estaba un poco cansado, que dejaría los cargos que tenía, que estaría mejor, que no se preocuparan, que olvidaran lo que hubiera dicho... En fin, asegurarse de que ni el vicario regional ni los demás se vieran afectados (tal vez empezaran a pensar más de la cuenta) por lo que yo había escrito.

Dicho esto, sigo con la revisión médica.

El médico, como ya dije, es un sacerdote. Es el médico del colegio romano y también oficial del consejo general. Antes de ordenarse trabajó como médico. Le conozco muy muy bien y le considero una buena persona.

Llegué allí y antes de empezar con la exploración habitual, me hizo bastantes preguntas. Curiosamente, del tipo: ¿estás cansado? ¿duermes bien? ¿das muchas vueltas a las cosas? Claro, hay que ser muy muy ingenuo, todavía más ingenuo que yo (que ya es mucho) para no darse cuenta de que QUIZÁS el director que me dijo que fuera a verle le transmitió un POSIBLE diagnóstico (da la casualidad de que el jefe directo de ese sacerdote-médico es el director que me pidió que fuera a verle ;-). Así que después de varias preguntas en la misma línea, le dije directamente: fulanito (para quien tu trabajas) dice que estoy obsesionado. Me contestó: bueno, entonces, esto tenemos que tratarlo.

Y empezó un discursillo muy bonito sobre que "hay que aprender a distanciarse de los problemas", "hay que saber descansar", "dar a las cosas una importancia relativa". Me dijo: es normal que las cosas nos afecten, especialmente las de la obra y de nuestros hermanos porque son nuestra vida, pero hay que saber distanciarse también. Le dije que sí, que no se preocupara que ya dije que no quería ningún cargo y que habíamos quedado en que me los quitarían.

Así que, después de su discursillo, me dijo que me iría bien tomar algo que me ayudara. "Tómate estas pastillas, una por la mañana y otra por la noche". "Empieza a tomártelas hoy mismo y así vamos viendo qué tal, de modo que cuando vuelvas a tu región nos aseguramos de que van bien". "No hagas mucho caso de lo que pone en el prospecto, simplemente tómate una por la mañana y otra por la noche, y ya está".

Me hizo varios exámenes más y me fui a mi habitación. Dejé las pastillas en la mesa y antes de irme al comedor, abrí la primera caja y engullí la primera pastilla sin leer el prospecto ("el que obedece nunca se equivoca", me dije, repitiendo algo que había oído cientos de veces).

Continuará.

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