Mi vida: Otra historia que tampoco valió la pena (VI).- No_valio_la_pena
Fecha Monday, 27 June 2011
Tema 020. Irse de la Obra


MI VIDA: OTRA HISTORIA QUE TAMPOCO VALIO LA PENA (VI)

Toda la serie completa
También en formato PDF
 

Preparé mi maleta y me fui al aeropuerto al día siguiente.

Antes de seguir, me gustaría aclarar algo importante. Todos los que hemos pasado por crisis, sabemos que hay momentos de luz y de oscuridad. Y yo también los tuve.

Por ejemplo, después de mi segunda carta, en la que me declaraba en crisis, tuve un período en el que pensé que no debería haber dicho lo que estaba diciendo. Que debería haber rechazado eso como una tentación. Que no debería plantearme ningún tema de fondo relacionado con la obra. Y de algún modo lo dije, dije que me sentía mejor, que la crisis pasó (aunque de alguna manera seguía dentro de mí), que estaba luchando por rechazar esa tentación. Así que cuando llegué a Roma, ya sabían que, aunque había escrito lo que había escrito, venía con ganas de perseverar pasara lo que pasara. Mi vocación seguía ahí, intocable, como siempre...



Creo que es interesante aclarar esto porque cuando uno está en crisis, hay momentos de todo: en ocasiones uno piensa que avanza pero no, o viceversa. La crisis suele ser un proceso no lineal. Y eso desconcierta todavía más al interesado.

En fin, me subí al avión. Y algo cambió en ese vuelo.

Yo iba a Roma con muchas ganas. En parte, cómo no, para aclarar todo lo que estaba pasando con mi vida. Necesitaba una explicación. Necesitaba saber si el problema, por decirlo en pocas palabras, era de mi región o de la obra (no creo que fuera mío, personal, como ya dije anteriormente). Para eso iba allí, para hablar y ver cómo encajar ese rompecabezas. Por otro lado, iba con mucha ilusión, pues iba a ver al padre y a tantas personas queridas de villa tevere y de Roma. Iban a ser, tenían que ser, unos días estupendos.

Además, como mis últimas semanas no habían sido fáciles, también estaba un poco cansado. Normal. En fin, yo rezaba y rezaba pero... ¡había tantas cosas que no entendía!

En esas estaba, cruzando medio mundo, cuando escuchando no sé qué canción, empecé a llorar (por suerte llevaba uno de esos antifaces para dormir y nadie se dio cuenta :-). Y os preguntaréis: ¿y qué tiene eso de importante? Es normal. Pues no. Eso fue muy importante para mí. De verdad lo digo, fue un antes y un después.

Los que conocen bien la formación de la obra y especialmente la sección de varones, sabrán que lo que uno sienta no es importante. Lo más importante es hacer lo que hay que hacer. El pequeño deber de cada momento. Lo que Dios espera que cada uno haga: ahora la lectura, después ponerse el cilicio, hacer una corrección fraterna, etc. Y yo, que (como todos supongo) siempre había intentado hacer en todo la voluntad de Dios, cumplir siempre lo previsto (por amor, pero cumplirlo al fin y al cabo) había cambiado mi corazón por el perfecto cumplimiento de lo establecido. Y eso que llevaba años y años luchando por no ser voluntarista, por amar con el corazón entero, por ser alfombra para que los demás pisaran blando, por querer a Dios con toda mi alma.

¿Quería yo a la gente? Sí, claro que sí (precisamente por eso sufría cuando veía faltas de caridad y por eso mismo llegó mi crisis). Pero mi corazón se había oxidado muchísimo, se había acostumbrado a aguantar lo que fuera necesario porque en eso estaba la voluntad de Dios para mí en ese momento.

Así, ojo al dato, ese día fue la primera vez que lloré en unos 20 años (al menos desde que era de la obra). En esos años yo había sufrido dos operaciones, habían fallecido amigos míos y familiares muy cercanos, se habían ordenado amigos míos, mis hermanos se habían casado, había tenido problemas y momentos muy muy duros... pero nunca lloré. ¿Por qué? Porque algo en mi interior me decía que una persona con visión sobrenatural sabría ver todo con los ojos de Dios y tendría la fuerza necesaria para aguantar lo que Dios le mandara.

Sin embargo, inesperadamente, en ese vuelo lloré. Lloraba porque le decía a Dios en mi interior: ¿Qué me ha pasado? ¿En qué te he fallado? ¿En qué? He hecho siempre lo que me has pedido en la oración o lo que has indicado a través de los directores. Me he alejado siempre de cualquier cosa o persona que pudiera afectar lo más mínimo a mi total entrega a Ti. ¿Por qué estoy yendo a Roma a hablar de estos temas? ¿Por qué?

Esas lágrimas, de alguna manera, rompieron una coraza que había en mi interior. Mi corazón volvía a estar suelto, como seguramente lo estaba antes de meterse de lleno en el espíritu de la obra.

Y hago un salto en el tiempo para que entendáis lo que digo. Unos días después de ese vuelo (lo contaré más adelante), fui a ver a mis padres. En un momento dado, mi madre y yo entramos en una cafetería para merendar algo y ella me comentó algo que le preocupaba. Recuerdo que le pasé el brazo por encima del hombro, la estreché y le dije: no te preocupes, que todo saldrá bien. ¿Sabéis qué me dijo? Me has dejado helada. No me has dado un abrazo así en tu vida. Sí, le dije, estoy cambiando supongo. Mi corazón volvía a despertar.

¿Todas las personas de la obra se comportan así con sus padres? No, evidentemente no. Yo simplemente explico lo que me pasó, porque fue un momento muy significativo de mi vida.

Bien, finalmente, mi vuelo llegó a Roma.

Ya conté mi llegada en otro escrito del 30 de marzo.

Continuará...

Ir al primer capítulo

<<AnteriorSiguiente>>







Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=18070