Sobre la mentira del opus.- Ex-Apéndice
Fecha Wednesday, 01 June 2011
Tema 010. Testimonios


Días pasados Ebe escribía:

 

"El hombre no debe ni puede darse enteramente y sin reservas a otro hombre", escribió Diderot en la Enciclopedia, hacia mitad del siglo XVIII. (Voz: Autoridad Política).

Me dejó pensando. Qué profundo lo que decía Diderot.

Pues lo que sucede en el Opus Dei es eso mismo: "la entrega entera y sin reservas a otro hombre", al cual se le llama "el Padre", quien encarna una suerte de "ser superior", heredero de los derechos de Dios. Y no sólo a ese hombre es la entrega, sino también a su institución.

 

A mí también me dejó pensando y, estando plenamente de acuerdo con la cita y el posterior comentario de ebe, al filo de esas palabras me han venido a la memoria algunos retazos de mi vida, que voy a intentar exponer, abundando en la idea...



Hubo un momento en el que la revelación divina del opus (hoy, para mí, con minúscula, por supuesto) me parecía tan creíble y natural como la salida o la puesta diaria del sol.

 

La fe en la existencia del famoso hilo directo, entre J.M.E. y nada menos que el mismísimo Dios (¡¡¡que atrevimiento…!!!) tenía tal consistencia ante mi atónita imaginación, que me parecía, más que un hilo, un grueso cable; qué digo cable, un sólido puente de autopista de cuatro o cinco carriles de ida y vuelta, que saltaba del cielo a la tierra, hasta introducir en la oreja, y en corazón de aquel “instrumento ciego y sordo”, como a él le gustaba autonombrarse en su “evidente” humildad (¿o acaso en su “camuflada” soberbia?), un mensaje nuevo.

 

Como Mahoma en sus mejores tiempos, o Moisés, o Abraham, o Jacob, o el mismo José en su día, o la Santísima Virgen, por citar sólo algunos de los más famosos receptores de mensajes divinos, él (J.M.E.), había sido escogido por “Nomeatrevoapronunciarsunombre” para difundir lo que “El Innombrable” quería que hicieran los hombres, del S.XX., en adelante. Se trataba, pues, de “una de las más importantes revelaciones de la Historia”.

 

¿Qué tenía que hacer un estudiante de 5º año de Bachiller, en un Instituto de Provincias, educado dentro de un acendrado y multisecular catolicismo, en la Postguerra Civil de la ultraconservadora España, cuando un sesudo e ilustrado sacerdote del opus le predicó, en la penumbra de un intimista curso de retiro, la referida y extraordinaria revelación divina del siglo?

 

El alucinado estudiantillo se sintió honradísimo cuando el susodicho sacerdote desplegando ante él, sin desvelarlo totalmente, el arcano misterioso del mensaje divino recibido por J. M. E., le insinuó que también él (un simple e indigno estudiante adolescente) estaba llamado a seguir los “caminos divinos de la tierra” y bla bla… etc.

Desde ese momento, sacando pecho como hijo de Dios, que le dijeron que era, el entusiasta pupilo se aplicó ciegamente, sin reservas mentales, sin escatimar esfuerzos, a la apasionante tarea de “hacer el opus dei en la tierra, siendo él mismo opus dei”.

 

No es preciso seguir paso a paso el itinerario vital seguido y padecido por este ex-miembro del opus que soy, porque es muy similar al de tantos y tantas que cayeron en la trampa de la vocación para concluir, razonando, por fin, con la lógica aplastante de un ser humano normal, que el opus no era más que un montaje personal de J. M. E. lleno de patrañas, incongruencias, vacilaciones, falsedades e hipocresías que se escondían en aquella “llamada universal a la santidad”. Por eso, al cabo de 23 años de militancia dentro del opus, y algunos más (casi 30) de estar felizmente libre de su influjo perturbador, embaucador y destructivo, he sacado bastantes conclusiones personales y he leído muchas opiniones ajenas, todas ellas interesantes y llenas de sentido común sobre la mentira del opus.

 

Pero hay una pregunta que me parece que está en la base de todos los interrogantes que se pueden hacer a cerca de la naturaleza intrínsecamente falaz de la institución que nos ocupa:

 

¿Quién ha demostrado jamás, o puede demostrar en el futuro, sin lugar a dudas, que Escrivá recibiera, nada menos que del mismísimo Dios, una revelación?

 

Me sé de memoria todos (o casi todos, para no pecar de inmodestia) los razonamientos a favor de la revelación divina. Lo que ocurre, al fin y a la postre, es que, en buena ley, si somos consecuentes, resulta imposible demostrar que una revelación ha existido. De lo cual se deduce que sólo por un acto de fe se puede aceptar la revelación. Es inconcebible por lo tanto y repugna a la razón que uno pueda poner su vida al servicio de un ser humano que nos dice, así, sin más, que Dios le ha revelado o inspirado (cuidado con la palabra) tal o cual tarea. Inconcebible. Inconcebible pero… posible. A la vista está. Lo he experimentado en propia carne y es muy difícil salir de esa patraña.

Ex-Apéndice







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