Aunque parezca imposible. (Cap.1 de 'Bluf Story').- Lapso
Fecha Sunday, 30 May 2004
Tema 010. Testimonios



Aunque parezca imposible...

Cap.1 de 'Bluf Story'
Enviado por Lapso el 30-5-2004


Aunque parezca imposible, llevaba así como catorce o quince años sin acordarme de recordar. Os he encontrado alrededor de esta Semana Santa, y resulta que tenía en el magín muchos más inquilinos que los conscientemente censados. Es curioso, pero debe haber una neurona (podría llamarse muy bien la Postlaturesca Mudae) cuyo oficio consiste en barrer vestigios; y otra (quizá la Espabileña Concienciae) que te los amontona de golpe y porrazo (sobre todo de porrazo) a la primera oportunidad.

Pues habéis sido esa primera oportunidad, de modo que aquí estoy...

No esperéis de esta servidora mucha caña, porque he de reconocer que me encuentro cutre y petenito al lado de otras historias aquí narradas. Cómo os lo diría: veo mogollón de gente intelectual, cristianísima, consciente y responsable cuyas motivaciones fueron mayormente de cintura para arriba; y humilde y orgullosamente (que me quiten lo bailao) he de reconocer que lo mío consistió también en cuestiones equidistantes de las caderas. No del todo, que uno al fin y al cabo era un intelectual perteneciente a determinada aristocracia, pero sí bastante.

Así que he decidido castigar a todo aquel que se preste, de modo que me dispongo a rememorar en forma de relatos de baja estofa unas cuantas fases de aquel accidente biográfico tan largo y tan tendido. Después de a lot of años de involuntaria amnesia, puede que le venga bien a lo que queda de mi personita. Y además, qué leñe, me desahogo un poquejo, que eso siempre le conviene a un alma inquieta. ¿Será posible que tenga que haberos leído tanto para poder recordar episodios tan singularísimos? ¿quizá una precoz demencia senil me tenía agarrotadas las recordaderas?.

Empiezo. Aquí va un primer tramo de mi Bluf Story.

Pues apareció por clase un maromo serio y tieso como él solo para anunciarnos que se había creado un centro cultural por allí cerca, y nos contó que al poco se iniciaba una serie de conferencias denominadas "Comenzar bien Este curso de bachillerato". Servidora, que era el típico gracioso líder-cabroncete de la clase, tuvo a bien preguntarle -imitando la voz de un conocido cómico del momento- cómo es que habían esperado a enero para semejante ciclo, a lo que el extrávico apóstol no supo qué responder. Vista la debilidad del adversario, entramos en tropel con las más zahirientes bromas, los chistes sobrelamarcha más despreciativos, el más adolescentemente cabrón comportamiento; y aquello terminó con carcajadas y reidurías que aún deben resonarle al pobrecito como las más desgarbadas psicofonías. Una clase de adolescentes ingeniosos derrumbando la dignidad de un serio chavalote cortadillo. Nos reimos de él con la más divertida crueldad. El profe le salvó de la quema como pudo (que pudo poco y mal), y al sonar la sirena nos fuimos al Cetros como todos los días a echar la partidita mientras se nos pasaba el dolor de mandíbula. Era por la tarde.

(¿Y porqué tenían que ser la mayoría de los Ellos tan sumamente prudentes, regladitos, previsibles, acicalados, quenohanrotounplatoenlavida? ¿Es que lo contrario era destacar malamente, o sea, destacar dentro para ser medianamente normal fuera?. Primer misterio).

Cuál sería mi sorpresa cuando, entre par y juego, veo que entra en el bar el mismo maromo del "centro cultural" que acababa de estar en clase. Se acerca a nuestra mesa, y enfrentando un buen par de belfos a nuestra sardónica sonrisita me espeta: "que quiero hablar contigo, que después de lo que has hecho creo que tengo derecho a que me escuches ahora, ¿no?". El tío tenía razón, y me fui a la barra a escucharle. Yo podía ser un cerdo con algunas personas, pero siempre tuve un alto concepto de la lealtad y la nobleza: el que la hace, que la pague.

Me dijo que a ver si era capaz de empujar a la gente a que hiciera cosas más positivas que reírse impunemente de un desconocido, que ya que era yo un gallito, a ver si tenía lo que hay que tener para serlo en el centro cultural ese suyo. Me picó. Me picó en lo más profundo, y desde luego le dije que cómo y cuándo tenía que demostrar eso que me cuestionaba. "Pues mira, el ciclo empieza la semana que viene en el piso tal de la calle tal, y a ver si es verdad y eres capaz de traer gente". No me preguntéis por qué, pero en esa época a mi me gustaba que la gente hiciera lo que yo quería. Me gustaba, y lo cierto es que, en efecto, así era casi siempre. Que deseaba ir al cine, pues toda la panda al cine. Que ha sido penalti, pues se tira el penalti. Que fulanito es una imbécil, pues nadie se acerca a fulanito. Y en ese plan.

Me picó. No me preguntéis cómo ni porqué, pero semejante maromo aburrido, acojonao, tiralevitas, desaborío.... me motivó. Y al cabo de unos días, toda mi clase (toda enterita, sin que faltara nadie) se presentó en el dichoso centro cultural para asistir a no sé qué conferencia sobre "comenzar bien Este curso". Era una mierdecilla de piso, hasta el punto que no se cabía. Llegamos un poco tarde con la cosa recién iniciada, y tuvieron que dejar la puerta abierta para que algunos oyeran desde el descansillo de la escalera.

(Me acuerdo de pronto de historietas que contaban en las tertulias, sobre el proselitismo de los años cincuenta o sesenta en España; una época que califiqué públicamente en una ocasión como "época de las virtudes humanas" -con mala fortuna, pues fui corregido privada y contundentemente por tan inoportuna definición-. Los tíos se picaban unos con otros, hacían cuestión de masculinidad desde la ducha helada hasta llevar a nosécuántos a la meditación, o irse andando hasta nosédónde, o comer más que nadie, o menos según los casos, o darle cortes a las chavalas que les bienmiraban, o cosas por el estilo. Un caldo de cultivo que seguramente atraía a esas mocerías urbe-franquistas al machote campeonato de casta voluptuosidad que contiene la reciedumbre cuando es tan superficial).

Al terminar, mi maromo desafiador me cogió por banda y me presentó al que resultó ser el Jefe. Le llamaremos Águila. Estaba entusiasmado. Se interesó por toda mi vida y milagros, mientras otros dos o tres maromos más pululaban por entre la muchedumbre en un primer y vano intento por contactar e ir, supongo ahora, separando el grano de la paja. Bajamos todos al terminar a por unos calamares (asquerosos, por cierto), y al descubrir Águila determinada afición deportiva mía (la carne es débil, ya se sabe) me convocó para un partidillo el siguiente sábado en le patio de mi propio colegio.

Y allí estuvimos, no sólo mi clase, sino la panda del barrio, que no se quería perder la amistad de Águila, ese tío un poco más mayor que al parecer disponía de un piso muy prometedor para nuestras masculinísimas broncas.

Alucinaban los del centro, claro. Con el tiempo, los he imaginado en la tertulia del día siguiente contando que de pronto habían pasado de cinco a cincuenta "nuevos de san Rafael", encabezados por uno que tiene muy mala leche pero es noble, bruto y cumplidor.

Pegamos la hebra al acabar los partidos (hubo que jugar varios a lo ancho del campo, claro, que debíamos ser aquel sábado del orden de cincuenta pibes). Acabamos paseando Águila y yo hasta bien entrada la noche, y me entró a saco sin contemplaciones de ninguna clase: que si entrega, que si liderazgo, algo sobre un calcetín y el planeta, las cosas que valen la pena, la mierda de vida que lleva la gente, lo que vale es lo que cuesta, tu estás en la lista de Dios desde todita la eternidad, he rezado mucho por ti estos días, Dios te llevó a hacer caso en el 'Cetros' al pobre chaval aquel al que habías humillado vilmente un rato antes, eso significa algo, tu tienes una misión en la vida, ya ves cómo la gente te hace caso, serías un desleal con el creador si no encaminaras eso por la buena senda, unos talentos que te dan y a ver si luego no los rentabilizas. El miércoles viene un cura muy majo al piso y quiere conocerte. Le llamaremos Don Inglan. Y claro, tras la subida del egómetro que me pegó, el miércoles estábamos allí como un clavo unos 25 ó 30 chavales.

Y resulta que era una meditación.

Volvimos a llegar tarde (hasta esta fecha en la que escribo no tengo constancia de haber sido puntual nada más que en el centro de estudios, y no siempre; la puntualidad es una de las más abyectas perversiones, pero eso es harina de otro costal), y otra vez la puerta abierta para que la peña oyera. Acabó la cosa, y Águilas vino derechito a por mi y me metió con Don Inglan en la salita de al lado. Hizo las presentaciones. Me cayó bien don Inglan. Le conté resumidamente los catorce años de mi vida, ambos incluidos. Me confesé, y bajé a por calamares con los demás.

Así siguió la cosa, con varios círculos semanales con la gente de mi clase, la meditación de los miércoles, partidos el fin de semana y tal, cuando antes de semana santa me propuso mi ya casi amigo Águila acudir a Huelva a una convivencia de universitarios, lo cual me llenó de orgullo (la verdad es que por entonces todo en la vida me llenaba de orgullo). Y allá que fui (que fuimos unos cuantos de mis pandas).

En Huelva, mogollón de gente, creo que algún centenar, sobre todo de la capital, y mucho cachondeo entre misa y rosario. Era una especie de pequeño y lúdico campus universitario correspondiente a algún invento docente transnacional-católico del que no he vuelto a oir hablar. Había conferencias culturales hispanoamericanas de no sé qué, pero la verdad es que no estuve en ninguna, porque me pasé todo el tiempo con Delegonio y con don Vicegrués; yo ignoraba por entonces que Delegonio era el vocal de San Rafael de la delegación, y que don Vicegrués era uno de los primeros de la Obra que ahora era super-rector-catedrático-quetecagas de universidades de la Rábida o algo parecido. Yo estaba en first class: que se iba la convivencia de excursión en autobuses a Medina Sidonia, pues yo en el cochazo de don Vicegrués. Que el jueves santo por la noche a Sevilla, pues yo con Delegonio y con el cura a todo tren. Que venía un súper-invitado a la tertulia, pues servidora comía en su mesa y me sentaba a su lado. Me sentí el tío más importante del mundo. Hubo amiguetes de clase que ni me vieron en toda la semana y acabaron hasta las tapas de tanta conferencia y tanta clase y tanta leche. Pero la gente de la convivencia me conocía, me saludaba, me hacía sentir acojonantemente bien. Curiosamente, no me pregunté porqué tanta gente era tan amable simultáneamente con un chavalín. Cosas de la vida que te suceden y cuya rareza queda amortizada por el confort que producen. Digo yo, vaya, que no lo sé.

Y volvimos, claro. Yo ya había podido saber que el Padre era la leche, que la Obra era la supercosa mundial, que sólo unos pocos elegidos podían acceder a semejante privilegio de liderar el mundo hacia la libertad de los hijos de Dios, el adeste fideles, el gaudeamus y la madre que lo parió. Y que quizá algún día podría estar yo preparado para acercarme más a "eso" tan molón; don Vicegrués me había dicho entre canciones y vino que si rezaba y hacía rezar mucho por ello, puede que Dios me diera la misma vocación que a él, y que en ese caso me habría "tocado la lotería" (sic) porque mi vida sería una aventura excitante y rápida, y no como la gente de por ahí, que sólo piensan en las tías y en la pasta, muermos sin decisión ni misión ni nadená. Me dijo algo que más tarde comprendí, pero no en aquel momento: "si alguna vez escribes al Padre, escríbeme también a mi y me lo cuentas; y si después en algún momento te cabreas, vuelve a escribirnos a los dos".

A finales de abril me llama Águila para contarme que don Inglan me ha conseguido una plaza en una convivencia especial en una casa cerca de la capital, y que vaya. Pero que vaya solo, que no lleve a nadie. Y fui.

Allí estaba Delegonio, que me acogió con más amor si cabe que en Andalucía. Eran chavales de mi edad, más o menos, todos muy pijines y peripuestos. La casa era una pasada, y el comedor y sus tenues doncellas de película de marqueses. Todo el tiempo hablaban de vocación, vocación, vocación.

Una tarde me coge por banda un desconocido -le llamaremos Perísobo- que resultó ser un tío muy conocido en España por diversos motivos, todos buenos. Para mi era la leche, porque que un tío tan importante, tan públicamente conocido, se ocupara de darme un paseo a mi, que no dejaba de ser un niñato....

Me llevó a dar una vuelta por los alrededores para enseñarme lo bonito que era todo. Enseguida comenzó a decirme que él pensaba que yo tenía vocación a la Obra, que tenía que ser generoso con el Señor, que el Padre estaba en la capital en aquel momento y había pedido un pitaje en cada centro antes de volverse a Roma, y que eso era señal inequívoca de que Dios me llamaba por ese camino, que si no a ver cómo se explica tanta coincidencia, el centro cultural, el maromo aquel, la Rábida.... A mi me extrañó lo informado que estaba Perísobo acerca de mi vida, pero no le di importancia. Como tampoco me importó en aquel instante que se me pegara tanto desde atrás cuando parábamos para observar algún detalle paisajístico en la lejanía, abrazándome leve y claramente varias veces por la cintura mientras me susurraba entre roces que tenía que ser tan generoso como fastuosa era la creación. Se frotaba delicadamente de un modo nada agresivo, la verdad. Tampoco es que haya vuelto a darle muchas vueltas a aquella cariñosísima actitud, que por algún motivo no me pareció relevante en el momento ni me volvió a la memoria más que años después y tampoco en plan víctima, sino más bien con extrañeza. No sé. Lo que sí sé es que, actualmente, como pille a alguien en esa misma actitud con un niño rubito y mono de catorce añitos, le pego una patada que aluniza el jueves sin falta por guarro y por mamón.

Volvimos a la convi, y don Inglan y Delegonio me estaban esperando con aquel entrañable "¿qué tal?" que tantas y tantas veces escuche (y dije) después durante muchos años. Pues nada, contesté: que me ha dicho Perísobo lo mismo que don Vicegrués en semana santa, sólo que Perísobo dice que ya tengo vocación, y don Vicegrués opinaba que tenía que ganármela, que de momento había que rezar por ella para ver si lograba alcanzarla algún día.... Pues debe tener razón Perísobo, porque aquí todos hemos "llevado a la oración" tu caso y coincidimos en que Dios te llama para ser uno de los nuestros. Pues vale, qué hay que hacer. Primero te lo piensas un rato más en el oratorio, y luego vienes al despacho de Delegonio.

Y el sagrario recibió mi mayor acto de entrega teórica, la más intensa e inconcreta puesta a disposición que concebirse pueda, la más poética canción de amor que la ignorancia pueda llegar a componer, la más recia y juvenil respuesta a una presunta llamada para no sabía qué pero imprescindible en mi vida, la más generosa donación de la nada más entusiástica, la más insensata melodía de buenas intenciones, el más descerebrado asalto a un porvenir imposible.

(Por cierto. Que eso de "llevar a la oración" siempre fue para mi el arcano más insondable. Lo recuerdo como una frase mágica que venía a garantizar la infalibilidad de la putada que tu interlocutor pensaba aplicarte: que quieres cambiarte de centro, pues verás es que lo he llevado a la oración y creo que es mejor que te quedes aquí con esta panda de muermos desequilibrados para echar una mano; que quieres instalar radiocassete en el coche, pues mira verás, tras llevarlo a la oración he visto que casi te vas a joder, y así vives la austeridad en tu trabajo profesional... A veces llegué a pensar por mí mismo (es un decir) lo siguiente: ¿y qué pasa cuando dos tíos "ven en la oración" cosas o soluciones diferentes para un mismo asunto?. Además: ¿cómo se "lleva a la oración" un tema? ¿se le pregunta a Dios que qué hago Jesusitodemivida? ¿Y luego qué? ¿Mociones específicas? ¿Pensamientos hijos del deseo? La leche. Teología puritita en estado gaseoso. Uno de los misterios más inasequibles de aquel largo y profuso tramo de mi leve biografía. Segundo misterio).

Lo único, que al final hubo que esperar, porque resulta que hasta un par de semanas después no cumplía los catorce y medio. Qué le vamos a hacer, pues uno menos para antes de que se vaya el Padre. Así es la vida.

Tres semanas después, Águila fue receptor de la carta que escribí al Padre en el piso del centro cultural, y de otra que escribí para don Vicegrués en términos muy parecidos siguiendo sus instrucciones. Al terminar, nos tomamos unos calamares y se fueron.

Yo, como cada día, me fui paseando hacia casa pasando antes a ver a Charo para dar una vuelta con ella. Qué buena y guapa era Charo, qué orgulloso estaba yo de su muy íntima amistad y de su belleza. Y qué contenta se iba a poner cuando se enterase de que desde ahora su "chico guapo" se dispone a cambiar el mundo según el espíritu de una cosa que se llama Opus Bluf. Y que aunque solamente podemos estar los tíos ya le iré contando.

Al poco, eso sí, me enteré de que era mejor que pensara en dejar de verme con Charo, aunque sólo fuera una buena amiga. Como al fin y al cabo no me iba a casar ni iba a volver a salir con chicas... "Joder, ¿en serio?, ¿y porqué?". Pues porque sí, porque ya sabes que nuestra entrega es total total, pero total de lo más total, con que tu a lo tuyo, que lo nuestro es cumplir la voluntad de Dios que es lo que nos dicen los directores. Así que a Charo ni pío ya para nunca, ¿vale?

Bueno, bueno, pues nada, tendrá que valer. Ya no salgo más con las chicas de la pandilla, ni me casaré ni nada. Qué putada, pero todo sea por la lotería que me ha tocado. Supongo que entre heroísmos sin fin no me quedaría tiempo para las tías. De todas formas, joé, es una faena, ¿no?.

Cosas de los años setenta, ya ves....

Continuará....





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