A Rous: sobre reencuentros.- Alameda
Fecha Wednesday, 23 March 2011
Tema 040. Después de marcharse


Rous, querida amiga, alzo mi copa con la tuya y vuelvo a brindar.

Nuestros días de colegio, de primeros amores, de ilusiones, nos mostraron la una a la otra tal como somos. Tuvimos nuestra primera gran intimidad, aquella amistad que se estrenaba, que era única. Después de 35 años, somos las mismas. Descubro hoy en ti aquellos rasgos de tu carácter que entonces ya eran patentes. Tú también los ves en mí. Nos hemos reencontrado y contrastamos, con asombro, que  hemos retomado nuestra amistad, tras el pasar de tantos años, en aquel mismo punto en que estábamos porque nuestro pasar por la obra fue meternos en un traje que nos asfixió: matamos nuestra espontaneidad, nuestro modo de ser, nuestros sueños y nos aplicamos con frenesí a “entregarnos a la santidad”.  Tejimos entonces, una vida de componendas, de fingimiento, de apariencias, de sonrisas forzadas y corazones fríos. Nos fuimos muriendo por dentro poco a poco, lentamente, a golpe de “cumplir la voluntad de Dios” a base de extraños preceptos, miles de preceptos externos, como el de “no tener amistades particulares”.

Pero somos afortunadas, Rous, lo somos, y mucho.

Nuestro reencuentro me ha hecho revivir muchas cosas. Recuerdo cuando pitaste. Entonces no se hablaba de aquello a los de fuera, pero yo sabía que ibas a hacerlo, tú me lo dijiste. En el mismo momento se terminó el colgarse horas y horas del teléfono, el dormir en tu casa o en la mía, los secretos, las confidencias, el pasar las largas tardes en nuestra buhardilla ¿la recuerdas, verdad? ¡Cómo lo pasamos haciendo “nuestro rincón”...! Recuerdo que a los pocos meses me reboté tanto, te echaba tanto de menos que dejé de ir por el centro. Pero pasó cosa de un mes y me llamaste. Pensé que eras tú otra vez y te hice caso, volví por el centro, pero ya habías cumplido tu misión, ya nunca más estuviste. Como tampoco estuve yo cuando decidiste dejar la obra. No podía estar porque proyectaba sobre ti la frustración, la maldición del rejalgar. Si me hubieses dejado a tu lado intentaría convencerte para que volvieras. Rous, no sabía lo que tú estabas sufriendo. Dentro de la obra nunca sabemos lo que sufre el otro, sólo le proyectamos lo que nos inculcan: que es una gran desgracia.  Inmediatamente le aplicamos el propio sufrimiento: va a ser una infeliz, se va a condenar...  Fue mejor que decidieras rechazar una ayuda que entonces  no te podía dar.

Rous, tú siempre fuiste más rapidilla que yo: para pitar, para despitar, para escribir nuestro testimonio... ¡siempre te has adelantado! De hecho, yo he tardado muchos años en darme cuenta de que aquello que se nos vendía en la obra como propia debilidad era verdaderamente nuestra fortaleza, un algo que inconscientemente (¿o tal vez era un resquicio de consciencia?) se rebelaba por dentro. Por eso no enloquecimos, no nos morimos por dentro por ser “débiles” por “no entregarnos del todo” .Y por eso hoy podemos estar ambas aquí, alzando nuestras copas brindando una y otra vez, podemos reencontrarnos al cabo de tantos años con la misma fuerza de nuestra juventud. Porque en realidad, el paréntesis no fue más que una ficción. Las fantasías se desvanecen y aparece aquello que es real: quienes somos, nosotras mismas.  

Alzo mi copa con la tuya y vuelvo a brindar.

Un gran abrazo, amiga.

Vera-Alameda









Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=17660