Para todo el que quiera ver y entender, sepa que estaré el viernes a las 19.30 en Blanquerna como un clavo.
He leído el libro de Ramón y me gustaría haber dispuesto de más tiempo para paladearlo como merece y dejaros aquí siquiera unas pinceladas, pero la vida me apremia y apenas puedo permitirme el resuello de un tiempo a esta parte. Además, después de leer el magnífico prólogo de Jacinto Choza, que por momentos da la impresión de llegar a pisarle el libro al autor, poco más le queda a uno por decir.
Salvo un par de cosas: una, que Ramón debiera se yo, por lo que le envidio y le admiro a un tiempo. Le admiro porque ha logrado rehacerse y colmar su aspiración de cumplir su proyecto vital. Le envidio porque vive para contarlo.
Yo fui, como él, un joven que dejó hasta su médula por los pasillos de Monterols. Aquellas paredes acogieron algo más que la transpiración en aquel modo de vida en la que todo se funde en uno, carne, ánima, latido y ansia, espiritualidad y entrega material, luz y sombra, entusiasmo y angustia, confusión y alegría.
Yo fui, como él, un estudiante de letras fascinado por la resolución salvaje con que se afrontaba la aparente contradicción entre modernidad y rectitud, por la valentía de arrostrar sin complejos lo que en otros era timidez vergonzante y pusilánime balbucir.
Yo fui, como él, tocado por la varita mágica de la fascinación al descubrir elementos de la I.L.E. (Institución Libre de Enseñanza), fundada por mi tatarabuelo Nicolás Salmerón, fundidos en la praxis de una docencia de impecable ultraortodoxia, sazonada con elementos de rabiosa actualidad como los útimos aportes venidos desde los EE.UU. con Mr. Bloom.
Yo mismo, como él, me topé de bruces tras mi salida con el Prof. Berne y su idea del proyecto vital. Ese mismo argumento brotó de mis labios en la más profunda de las crisis de mi matrimonio, el argumento del proyecto vital. No se trataba de honores heridos. No se trataba de desengaños. No se trataba de vivir o no vivir lo que te pide el instante. Se trataba de seguir el proyecto vital. Escucharte a fondo, en silencio, por todo el tiempo preciso, y decidir siguiéndolo francamente, abiertamente, descarnadamente, decididamente. Si lo tienes claro, ve en paz, le dije... Y nos quedamos hasta que quiso la muerte.
Yo mismo me zambullí en el Análisis Transaccional. Yo mismo profesé la fe por la no-directividad (¡qué contraste, amigos!). Carl Rogers inundó mis poros. Luego vino el revés. La huída de una Cataluña hostil para el joven miembro del departamento de Pedagogía Sistemática, Secretario del Seminario de Sociología de la Educación partidario de que en la escuela primaria catalana se impartieran las clases en lengua materna, premisa en la que todos estábamos de acuerdo, siendo la lengua materna, estadística en mano, el castellano en amplias zonas de Barcelona. Conclusión que a todos chirriaba. Fue también luego la nula acogida en Madrid, endogámico reducto, nido de recelos y crisol de codicias vanas. Con su pan se lo coman. Y verme en el arroyo, ganándome el pan en esta especie de exilio nutricio que es la Administración en el que todavía malvivo.
Evidentemente, yo no estoy de acuerdo con todo lo que piensa Ramón. No es necesario que coincidamos en todo, ni yo mismo estoy del todo convencido de pensar como actúo siempre, lo que importa es haber pasado por esa identidad en lo esencial, es decir, en el sufrimiento intenso, ése que te iguala más que la piel o la azarosa coyuntura generacional.
Os animo a que vengáis a arropar a Ramón. Veréis cómo él es quien nos arropa. Bastará su mirada.
Para el que no sepa dónde queda Blanquerna (C/ Alcalá 44) os digo que justo al lado del Círculo de Bellas Artes, en cuya cafetería hemos tejido algunos de nosotros una buena amistad y no pocas de nuestras mejores horas juntos. Yo estaré allá, en el Círculo, una hora antes.
Kaiser
