Custodiarlo a pesar de mi propia vida.- Blood brother
Fecha Monday, 27 December 2010
Tema 010. Testimonios


Leyendo lo que ha contado Pimpinela Escarlata sobre los armarios, me he acordado de una anécdota divertida.

 

En 2002, creo recordar, se estrenó en España El ataque de los clones, y fui invitado a asistir al estreno en Madrid. Yo trabajaba por entonces en asuntos vinculados al mundo del cine, y tenía amistad con la persona que gestionaba las promociones de Fox España. Como para entonces ya no vivía en un centro, me limité a comunicar que iba a viajar por si se necesitaba algo de mí. Me dieron una maleta con correo interno (sic), cargada hasta los topes, y me recordaron las consabidas consignas respecto de mi deber de custodiarlo a pesar de mi propia vida y todas esas, lo veo ahora bien claro, TONTERÍAS.

 

Pues hete aquí que unos ochenta kilómetros de Madrid veo que el tráfico se adensa, y que hay luces de la Guardia Civil en el horizonte. Un control. Eso significaba llegar tarde seguro, lo cual no me preocupaba demasiado: yo sabía lo mala que era la película; pero había conseguido invitaciones para algunos amigos, y no podrían entrar hasta que yo llegase. En fin, resignación, a pesar de que era palabra poco generosa.

 

Se acercaba mi turno, y veía que los agentes daban paso de modo aleatorio, aunque de todos los vehículos que inmovilizaban salían personas de aspecto, ¿cómo decirlo?... sospechoso. El caso es que me dijeron que hiciese a un lado el coche, etcétera. Me miré. No tenía aspecto sospechoso... Sin embargo empecé a sentir un sudor frío que me recorría la espalda, y pensaba en las historias que iba a tener que contar respecto de los papelicos amarillos, las claves, las siglas, ¡madre mía! Por supuesto, para entonces había abandonado toda esperanza de ver el bodrio de película; pero en ese momento lo importante era salvar el pellejo (de la maleta, claro: por mí ya no daba un duro).

 

Bajé del coche, vacié el maletero, me cachearon, me hicieron preguntas sobre ETA; pero la maleta, que iba a los pies del asiento del conductor —incluso entonces me tomaba muy en serio lo de no perder de vista nunca el correo— pasó inadvertida. Salvado por la campana, pensé.

 

Cuento esto ahora, a la vuelta de unos años, entre risas y con buen humor. Pero entonces atribuí la ceguera del agente a la intercesión de mi ángel, y lo consideré un favor del Cielo. Ahora lo veo como parte de una deformación triste, tanto la del correo en sí como la de mi hermenéutica del suceso.

 

Gracias a Dios que todo eso pasó.

 

¡Ah, sí! Llegué a tiempo al estreno... aunque la Guardia Civil me habría tenido que detener por exceso de velocidad...

 

Santa y despreocupada Navidad a todos: la Esperanza que se nos da no nos la quita nadie.

 

Blood brother









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