Expresar, verbalizar, contar, es un buen sistema para curarse
Mediterráneo, 5 de noviembre de 2010

Las vivencias en esa peña son algo muy raro, comprensible únicamente para quien ha vivido bajo mecanismos de control similares. Porque afectó todos y cada uno de los ámbitos del ser humano tanto en la vertiente física como psíquica, tuvo un impacto directo en el subconsciente y este subconsciente y sus mecanismos de defensa y autocuración son los que llevan a hablar, a expresar, a exteriorizar algo que hizo daño, con el fin de sanar.

Los caminos del subconsciente son tan individuales como las huellas dactilares. Lo que para alguien llevará un mes, para otra persona llevará un año y para otra una vida, por eso no hay períodos establecidos para la recuperación. Cuanto más profunda en tiempo y condición ha sido la experiencia, más costará curarse y, con toda seguridad, más tiempo necesitará. Es diferente la vivencia de un/a numerari@ que vivió en Roma durante veinte años a la de un/a agregado que nunca dejó su ciudad natal ni la casa de su familia.

No conozco ni a Nicanor ni a Chano, lo único que sé de ellos es lo que escriben en OpusLibros. Nicanor puede necesitar hablar, hablar y hablar de su experiencia para echarla fuera y ello no significa que esté anclado en el pasado o que no quiera seguir adelante, para nada. Bien al contrario, el hecho de verbalizar supone –a mi modo de ver – un afán de dejar la vivencia atrás para volver a empezar en un entorno nuevo y limpio.

Que nadie interprete mal el comentario siguiente, porque no se trata de una comparación con nada: hay muchos estudios realizados sobre el silencio de los sobrevivientes del Holocausto. Casi unánimente las víctimas optaron por el silencio, un silencio que se reveló devastador con el paso de los años y que tuvo consecuencias horribles para ell@s y para su entorno. En aquel momento, con razón o sin ella, pensaron que nadie iba a creerles si contaban lo que habían vivido, porque iba más allá de cualquier imaginación.

Repito que no estoy comparando nada con nada, pero el silencio puede hacer daño. Expresar, verbalizar, contar, es un buen sistema para curarse (en la medida de lo posible), mucho más cuando quien habla sabe, a ciencia cierta, que quien le lee/escucha le entiende porque ha pasado por lo mismo, palmo arriba, palmo abajo. Se sabe comprendido, sabe que de entrada ya existe una empatía con el lector/oyente, que se coloca en su situación en menos que canta un gallo.

¿A quién se puede contar hoy en día, que en una convivencia de curas se preparaban más de 30 misas diarias en una galería de 10 altares? ¿Quién puede hacerse una idea del trabajo que eso suponía? ¿A quién se le puede hablar de las cajitas en las que se guardaban las llaves que comunicaban el comedor y la administración? ¿Quién puede entender que en los cursos de retiro de mujeres, al final de la última meditación, el cura se iba a sus lares emparedado entre la directora y otra persona? ¿A quién se le puede contar la tortura a la que nos sometíamos las mujeres en julio y agosto, vestidas con más piezas de ropa que María Teresa de Austria el día de la coronación? ¿Y en qué cabeza cabe montar un catre en la biblioteca de Molinoviejo (no sé si era El Soto, gracias a Dios ya no me acuerdo) para que no durmieran sólo dos en la misma habitación? Eso son sólo anécdotas, hay vivencias mil veces peores. Y o se cuentan aquí o no se cuentan, así de simple.

Todo esto para decir que si alguien necesita echar sapos y culebras hasta el día del juicio, a mi modo de ver debería tener la puerta abierta para hacerlo y en ningún lugar mejor que esta web, donde se empatiza con él/ella, se le comprende y a menudo se le da la razón, porque quien lee ha vivido en sus mismas carnes esa experiencia o incluso peores. Y a quien no le guste, o le cargue, o le canse, o no esté de acuerdo, o se aburra... con no leer está al cabo de la calle.

Mediterráneo