Te marchaste Padre Cheesman. Siempre me diste la impresión de ser un buen sacerdote, de corazón noble pero - como es costumbre en la Prelatura - nunca se puede llegar a conocer a nadie.

Tu espíritu refinado, tus modos suaves, tu voz ligera hicieron que algunos te tomasen por amanerado. Pero eso es ya lo de menos. Siempre me gustó de ti ese fino y constante humor que salpicabas y mantenías vivo el denso ambiente de las tertulias "sin preparar". Estar pendiente de los demás. Sacar tu libreta de notas cuando alguien empleaba algún giro lingüístico fuera de lo ordinario o anotar una pregunta para responderla luego, no importase el tiempo, te acercabas y me dejabas asombrado. "Hace algunos días me preguntaste esto y...".

Eras un buen sacerdote. De los primeros que llegó al Perú después del Padre Botas. Me detenía a ver una vieja foto, deslucida, en uno de los pasillos de la residencia de Valle Grande - en Cañete - donde apareces con otros numerarios en el Colegio Romano con una pinta de "los intocables" magnífico.

¿Por qué te gustaba hablar tan poco? Nunca lo supe. Pocos registros guardo en mi memoria de tus participaciones en las "tertulias" o dándonos clase durante los cursos anuales. Sólo te convocaban para que nos recitaras un poema en latín, francés u otro idioma de los tantos que dominabas. Y aún así eras tan bueno que causabas envidia y alguno no soportaba estar a tu lado.

Me perdonarás que me haya dormido todas las veces que dabas meditación. Espero que me recuerdes en todas las que te ayudé en misa o en la Bendición y tenía que incoar las canciones porque no llegabas al tono correcto.

Don Javier, desde donde esté, siempre me pareció un sacerdote bueno. De los que deben colocarse en una estampita ¿Por qué le destinaron a la labor con mujeres cuando a ellas les arrojan usualmente los curas más duros?, ¿Por qué nunca le dejaron volver a dictar clases en Piura donde dejó su corazón tras tantas décadas de haber sido uno de los fundadores? Era parte de esa "entrega" malsana del Opus. Tantas cosas quedaron sin escribir con el espíritu investigador que poseía. Apenas un pequeño y miserable librito, allí perdido en algún rincón de la Biblioteca, fue todo lo que le permitieron.

Y es que usted era una lumbrera. Sí señor. Una lumbrera aplacada por la docilidad que hay que mantener dentro esa Institución y aprendió a pasar "oculto y desaparecer". Todo lo bueno que podía dar a la humanidad lo enterraron, lo amortajaron antes que muriese físicamente hace algunos meses. Espero que le hayan cuidado con - por lo menos - caridad.

¡Buen viaje Don Javier Cheesman! Vuele ya con ese espíritu de libertad que tenía preso. Poco o nada quedará de usted en esta Tierra excepto algunos apuntes que se llenaran de hongos en un almacén, investigaciones inconclusas, poemas nunca recitados que ahora podrá cantar allá, donde esté.

Rev. Javier Cheesman (Fallecido el 25 de agosto de 2010).

Nicanor

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