Engaños teológicos sobre la “vocación al Opus Dei”.- Josef Knecht
Fecha Wednesday, 29 September 2010
Tema 110. Aspectos jurídicos


Engaños teológicos sobre la “vocación al Opus Dei”

Josef Knecht, 29 de septiembre de 2010

 

 

No sólo me ha gustado el último artículo de E.B.E. (La crueldad en Escrivá, del 27.09.2010), con el que estoy totalmente de acuerdo, sino que me ha emocionado mucho en mi corazón. Sí, ha sido para mí un texto emocionante de veras, a pesar del lenguaje técnico y algo frío empleado en él. En efecto, el cuadro psicológico descrito por E.B.E. se corresponde de lleno al que fue mi proceso interno de desvinculación del Opus Dei, y me he visto retratado en él. En aquellos años me resultaba frustrante, en mi conciencia, palpar el engaño en que estaba sumido: por un lado, una versión oficial o “discurso pantalla”, según el cual yo era un laico o cristiano corriente en medio del mundo, pero, por otro lado, una vida o praxis real, más bien propia de un religioso. También contribuía a mi tristeza y desazón interior comprobar que a los directores del Opus no les interesaba mi persona, ni las personas de mi familia, ni las de los demás miembros de la institución, sino sola y exclusivamente el engrandecimiento institucional, a cuyo servicio me instrumentalizaban. Aunque a Dios gracias no llegué a contraer ninguna enfermedad psíquica, conocí a mucha gente de la Obra que, en mayor o menor grado de gravedad, padecía diversas enfermedades mentales; algo importante que el Opus Dei me enseñó en mi vida fue, por desgracia, lo referente al triste mundo de los trastornos psicológicos. Por todo ello, manifiesto mi plena comunión con el artículo de E.B.E...



Al mismo tiempo, me permito amigablemente hacer a E.B.E. dos comentarios o sugerencias, que, sin modificar ni discutir el fondo de la cuestión, pueden quizás arrojar alguna luz para entenderla o perfilarla mejor.

 

En primer lugar, quisiera recordar que en la Iglesia católica existen laicos que viven una praxis de religiosos, sin ser jurídicamente religiosos. Son los llamados “laicos consagrados”, es decir, miembros de “institutos seculares” (cánones 710-730) o de “sociedades de vida apostólica” (cánones 731-746). Al ingresar en esas instituciones, los candidatos no cambian su condición canónica de laicos y no pasan a ser religiosos, aunque en la praxis vivan como tales. ¿Qué diferencia hay, pues, en la práctica, entre un religioso y un laico consagrado? A los religiosos se les prohíbe el ejercicio de muchas profesiones civiles: sí pueden dedicarse a la enseñanza o a la asistencia social, pero normalmente no pueden ser banqueros, periodistas, parlamentarios, ministros, militares, ginecólogos, actrices, deportistas, etcétera, aunque en casos prudentemente razonables haya excepciones, como sucede cuando un religioso o una religiosa trabaja como periodista en la Radio Vaticana o en otro medio eclesiástico de comunicación; en cambio, un laico consagrado puede normalmente ejercer cualquier profesión civil (incluso ha habido algún supernumerario del Opus que ha sido torero), salvo alguna excepción dictada por la prudencia en casos concretos: así, por ejemplo, no parece conveniente que un numerario sea torero, ginecólogo o astronauta. Por tanto, los miembros del Opus Dei son, hablando con propiedad, “laicos consagrados” y no religiosos.

 

En segundo lugar, recuerdo a E.B.E. un artículo que publiqué hace un tiempo en esta página web y que estudiaba un aspecto del grave engaño o dolo cometido por el Opus Dei respecto a esta cuestión; me refiero a Reflexiones sobre la vocación al Opus Dei y la actuación proselitista de esta institución (12.10.2007). Cuando el Opus Dei fue transformado de “instituto secular” en “prelatura personal” (noviembre de 1982), teólogos de esa institución elaboraron una falaz interpretación de la “vocación al Opus Dei”. Según esos teólogos, la vocación a la Obra no es una llamada “específica” (como específica es la vocación a una determinada orden religiosa o a un instituto secular o a uno de los actuales movimientos laicales), sino una llamada “genérica” que se encuentra en el nivel básico de la vocación cristiana o bautismal: un fiel de la prelatura (por emplear la terminología que esos teólogos usan), cuando se incorpora a ella, no hace más que ratificarse a fondo con los compromisos contraídos en la consagración bautismal y, si también está casado, con los contraídos en el matrimonio; y, cuando un sacerdote diocesano ingresa en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, no hace más que ratificarse a fondo con los compromisos contraídos en su ordenación diaconal y presbiteral. El caso del laico numerario o agregado que reciba la ordenación sacerdotal y se incardine en la prelatura es bastante fácil de explicar según esos teólogos: es un cambio que no lo convierte en religioso, ya que, según el canon 294, las prelaturas personales constan de presbíteros y diáconos del clero secular.

 

A partir de ahí, esos teólogos concluyen que a quienes tienen una “vocación genérica” les corresponde una figura jurídica distinta de quienes viven una “vocación específica”. Estos últimos pueden configurarse como una orden religiosa o como un instituto secular o como una asociación laical; en cambio, los que por ser cristianos corrientes viven una vocación genérica han de encuadrarse en una figura jurídica que, no siendo asociativa, forme parte de la estructura jerárquica de la Iglesia. Es por eso por lo que los canonistas y teólogos del Opus Dei insisten tanto en que las prelaturas personales no son asociaciones de clérigos, sino que, asemejándose a las diócesis y a las iglesias particulares, forman parte de la estructura jerárquica de la Iglesia, lo cual, para colmo de los colmos, es también falso, pues basta con leer los cánones 294-297 para ver que las prelaturas personales no son iglesias particulares, sino asociaciones de clérigos.

 

En mi artículo pretendí denunciar el engaño o mentira que esta interpretación contiene. ¡Por supuesto que la “vocación al Opus Dei” es evidentemente una “vocación específica”! El bautismo, el matrimonio y el orden sacerdotal no obligan a cumplir la inmensa retahíla de normas, costumbres y otras ordenanzas que el Opus prescribe a imagen y semejanza de las órdenes religiosas y de los institutos seculares. Las iglesias particulares no tienen –es más, ni pueden ni deben tener– una espiritualidad propia obligatoria para todos sus fieles, pero el Opus Dei sí la tiene para todos sus miembros. No nos olvidemos de que las ceremonias de incorporación (admisión, oblación y fidelidad) que se practican en la actual prelatura personal del Opus Dei llevan consigo la consagración de quien se incorpora a ella, como Haenobarbo nos ha explicado en varias ocasiones (Sobre contratos y vínculos, del 12.05.2008), y de que, a partir de los compromisos contraídos en esa consagración, surge el peculiar, específico y concreto funcionamiento de la vida interna de la Obra y de su acción apostólica.

 

Por todo ello, da tristeza comprobar cómo el Opus Dei miente y se autoengaña: incluso inteligentes teólogos que trabajan al servicio del Opus se doblegan a las mentiras institucionales, construyendo teorías que contradicen la más elemental evidencia y sosteniendo, además, la aberración eclesiológica de que hay iglesias particulares con una espiritualidad propia, siendo la prelatura personal del Opus Dei una de ellas; y lo peor de todo es que ellos mismos se creen esas mentiras y pretenden hacerlas creíbles a los demás.

 

A la vista de esta locura, me he preguntado varias veces: ¿interesa a la Iglesia católica que estos líos se den en su seno?; ¿beneficia a la tarea evangelizadora este tipo de montajes o más bien la complica, la dificulta y le resulta contraproducente?; teniendo en cuenta lo difícil y compleja que es la sociedad actual (guerras, hambre, injusticias, secularización, materialismo hedonista, integrismo religioso, etc.), ¿no es acaso absurdo que la Iglesia se complique la vida permitiendo que pululen en ella planteamientos como los de la vida interna del Opus Dei? La Iglesia fue fundada para combatir los males del mundo mediante el anuncio del Reino de Dios; de ahí que contradiga la esencia de la Iglesia el hecho de que ella invente nuevas formas de sufrimiento y de complicación en la vida humana.

 

Reitero por todo ello mi acuerdo con el citado artículo de E.B.E., que me ha parecido de lo más acertado y profundo.

 

Josef Knecht







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