Don Juan Antonio gonzález Lobato.- Kaiser
Fecha Monday, 13 September 2010
Tema 010. Testimonios


DON JUAN ANTONIO GONZÁLEZ  LOBATO
Kaiser
, 13 de septiembre de 2010

 

Tertulia con don Juan Antonio González Lobato (en el centro) en el centro de estudios de Barcelona a comienzos de los años 70, en la que yo estaba presente.

 

Ignoro si fue casualidad o provocado, pero mi encuentro con Don Juan Antonio González Lobato fue determinante para lo que ha resultado el resto de mi vida. Fue durante unos ejercicios en Castelldaura. Yo aspiraba al barruntamiento o barruntaba el aspirantaje, que no me ha quedado aún muy clara la diferencia. El caso es que yo había ido allí a pedir luz sobre mi vocación.

Lo primero que recuerdo de él fue una extraordinaria energía dirigiéndose al rincón desde el que nos daría la meditación. El oratorio era un lugar cerrado y sin ventanas en el que al apagar la luz sólo lucía la consabida lamparita sobre la mesilla en medio de una oscuridad densa e infranqueable, así busqué un lugar discreto, ni muy cerca del altar ni muy alejado, en el centro de uno de los bancos centrales a la izquierda, delante de mí sólo recuerdo una silueta.

Don Juan Antonio exhibía un alma de poeta atrapada en un cuerpo de rechoncho epicúreo, pero escondía un espíritu enérgico y algo desmedido, como él mismo decía cuando hablaba de su amado Monterrey, “México es como España, pero a lo bestia”. Y se quedaba así mirándote con los ojos desorbitados y las manos muy abiertas  como queriendo desbordar todas las medidas.

Hizo un largo circunloquio en el que se perdió en consideraciones de cierta pretendida sensibilidad. Fue dibujando un escenario virtual como quien monta un belén en el aire.  En realidad iba trazando círculos concéntricos sobre mi atención hasta que abordó el pasaje evangélico de San Marcos referido al ciego Bartimeo y comenzó a pintar un escenario vivo con sus aspavientos, con su mirada, con las inflexiones variadísimas de su voz. Yo he estado en ese mismo camino no hará mucho y os puedo decir que no tuve la sensación de viveza y proximidad que él infundió entonces con sus palabras. Llegado al punto de la manta me atrapó con sus pupilas encendidas apresando las mías y desapareció el espacio entre nosotros. La silueta de quien se había sentado delante de mí se hizo nada con la nada, de pronto fue como si nos hubiéramos quedado solos y fundidos uno al otro sin remedio no sólo en aquella estancia, sino por el resto de nuestra vida.

-¡Y a qué esperas  tú para desprenderte de tu manta! ¡A qué estás esperando para arrojar a un lado todo lo que te entorpece para seguirlo! ¡Cristo pasa y se va y tú enredado en tus miserias de hombre viejo! ¡Estás más ciego que el pobre ciego! ¿Cómo quieres ver tu vocación? ¡Si te la tapa la manta!... Y Cristo se te va alejando y tú perdiendo un tiempo precioso con tus cálculos. ¡Esa manta era todo lo que él tenía! ¡Todo! Pero él hace una apuesta valiente. ¿Y qué haces tú? Quizá no eres la clase de gente que puede interesar a Jesús.

Cuando terminó la meditación no era capaz de ponerme en pie. Me quedé solo. Seguí un tiempo profundamente sumido en un estado febril en el que tan pronto me veía como un miserable materialista que daba la espalda a Cristo o como un mártir capaz de arrostrar las más duras pruebas de santidad. Me arrojé de bruces al suelo. En la soledad de aquel lugar cerrado rompí a llorar inconsolable ante la idea de haberme resistido a Jesús más de lo que cabía esperar de alguien como todo el mundo ya suponía que era yo. Así que salí de allí con una extraña desnudez en la mirada tras desprenderme de mi mugriento pasado.

Descanse en paz.   

Kaiser









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