A nueve años de mi paso como aspirante a numerario.- Milos
Fecha Friday, 23 July 2010
Tema 010. Testimonios


A nueve años de mi paso como aspirante a numerario

Milos, 23 de julio de 2010

 

 

Querid@s amig@s,

 

Me he puesto a pensar largo rato acerca de cómo comenzar esta historia. No sé muy bien por dónde empezar, pero haré mi mejor intento. Me topé por primera vez con esta página hace un año; más de alguna vez pensé en escribir, hasta que al fin lo estoy haciendo. No me extrañaría que una larga lista de ex Opus hayan conocido esta página y no se hayan animado a escribir antes, al igual que yo. Quizás los testimonios puedan parecer suficientes, pero nunca está de más uno nuevo, el cual podría ayudar a más de alguno.

 

Fue una gran sorpresa descubrir esta página, porque me identifiqué bastante con las historias de muchos de ustedes, a pesar de que estuve un solo año dentro, sin dudas el año más horrible de mi vida, y que me ha marcado hasta hoy. Siempre había oído que muchos se habían ido, pero la verdad es que no había dimensionado la magnitud de la realidad que nos ha afectado. Lo que más me sorprendió fue leer los libros de María del Carmen Tapia y María Angustias Moreno, al comprobar que lo que yo había vivido en un período tan corto, pero que hasta el día de hoy se me ha hecho muy largo, era un calco de lo que todos los que se han ido han testimoniado.

 

Bueno, por la razón anterior, creo que contar mi historia con mucho detalle les aburriría en demasía, así que la resumiré a sus acontecimientos esenciales...



Me eduqué en el Colegio Tabancura (del Opus), de Santiago de Chile, entre los años 1992 y 2004. Mis padres, a pesar de no pertenecer al Opus, decidieron llevarnos, a mí y mis hermanos, a este colegio, el cual fue fundado en 1970, en medio de fuertes cambios políticos y sociales, pocos años antes del golpe militar y la autoproclamación de Augusto Pinochet como presidente. Resulta que en medio de la división política en Chile, muchos colegios de tradición conservadora comenzaron a tender un poco hacia la izquierda. Este fue el caso, entre otros, del Colegio Saint George, de la Congregación Holly Cross, y el Colegio San Ignacio, de la Compañía de Jesús. Muchos apoderados de estos colegios, alarmados por la situación, decidieron fundar el Colegio Tabancura y entregar su formación al Opus. Pues bien, los hermanos menores de mi madre estaban en el Saint George, y fueron cambiados al Tabancura. Resulta que uno de ellos se hizo numerario a los quince años, vivió casi unos veinte en Roma, muy cercano a Echevarría, y se fue ahora a Hong Kong. Y no sólo él terminó siendo del Opus: también mi abuela materna (supernumeraria), dos tías numerarias, una agregada, y otra supernumeraria. Mi madre y los cuatro hermanos restantes no lo fueron.

 

Bueno, el cuento es que yo era un niño común y corriente, bastante alocado eso sí, que nunca fui invitado al Opus hasta casi los 15 años. Probablemente antes no encajaba mucho en el perfil de niños por los que se interesan: era un tanto rebelde y no destacaba particularmente por mis calificaciones. Pero llegó el año en que me puse estudioso y me fue bastante bien. Ya cantaba en el coro del colegio hace unos dos años, en el que destacaba como soprano (una linda anécdota), y tenía una muy buena relación con el numerario director del coro, el cual creo que hacía los círculos para mis compañeros. Entonces, terminado el octavo año básico, teniendo catorce años, me invitaron a unos trabajos de verano. Fui bastante entusiasmado, y la verdad es que me sorprendí muchísimo con lo que iba conociendo: todo el plan de vida me parecía notable. De niño era muy piadoso (característica que inculcan muy bien en el Opus), pero también muy escrupuloso, particularmente en lo relativo a la sexualidad (qué raro, ¿no?). En fin, la forma de vida que conocía me empezó a entusiasmar. Llegué a mi casa contando lo bien que lo había pasado, transmitiéndole mucho a mi mamá. Aún no sospechaba lo preocupada que comenzaba a ponerse. Y bueno, comencé a cursar la enseñanza media, y de iniciativa propia iba a los círculos de los miércoles, y más tarde, una vez que me hubieron invitado, a las meditaciones de los viernes. Todo bien hasta que me propusieron ir a hacer catequesis los días sábados. En este punto mi mamá ya se comenzó a alarmar, y me preguntó si no consideraba que era mucho tiempo el que estaba destinando al Opus. Yo, la verdad, no me lo había cuestionado mayormente, porque iba como avión con este asunto; pero, mirando hacia atrás, noto que ya me empezaba a incomodar un poco.

 

Pocas semanas después, en una convivencia en el campo de un amigo, me puse a conversar con un numerario, a quien todos admirábamos, por su condición de karateca; y me hizo la pregunta de rutina para captar adeptos: que si me había puesto a pensar por qué Dios me había traído al mundo, y todo lo relacionado con la vocación, claro está. Yo, que ya estaba arriba de la bicicleta hace rato, pensé que este tipo tenía razón. Así que quedamos en que lo iba a seguir meditando. A todo esto, empecé a darle vueltas en mi cabeza a que mi papá era agnóstico y mis hermanos ateos y… que tenía la misión de convertirlos. Así que las cosas se fueron dando solitas, hasta que en los trabajos de invierno se me acercó el mejor amigo que tenía en el Opus, sólo un año mayor que yo y ya aspirante, y comenzó a hablarme de mi vocación (el 19 de marzo del año siguiente supe que había echado mi nombre en el sobrecito para convertirme en aspirante). Luego mi director espiritual (el director del coro del colegio), y más tarde el curita. En fin, con lo que ya se me había pasado por la cabeza, creyendo tener una misión mesiánica, estaba todo cocinado.

 

Hasta que, de vuelta en Santiago, mi mamá decidió tomar el toro por las astas y preguntarme derechamente si me habían planteado la vocación. Me turbé y le dije que no, pero me quedé muy preocupado y decidí entonces hablarlo con mi director y el cura. Pero, vaya sorpresa, me dijeron que lo negara, que no iban a entender… Claramente, mi mamá ya sabía como funcionaba el sistemita; ya le bastaba con saber que su hermano menor había entrado a los quince años, y con tantos familiares opus la historieta no le era desconocida.

 

De ahí en adelante comenzó el año más horrible de mi vida. Para tener quince años, el ser presionado para hacerme aspirante, y por otra parte no contar con el apoyo de mis padres, y más aún, con el empeño de ellos por evitar a toda costa que me conquistaren, fue demasiado duro. Por un lado creía que tenía una vocación muy especial (aunque no sé si me la creía tanto, lo que es peor, por la confusión), y por otro tenía que obedecer a mis padres, quienes fueron a hablar con el cura para que dejara de presionarme, y me permitieron ir sólo al círculo el día miércoles. Hasta que llegó el día (si mal no recuerdo, un cuatro de agosto, el día más feliz de mi vida…) en que fui a escribir la famosa cartita al vicario para hacerme aspirante. Volví de catequesis a almorzar a mi casa, con toda mi familia reunida, sintiéndome un bicho raro, y luego yéndome en micro en un día lluvioso al centro del Opus (Los Montes), al borde de la depresión. Ah, se me olvidaba describir todos los pasos previos a escribir la carta ésa. Seguramente les resultará demasiado aburrido, porque ya es archiconocido el método usado. Pero igual lo contaré, para recordarles lo absurdo de todo ello. El cura me decía que tenía que hablar con el director del centro para pedir la admisión antes de escribir al vicario, y a la vez me alertaba de que éste me pondría a prueba… En fin, hasta que llegó el día y me fui a hablar con el personaje, el que me preguntó si estaba dispuesto a dedicar mi vida a eso, y si estaba consciente de que el día de mañana me podían enviar a Japón, y toda una sarta de estupideces por el estilo. Yo, animado por el cura y todo el resto de personas que me habían llevado a ese punto, me mostré firme, y terminé por pedir la admisión.

 

De ahí en adelante mi vida fue un infierno. Dejé de verme con mis amigos de siempre y de salir con mujeres, las discusiones con mi mamá se fueron poniendo cada vez más tensas, ante la impotencia de ella de sacarme de todo esto y, para colmo, mi director y el cura insistían en que le ocultara la verdad a mis padres. Recuerdo, además, que el cura me mostró un día en la charla una cita de “nuestro Padre” en la que afirmaba que los padres que se oponían a la vocación de un hijo al Opus se podían jugar la salvación. Yo, muy sumiso, no le contesté nada.

 

Se acercaban las vacaciones de verano y, como era costumbre, venían los nuevos trabajos, los cuales cada uno tenía que pagarse con algún trabajo durante el mes de diciembre. El director de la casa me consiguió trabajar como junior en la oficina de un arquitecto numerario. Pero mi mamá me prohibió terminantemente ir a esos trabajos, y ahí por fin, luego de discusiones muy duras, terminé por llorar y empezar el período más duro. Luego de esto, decidí cortar relaciones con mi director y los del Opus durante ese verano. No les contesté los llamados, y me fui de vacaciones durante un mes a la carretera austral de Chile con la familia de un amigo y otras familias amigas. Dentro de toda mi confusión, fue bastante liberador, y me autoconvencí de que llegaría a Santiago a sellar mi salida del Opus. Pero fue inútil. Mi director me convenció de que siguiera. Y seguí...

 

 La verdad es que no vivía como el resto de los aspirantes, ya que no iba a las meditaciones ni a las catequesis. En realidad, los recuerdos se me hacen un poco difusos. Ya ni sé si iba diariamente a misa, pero si cumplía el plan de vida casi en detalle (con la tonterita de la ducha fría en la mañana incluida) y seguía yendo a los círculos y conversando con mi director y el cura. En cierto momento me cambiaron al director por el karateca, que era un numerario de unos treinta años y, dentro de lo posible, más sensato que el resto (a pesar de que él me planteó la vocación). El mismo un día me preguntó si había pensado salirme de aspirante, a lo que yo le contesté que sí, porque no daba más. Pero, aún así, me plantearon que fuera a los trabajos de invierno a meditarlo bien y además tuve que hablar con el cura y el director de la casa. Yo, obviamente, tenía los más grandes escrúpulos acerca de si me iba a salvar o no abandonando el Opus…

 

Y bueno, me salí. Pero de ahí en adelante nada fue color de rosa. La mala experiencia vivida me dejó una marca indeleble. Pude normalizarme un poco, volver a salir con mis amigos y mujeres, pero me costó mucho levantar cabeza, con depresiones posteriores, las cuales atribuyo en gran medida a mi año en el Opus y los tres últimos de colegio.

 

En fin, querid@s amigos, al igual que ustedes, podría escribir páginas y páginas más acerca de mi paso por el Opus, a pesar de haber estado un solo año. He omitido muchas partes de mi historia en él, pero lo que he escrito es fiel a lo vivido. Espero que esto pueda ayudar a otros que se encuentren en una situación similar.

 

Milos







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