Por qué lo teologal y lo institucional...- Josef Knecht
Fecha Wednesday, 30 June 2010
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Monseñor Escrivá y el padre Maciel.

Por qué lo teologal y lo institucional no se llevan bien en una estructura de pecado.

 

Josef Knecht, 30 de junio de 2010

 

 

Me gustaría terciar a propósito del escrito con el que Juan Ignacio Encabo Balbín (25.06.2010) polemiza con E.B.E. (21.06.2010).

 

El núcleo de la tesis de Juan Ignacio es el de considerar que los errores del padre Maciel y los cometidos en el Opus Dei por sus directores –y, en general, los cometidos en la Iglesia a lo largo de su historia– se fundamentan en la capacidad personal de pecar, inherente a todo ser humano a consecuencia del pecado original. Algo de razón tiene Juan Ignacio, pero intentaré mostrar en mi exposición que le falta otra parte de razón...



Debo reconocer que, cuando ingresé de joven en el Opus Dei, también pensaba que las inmoralidades cometidas a lo largo de la historia eclesiástica se debían a los pecados personales de los cristianos, que entorpecían la acción santificadora del Espíritu de Dios en la Iglesia y en el mundo. En las clases de teología del Studium Generale de la Obra se me reforzaba esta idea cuando nos enseñaban que, según teólogos como san Agustín, la Iglesia es un corpus permixtum (“cuerpo mixto”) de pecadores y santos: aunque Jesucristo haya obrado la redención y aunque el Espíritu ya santifique, los hijos e hijas de Adán continuamos siendo pecadores a la espera de entrar definitivamente en el reino de Dios, donde, tras la resurrección final, ya no habrá más pecado, sino el pleno disfrute del amor divino. Mientras tanto, el crecimiento de la santidad personal a lo largo de la vida terrena debe estar necesariamente acompañado de la lucha contra el pecado. En un principio y durante largo tiempo, me creía estas ideas al pie de la letra, y es que falsas no son; de hecho aún sigo creyendo en ellas, pero, como enseguida se verá, no tan al pie de la letra como entonces.

 

Con el paso del tiempo, aprendí no en las lecciones de teología, sino en la vida misma del Opus algo novedoso e importante para mi maduración como persona. Yo no sé si, en el orden práctico de la vida, el Opus Dei me enseñó a santificarme en el trabajo, pero sí me enseñó que en la Iglesia, además de cometerse pecados personales, existen “estructuras de pecado”. Y eso lo aprendí a partir de mi propio padecimiento y de mi experiencia personal porque el Opus Dei es una de esas estructuras de pecado. Aconsejo a Juan Ignacio que, si no lo ha hecho todavía, lea con atención el estudio de don Antonio Ruiz Retegui titulado Lo teologal y lo institucional, en el que trata a fondo esta realidad.

 

La malicia de muchas de las actuaciones de los directores del Opus no sólo se explica por su condición pecadora en el plano personal; esos errores no se limitan únicamente a inexperiencia, torpeza, imprudencia de lograr eficacia a toda costa, celo excesivo, afán vanidoso de conseguir abundantes resultados apostólicos, debilidad, faltas de caridad, defectos del carácter de cada uno, etcétera. Hay algo más, situado en los niveles profundos de la naturaleza humana: un sistema estructuralmente injusto que vuelve fanáticos a sus dirigentes y que impide ver ese fanatismo a los dirigidos. Igualmente, la doble vida del padre Maciel no sólo se explica por la concupiscencia de la carne; ésta explica sus apetencias sexuales, pero no que haya podido ocultar durante tanto tiempo su doble vida bajo una incuestionable apariencia de santidad; para esto último ha hecho falta algo más que la mera debilidad carnal: en concreto, hace falta una “estructura de pecado” que disimule la injusticia.

 

Que yo sepa, hasta el momento presente el concepto de “estructura de pecado” se utiliza en la Teología Moral –y en textos del Magisterio papal, como Juan Pablo II– para referirse a cuestiones de injusticia social en el marco de la Doctrina Social de la Iglesia, esto es, para los errores del sistema capitalista que estructuralmente fomentan la corrupción en el plano económico: el enriquecimiento avaricioso de unos pocos basado en la explotación de muchos. Los catecismos tradicionales enseñaban que los enemigos del alma eran tres: el mundo, el demonio y la carne. Recientemente, el “mundo” es presentado de una manera algo más sofisticada y se prefiere hablar de “estructura social de pecado”, enriqueciendo la Teología Moral con ideas procedentes de ciencias humanas como la psicología y la sociología.

 

En mi modesta opinión, ese concepto no debería emplearse exclusivamente para las injusticias económicas, sino que debería extenderse a otros ámbitos de la organización social, incluyendo en él muchos fallos morales de la vida interna de la Iglesia, cometidos no sólo en el plano económico, sino también en otros campos de la vida humana. Toda estructura social de pecado, sea de tipo económico, sea de tipo religioso, se caracteriza por perpetrar atentados contra la dignidad de las personas subordinadas: o bien se las explota mediante el trabajo para enriquecer a los dominantes, o bien se las explota, anulando su personalidad, para glorificar a los jerarcas de la institución. Otro rasgo esencial de una estructura de pecado es el engaño con el que la “versión oficial” de la institución en cuestión (una empresa, un banco, una asociación profesional o cultural, una prelatura personal, etc.) encubre las injusticias y contradicciones perpetradas en su vida real.

 

Por eso, la “estructura de pecado” permite, entre otras cosas, que a un grupo de católicos se lo trate como si fuera una “guardería de adultos” (así me expresé en un mi artículo del 5.05.2010). Y esto es lo que pasa en la Legión de Cristo y en el Opus Dei. Estas instituciones eclesiásticas nacieron viciadas de raíz como estructuras de pecado, a partir de la personalidad patológica de sus fundadores; de esta forma vemos que el pecado personal y la estructura social de pecado interactúan entre sí. Que el padre Maciel no era psicológicamente normal es evidente, aunque durante varios decenios la “versión oficial” mostrase lo contrario. En cuanto a Josemaría Escrivá, tanto Marcus Tank (14.09.2007) como Nelli (28.06.2010) han aportado pruebas de la patología narcisista y megalómana de monseñor Escrivá (o Escriba); además, en el reciente libro de memorias de Ramón Rosal, que es experto en psicología, se dedica un extenso capítulo a estudiar el trastorno de la personalidad de monseñor Escrivá.

 

Hay en la actuación de algunas instituciones eclesiásticas –incluido el Vaticano como gran montaje burocrático– un fuerte elemento estructural de pecado, que debería erradicarse. Si no me equivoco, creo que el actual papa Benedicto XVI ve, a Dios gracias, esta triste realidad y desea combatirla, pues quiere purificar las corruptelas de sexo y de dinero que se han infiltrado en la Iglesia; su política incluye, además, la exigencia de transparencia, en continuidad con lo que afirma su lema episcopal: “Cooperador de la verdad”. Sin duda, se trata de un combate tan difícil como el de eliminar del capitalismo su tendencia a la corrupción. Pero se debe emprender: de la misma manera que, con mayor o menor acierto o con mayor o menor torpeza, los políticos se esfuerzan por acotar el sistema capitalista para que los especuladores, como Madoff, no vuelvan a provocar en el futuro crisis financieras como la actual, así también el papa y los obispos deberían impedir en la Iglesia la proliferación de “guarderías de adultos” y de otras instituciones estructuralmente pecaminosas. Esta es una autocrítica imperiosamente necesaria.

 

Juan Ignacio (25.06.2010) aplica el principio teológico “Ecclesia supplet” para explicar por qué, pese a los errores humanos, puede haber santidad en la Iglesia. Su argumentación es correcta, pero también en este caso ha de hacérsele una importante matización. No es justo aplicar ese principio para consentir la existencia de pecados estructurales; estos deben combatirse y erradicarse a pesar de que la “Iglesia supla” las deficiencias de esas estructuras de pecado mientras estén vigentes. Tampoco sería correcto aplicar, por ejemplo, el principio de que “todos los hombres son mortales” para no combatir el hambre en el mundo: puesto que al fin y al cabo todos nos vamos a morir, ¿qué más da que diariamente se mueran miles de niños por hambruna y desnutrición? Puesto que la “Iglesia suple”, ¿qué más da que se humille diariamente a algunos católicos tratándolos como miembros de una “guardería de adultos”, fundada por un narcisista megalómano? Este modo de actuar es esencialmente inhumano y anticristiano, ya que el crecimiento de santidad en la vida terrena está acompañado de la lucha no sólo contra el pecado personal, sino también contra las estructuras sociales de pecado.

 

Por consiguiente, la página Opuslibros no tiene vocación de difamar a Escrivá, ni a Maciel, ni a Madoff, ni a nadie. Esta página denuncia con legítima honradez la existencia de una “estructura de pecado”, en concreto el Opus Dei, que debería someterse a una profunda investigación y purificación por parte de las autoridades eclesiásticas y civiles.

 

Josef Knecht







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