La locura del Opus Dei vista desde la sabiduría Oriental (y 2).- Gabuzo&Vera
Fecha Wednesday, 09 June 2010
Tema 900. Sin clasificar


La locura del Opus Dei vista desde la sabiduría Oriental
(y 2)

Gabuzo & Vera, 9 de junio de 2010

 

Conócete a ti mismo. 1

Lo que no eres. 1

Lo que eres. 2

Consecuencias prácticas. 3

 

El despertar. 3

Caminos hasta la iluminación. 4

La vida consciente. 4

La locura del judeo-cristianismo. 5

El mesianismo. 5

Un Dios creado a imagen y semejanza humana. 6

La ideología del Opus Dei 7

Conócete a ti mismo

La sicología moderna nos enseña que el hombre se comporta de acuerdo con la imagen que tiene de sí mismo. Cada sabiduría intenta encontrar una respuesta a la pregunta: “¿Quién soy?”. Este saber es fundamental en el momento de eligir el comportamiento a seguir en cada situación concreta. La mayoría de las religiones fundamentan su respuesta con la ayuda de mitos fundacionales. La sabiduría Oriental, al revés, no recurre a este truco: es una sabiduría abiertamente racionalista.

Lo que no eres

Antes de responder a la pregunta “¿Quién soy?”, la sabiduría Oriental intenta denunciar las falsas imagenes que uno puede tener de sí mismo. El modo de racionar es el siguiente:

Imagínate a una persona dominada por la ira. Grita, se tira por todos lados, ataca a la gente. Nadie puede calmarla. Cualquiera que trate de hablar con ella es rechazado o agredido. Cuando alguien permanece en ese estado de obnubilación, es incapaz de pensar racionalmente. Se identifica con sus emociones, no guarda distancia hacia ellas, no es consciente de sí misma. Tú también a veces te identificas con tus sentimientos. Pero tú no eres tus sentimientos.

Imagínate a una persona que se identifica con sus opiniones o creencias. Está convencida de que tiene la razón en todo, que el mundo se rige de acuerdo a las ideas que ella se ha forjado. En nombre de su Verdad es capaz de imponer a los demás sus propios puntos de vista. Rechaza  o subestima a los que no están de acuerdo con ella. Tal no tiene distancia hacia sus creencias. Tú también a veces te identificas con tus creencias. Pero no eres tus pensamientos. Tampoco eres un flujo de pensamientos: no dejas de existir cuando dejas de pensar.

Imagínate a los que se identifican con su función social: los jueces y los abogados se visten de ropas raras, los médicos se esconden detrás de un delantal blanco, los profesores universitarios llevan sombreros ridículos, los funcionarios se comportan de manera diferente con uniforme o en la vida civil, las madres y los padres tienen miedo a revelar sus sentimientos delante de sus niños. El papel que cumplen en la sociedad cambia su modo de ser, de pensar, de hablar y de actuar. Se identifican con su función social, no toman distancia de ella. Tú también a veces te identificas con tu función social. Pero tú no eres  la función social que representas.

Tampoco eres tu historia, o los planes que puedes tener para el futuro: no dejas de existir, si resulta que provienes de otra familia, que tu fecha de nacimiento es diferente, que ha cambiado tu carácter, que tienes amnesia o que has perdido la posibilidad de realizar tus planes y tus sueños...



Lo que eres

No eres ninguna de las cosas con las que a veces te identificas. POR TANTO ¿QUIÉN ERES?

Eres el espacio en el que aparecen y desaparecen experiencias, pensamientos y sentimientos. Todos ellos son inestables. Tú eres el espacio que perdura. No eres un objeto, no eres tu cuerpo o las circunstancias de tu vida. Mira a la habitación en la que te encuentras en este momento, hay varios objetos en ella, pero la habitación no es un objeto. Es el espacio en el cual las cosas pueden estar y existir. Se puede poner y sacar mucho de esa habitación, pero esto no cambia nada a la habitación misma.

Es difícil hablar del espacio porque no es un objeto. Sin embargo, es más real que los objetos, porque no es temporal. Por eso las siguientes afirmaciones sólo parecen paradójicas:

Una habitación no es una cosa, por tanto es nada.

Una habitación no existe. Pero sin ella, los objetos no tendrían dónde estar y existir.

Si se quitan las paredes de la habitación, el espacio no deja de existir: lo único que pasa es que dejamos de considerarlo como un lugar distinto. Todos los espacios son, finalmente, un solo espacio. Tratarlos como lugares distintos es una operación de la mente que no tiene correspondencia con la realidad, es una ilusión.

Como consecuencia de la aparición de las cosas en el espacio nace la conciencia de las cosas, del espacio e incluso de la conciencia misma. Imagínate el universo entero, quita de él todo salvo dos galaxias. Cuando una galaxia mira a la otra, toma conciencia de las dos galaxias y del espacio que las separa. Puedes considerarte como un microcosmos: tu conciencia nace de la contemplación de las cosas que aparecen en tu espacio.

Consecuencias prácticas

En tanto seres vivos nos esforzamos por desarrollarnos y evitar la muerte. Se podría decir que nuestras dos principales motivaciones son el temor a la aniquilación (el miedo) y la codicia (nos parece que nunca tenemos suficientemente). Cuando nos identificamos con algo, el objeto en cuestión recibe las características de los seres vivos: nos preocupamos por su desarrollo y tenemos miedo de su desaparición.

Si, por ejemplo, nos identificamos con un cierto punto de vista, vamos a reforzarlo con todo aquello que lo confirma y seremos ciegos a todo cuanto lo niega. Y si alguien intenta demostrarnos que nuestra opinión no es correcta, la defenderemos hasta con violencia, como si alguien estuviese atacando a nuestra propia persona. Cuando dejamos de identificarnos con nuestras opiniones, pensamientos y emociones, ellos muestran su verdadera naturaleza son fugaces. Aparecen y desaparecen.

Si una emoción o un pensamiento toma posesión nuestra durante bastante tiempo, esto significa que nos identificamos con ellos. No vamos a deshacernos de ellos combatiéndolos. Basta con observarlos y tomar distancia. En consecuencia, dejamos de identificarnos con ello. Esto es suficiente para que estos pensamientos o emociones se desvanezcan después de algún tiempo. Porque la fugacidad es su naturaleza y solo nuestra identificación con ellos les ha dado gravedad e importancia.

Cuando nos identificamos con nuestro flujo de pensamientos (Pienso, luego existo”), nos esforzamos para mantener este flujo: sentimos la impetuosa necesidad de pensar constantemente. Tenemos miedo al silencio y dejamos siempre encendida la radio, la televisión, estamos atentos al teléfono o a cualquier otra cosa.

Cuando tomamos conciencia de nuestra verdadera naturaleza – que somos un espacio donde aparecen fenómenos efímeros – esto marca el fin del miedo y del deseo. Porque siempre somos plenamente nosotros mismos. La adición de más objetos o habilidades en nuestro espacio no añade nada a lo que somos. El espacio es infinito por su naturaleza y no podemos hacerlo más grande. Tampoco podemos perderlo, porque no es un objeto. En consecuencia, nuestra motivación para defender lo que tenemos disminuye, tal como nuestro deseo por adquirir siempre más. Llegamos a ser libres. Libres del deseo enfermizo y del miedo, dejamos de responder automáticamente a los estímulos externos. Nuestro esquema de comportamiento ya no se basa en la defensa o en el ataque, deja de ser reactivo.

El despertar

Cuando soñamos, nos parece que nuestro sueño es real. Sólo después de despertarnos nos damos cuenta que soñabamos. Todo lo que acaba es parecido a un sueño: no es del todo real, es efímero como un sueño. La iluminación consiste en despertarse del sueño de la identificación con las cosas. No somos nuestras posesiones, nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestro cuerpo, nuestros atributos o nuestra situación de vida. Somos el espacio, uno con el mundo.

Caminos hasta la iluminación

Para percibir el espacio, se necesita perspectiva y distancia. No nos damos cuenta del espacio cuando el cuarto está lleno hasta el techo. Del mismo modo, para percibir el silencio, se necesita calma. No nos damos cuenta del silencio cuando la música lo ahoga. Para dejar de identificarse con algo, necesitamos tomar distancia hacia esa cosa. Así, por ejemplo, mientras alguien está sano, no deja de identificarse con su cuerpo. Mientras alguien es feliz, no deja de identificarse con su situación de vida. Mientras alguien está íntegro, no deja de identificarse con sus convicciones. La enfermedad, la vejez, la muerte, las desgracias y las catástrofes son una oportunidad para que dejemos de identificarnos con las cosas, son una buena oportunidad para el despertar, para la iluminación.

Logramos percibir el espacio cuando contemplamos los espacios vacíos dejados por cosas que hemos amado, con las que nos identificábamos y de las que tuvimos que separarnos. El fondo de un cuadro se revela sólo después de haber quitado varias capas de pintura. No nos damos cuenta de la presencia del fondo si añadimos otra capa de pintura. Tampoco se llega a la iluminación adquiriendo nuevos conocimientos o viviendo nuevas experiencias. Por el contrario, la iluminación tiene sitio cuando hemos perdido mucho, hemos contemplado el vacío que apareció y tuvimos conciencia del espacio en el que las cosas aparecen, se mueven y desaparecen.

Nunca se puede decir sí o cuándo alguien podrá despertar del estado de inconsciencia. Sin embargo, podemos crear condiciones favorables para el surgimiento de la autoconciencia por:

·         dejar de pensar

·         escuchar el silencio

·         estar aquí y ahora

·         aceptar lo que es

·         dejar de resistir

·         perdonar

·         tomar distancia hacia sí mismo

La vida consciente

Todo lo que nace en el espacio es por su naturaleza bipolar y sujeto a la ley de los opuestos: a cada bien corresponde un mal. Nacimiento y muerte, luz y oscuridad, alta y baja, enamoramiento y odio. Cada placer o cumbre emocional contiene en sí una pizca de dolor su inseparable opuesto – que aparece después de un tiempo. Sin embargo, lo que proviene de la contemplación del espacio no tiene contrapartida negativa: son la paz, el amor y la alegría.

Cuando dejamos de aferrarnos a lo que tenemos, empezamos a gozar de todo: ya no requerimos que el mundo sea diferente para empezar a apreciarlo. Aceptamos todo tal y como es – sin emitir juicios sobre su bondad o maldad. Todo adquiere rectas dimensiones. Nada es absoluto o inmortal. Y esa perspectiva transforma nuestra percepción del mundo.

Vemos las cosas tal como son. Dejamos de evaluarlas, de ponerlas nombre, de definirlas, de catalogarlas, de asociarlas, de compararlas o de buscar para ellas un sentido, una justificación o una explicación. No tenemos ya miedo al vacío, al silencio, a nuestra  ignorancia, a nuestra incertidumbre.

Cuando tomamos conciencia del espacio, la paz que reina en este vasto espacio se comunica a nosotros. No somos una insignificante pequeñez en un universo amenazador, que vive suspendida un corto plazo entre su nacimiento y su muerte, con el derecho de gozar cortos momentos seguidos inevitablemente por el dolor y por la aniquilación final. Cuando tomamos conciencia de nuestra unidad con el entorno, nos llena el amor a toda la naturaleza, la alegría de la existencia.

Lecturas recomendadas

·         Tao Te Ching – por Laozi (libro chino de sabiduría, escrito alrededor del año 600 a. C.)

·         Bhagavad Gita – por Krishna (libro hindú de sabiduría, escrito alrededor del año 400 a. C.)

·         What the Buddha Taught – por Dr Walpola Rahula, 1959 (resumen de las enseñanzas de Siddhartha Gautama – conocido como Buda – que vivía alrededor del año 500 a. C.)

·         El poder del ahora – por Eckhart Tolle, 1997

La locura del judeo-cristianismo

El mesianismo

El judeo-cristianismo está profondamente fundamentado en la idea del mesianismo:

  • Mesianismo del pueblo de Israel, que condiciona su salvación con la venida de un salvador
  • Mesianismo de los cristianos, que condicionan la salvación con el acoge del bautismo
  • Mesianismo de la pastoral cristiana, que promete el paraíso a la gente que se comporta de acuerdo a las reglas dictadas por los gobiernantes
  • Mesianismo del Opus Dei, que condiciona el advenimiento de un paraíso terrestre con la conversión de las sociedades al catolicismo romano

De acuerdo con lo que decíamos en el artículo anterior, el primer inconveniente del mesianismo es que nos promete acontecimientos en el futuro y por lo mismo aparte nuestra atención de lo único que sea real, es decir del presente.

Otra idea fundamental vinculada al mesianismo es la instauracíon de la obligación del desarrollo. El desarrollo es presentado como un valor incuestionable. Sin embargo, no es cierto que el movimiento hacia arriba sea bueno y el movimiento hacia abajo – malo. Sólo la mente lo percibe así. El crecimiento suele ser considerado como algo positivo, pero nada puede crecer indefinidamente. Cuando algo crece sin interrupción, esto conduce antes o después al monstruismo y a la destrucción. La desintegración es necesaria para que algo nuevo pueda crecer. La desintegración es interdependiente con el crecimiento.

Se puede decir que el mesianismo nos aparta por lo menos de la mitad de la realidad. Es una peligrosa locura. Podemos también observar que cada totalitarismo se fundamenta en un mesianismo: transforma el presente en un infierno y en sufrimiento con la justificación que es necesario para la venida de una felicidad futura.

Un Dios creado a imagen y semejanza humana

Es difícil criticar al catolicismo, porque detrás de esta denominación se ha escondido tantos modos organizativos y espiritualidades, que sus defensores siempre logran sacar una cita de la Biblia o el ejemplo de un santo para defender el poder del Vaticano. Sin embargo, el catolicismo de hoy (oficialmente, la religión de un Dios misericordioso) prácticamente no tiene nada que ver con el catolicismo que lograba justificar y alabanzar las cruzadas, las reconquistas y las masacres de “herejes”.

Se ha subrayado muchas veces en este página que el rostro de Dios presentado por el Opus Dei es una caricatura de un dios tiquimisquis-vengador. Sólo en los últimos tiempos el catolicismo está empezando a hablar seriamente de un Dios misericordioso, pero los aspectos de la misericordia divina no han sido asimilados en su doctrina y en su organización. La visión que el Opus Dei tiene  de Dios está pues en pura continuación de la espiritualidad católica de los últimos siglos.

Hasta hoy, los niños que se preparan a su primera comunión en Polonia deben saber de memoria el contenido de un “pequeño catecismo”. Leemos en él que las “dos primeras verdades de fe” son las siguientes:

  1. Hay un solo Dios
  2. Dios es un justo juez que recompensa por el bien y castiga por el mal

Pues no, niño, el que te recompensa por el bien y castiga por el mal no es Dios, es tu papa o tu mama. El rostro de Dios presentado por el judeo-cristianismo es muy parecido a la idealización de la figura del padre visto por un niño de tres años: hay que agradarle a Dios, hay que pedirle con constancia para obtener lo que nos da la gana. El Dios-tiquimisquis judeo-cristiano es un ser susceptible, rencoroso y represivo. Necesitaba la muerte violente de su hijo para finalmente perdonar a la humanidad un imaginario pecado original. Necesita el bautismo para acoger los muertos en su seno. Necesita la confesión sacramental para perdonarnos. Y necesita de la estructura burocrática vaticana para guiar a sus ovejas.

En fin... ¿No hubiera sido más sano fundamentar el cristianismo en la revelación de Juan: DIOS ES AMOR? ¿Hubiera existido el Vaticano y el Opus Dei si el cristianismo se hubiera fundado en estas tres palabras?

El extremismo del Opus Dei

Podemos ahora preguntarnos si un miembro del Opus Dei está en camino hacia una vida consciente. Esto es muy poco probable teniendo en cuenta que su interior es perfectamente y completamente amueblado, que todo está estipulado, que su visión del mundo es fijada e inalterable. En vez de concentrarse en el presente para tomar consciencia de sí mismo y de los demás, los fieles de la prelatura están enteramente dispersados en una multitud de actividades. Se embarcan en cruzadas apostólicas para instaurar el reino de Dios en la tierra (¿qué reino y qué Dios?) intentando llegar “a todas las almas”, siempre galopando hacia el futuro, sin tiempo para verdaderamente contemplar a la persona que pasa por su lado, para vivir y padecer con ella. Viven proyectando hacia el futuro, olvidando experimentar el presente.

Los místicos españoles, en concreto, Santa Teresa, habla del “sólo Dios basta”. La gran santa ha descubierto que la persona es capaz de encontrarse a sí misma sólo en el vacío más absoluto. Por el contrario, el santo marqués incitaba a sus fieles a llenarse de cosas: deseos de santidad, ansias apostólicas, sana doctrina, dinero, sucesos profesionales, casas y decoraciones de lujo... Todo esto hace que la persona se olvide de quien es verdaderamente y se identifique por completo con los objetos y las ilusiones que le rodean, cosas que, últimamente, son efímeras y sin ninguna valor.

El fundador se jactaba de ser paternalista. ¿De qué paternalismo se trata? De aquél padre que proyecta en sus hijos sus propios deseos y el comportamiento que a él le parece justo y recto. No contempla a sus hijos sino raciona sobre “lo que deberían ser”. Con tal mentalidad se dice: “como Dios manda”. Tal modo de pensar forma parte de nuestra cultura occidental y fundamentó nuestra sociedad de hoy día. Esto, llevado al extremo, fue la esencia del pensamiento de Josemaría Escrivá. Escrivá formó en su imaginación un ideal de “caballero cristiano”, inspirado quizá del Quijote u otros cuentos para niños, sin siquiera buscar una justificación en la Biblia. ¡Vaya teología! ¡Vaya espiritualidad! ¡Vaya fundamento para ochenta mil seguidores!

Escrivá sentó todos los preceptos, criterios y fórmulas para llegar a ser “caballero crisitano” y encontró un buen caldo de cultivo para llevarlo a cabo: personas deseosas de alcanzar la santidad. ¿Quién no deseaba ser santo después de la guerra civil española? ¿Quién, en aquel entonces, se resistía ante un vademécum completo? Vemos la sencillez con la que se puede fabricar una locura personal  y colectiva, teniendo, además todos los visos de bondad.  Escrivá consiguió que una multitud secundara su espejismo.

Se comprende pues, que, habiendo hecho causa de la propia vida unos ideales ajenos, los habiendo asimiliados como propios, el miembro del Opus Dei que descubre la ficción se somete a una tremenda presión. Todo aquello en lo que creía cae por los suelos y se encuentra ante una oportunidad para la iluminación: reconocer que “ella no era eso”. Para prever esto, el fundador del Opus Dei afirmaba que quienes abandonasen la institución serían infelices para siempre, que no hallarían la felicidad en esta tierra, que tendrían un sabor amargo como el rejalgar. No hacía más que activar en sus seguidores el automatismo del miedo para impedirles tomar conciencia de sí mismo y del mundo.

Cuando alguien abandona la institución, uno de los trabajos interiores que deberá acometer con empeño será, precisamente, descubrir que sus miedos no son más que un espejismo, descubrirlos como tales, despegarse emocionalmente de ellos hasta que dejen de tener fuerza en él. Apegándose a sus sentimientos negativos no hará más que esos miedos cobren aún más fuerza en él. El miedo es uno de los factores que nos hacen persistir en la ficción. También existe ese miedo en la jerarquía de la Iglesia Católica. Miedo a que todo se les vaya de las manos. Prudencia y preservar la buena doctrina, dicen. Olvidan al Amor, al Dios de la Misericordia, olvidan que Dios cuida de los suyos. Es la prepotencia de controlar, controlar, controlar... Una Iglesia formada por hombres que tienen miedo a confiar en el Espíritu...

Gabuzo & Vera

<<Anterior>>







Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=16351