Trabajos con mis “hermanas”, en la Universidad y retorno a Lima.- Nicanor (XXII)
Fecha Friday, 28 May 2010
Tema 010. Testimonios


La cercanía que tuve, para hacer urgentes reparaciones en la zona de las auxiliares me hizo mucho bien aunque Cura y Director “marqués” no estuviesen de acuerdo. Ellos preferirían que se quedasen sin agua, luz, cargasen equipos muy pesados o la alarma contra intrusos las dejasen sordas y así se “santificasen” en su vocación hasta que alguien “no numerario” bajase del cielo con capa roja, ceñido traje azul y calzones rojos por fuera para echarles una mano. Creo que ambos se dieron cuenta que mis ingresos a la “zona de ellas” no era por hobbie sino por razones de suma urgencia y no me dijeron más.

Desde la Oficina de Ingenieros para la cual trabajaba, conocí el Colegio para mujeres - labor personal (es decir, no oficial para el conteo del Opus) - llamado CEIBOS. Curiosamente, tanto las “labores personales” como las “obras corporativas” – incluidos los Centros de “ellas” y “ellos” - eran patrimonio de la Universidad de Piura. Sin embargo dejó de serlo. Alguien comentó que por razones fiscales el patrimonio era demasiado y pasó a ser parte de la Asociación Civil, sin fines de lucro, llamadas ADEU o PROSIP. La pregunta será ¿Tanto era el patrimonio de tener menos de cinco Colegios y una veintena de Centros? Algo me hace sospechar que hay mucho más para que hayan tomado esa decisión y solicitado a algunos sus recibos por honorarios para girar gastos “fantasmas”...

Si bien un numerario no puede trabajar para otro a excepción de un permiso especial aprobado por los Directores Regionales bajo la excusa de “no servirse de la Obra para escalar puestos”, la realidad cruda y peluda sería que “todo quedaba en familia”. Colegios, Universidad, Institutos, Concesionarios… todos pertenecían a algún fiel de la Prelatura de tal modo que se asegurase que… ¿nadie se aprovechase de la Obra? Inclusive este círculo “virtuoso” llegó también al género romántico cuando algunos clérigos – ¿Por dirección de alguien? – buscaban emparejar supernumerarios con supernumerarias al mejor estilo del filme “Los Ríos de Color Púrpura”, thriller francés dirigido por Mathiew Kassovitz. Como me dijo un supernumerario: “por lo menos aseguro que no me será infiel”.

Puesto que los numerarios (as) destacados en Provincia son pocos (as), no faltaría que cuando alguna llamase por teléfono a LAS ERAS para recordarle al cura que tenía meditación o ir a confesar, yo reconociera quién estaba al otro lado de la línea y algunas veces diría un: “¡Hola Teresa dame un segundo a ver si está!”, risa al otro lado de la línea. Los numerarios no debemos “tutear” con nuestras “hermanas” porque… ¿así es la vida ordinaria? Es más, estoy seguro que en más de una ocasión he saludado a numerarias con beso en la mejilla al ir a visitar construcciones en CEIBOS. Acá en Perú es un modo corriente de saludar. En una ocasión, al salir del Comedor de LAS ERAS, me encontré con una señora conocida. Su esposo estaba charlando con otro numerario. La saludé con un beso y “¡Qué alegría verte por acá!”. Posteriormente el numerario vino con la corrección fraterna: “se saluda extendiendo la mano, porque mejor es pasar por mal educado y menos aún si esa señora a la que has saludado ha sido numeraria”. La última parte de la frase nunca la entendí ni pregunté cómo sabía ese dato si entre ambas “secciones” no había comunicación. Pasados los años comprobé que efectivamente, tal señora lo había sido.

Estas fugas de información entre una y otra “sección”… ¿Sería a causa de “ellas”? Lo comento porque el Director de Estudios nos narró en tertulia una anécdota acaecida en Argentina cuando un padre de familia preguntó si el Opus tenía secretos. El expositor rápido respondió: “¡Imposible que hayan secretos! Porque en la Obra, la mayoría son mujeres”. Algo semejante aconteció cuando el Prelado, Mons. Echevarría, solicitó quinientas vocaciones como meta anual para cada Región (porción de territorio dirigido por un Consiliario). Aún así, trascendió la noticia que en un Centro español de “ellas” habían alcanzado la meta. ¿Les darían un trofeo o medalla? Cuando estuvo de visita el Consiliario y el Sub Director contó “el chisme” éste se enfureció: “¿Y cómo pueden saber eso si pertenece a la otra sección? Además, no es verdad”. O sea, no serían las mujeres las incontinentes bucales sino los curas. Recordemos que eran los inicios de los correos electrónicos y la información “just in time”.

Si bien llamaba semanalmente a mis padres, mi madre anunció que me visitaría. Me preguntó cómo iba mi enfermedad y quién me atendía. Al contarle que el “Marqués” era mi psicomedirector, gastroenterólogo de profesión, no pudo menos que llamarle la atención y exigirle que sea atendido por un profesional. Así pues le impuso que iría todos los meses a Lima para ser atendido por un psiquiatra de verdad. El “marqués” se vio entre la espada y la pared. Aceptó, más aún cuando mi madre cubriría todos los gastos de viaje y medicinas.

He de contar que mis terapias con el “marqués” eran patidifusas. Parecía que era yo quien le llevaba la charla y él me daba cuenta de todos sus sufrimientos para luego terminar “Y ¿tienes algo que contarme?”. Después de tal rosario de dolores que padecía mi “Director”, le narraba las anotaciones que tenía apuntado en agenda para luego levantar la mirada y ver que estaba profundamente dormido. “Perdona, es que eres muy aburrido”, me diría. Solicité que, para no interrumpir su siesta, otro me dirigiese y aceptó. Me asignaron un cura. Lo malo era que el curita no sabía ni pío de depresiones y lo confundía con tristeza, desgana o pereza. Se lo comenté a mi psiquiatra en Lima y me dio unos folletos explicativos. Al entregárselos me miró sorprendido “¿Para qué me das esto?”, “Para que se informe de lo que es depresión y le pueda servir para atender a gente que la padece”, “¡No lo necesito! Yo ya lo sé todo” fue su respuesta. Comencé a confesarme con un cura agregado que, al parecer, no sabía “nada” y aliviaba mi alma con sabios y prácticos consejos.

Repentinamente cayó una propuesta para trabajar en una creciente y pujante Universidad del arzobispado. La paga era buena. Acepté. De más contar que de mi “casa” tres trabajaban allí. Al contarlo a mi nuevo Director-cura, me hizo la corrección fraterna: “¡No puedes trabajar para ninguna institución clerical sin autorización de los Directores Regionales y tampoco has pedido autorización al Director del Centro para aceptar! Nunca se acepta de inmediato porque tu disponibilidad es de la Obra y no tuya” Tenía toda la razón. En el Opus Dei hay que consultarlo todo y querer “libremente” lo que se nos diga, de tal modo que se me diría una vez: “Eso que quieres no puedes hacerlo, pero tienes que quererlo por ti mismo, no porque yo te lo pida por favor. Así que llévalo a tu oración, interiorízalo y hazlo un querer tuyo. Luego vas donde tal persona y le dices que no quieres porque te da la gana”. Así de “corriente y ordinaria” es la vida dentro del Opus. Bien, fui donde el “Marqués” y me dijo “¡Felicitaciones!”, dio media vuelta y siguió “chateando” con su nieto de los EEUU.

Incorporado a este nuevo empleo, me tocaría como Jefa una numeraria. El puesto era en el área de Imagen Institucional. En principio ambos trabajaríamos en la misma oficina pero había solicitado a su gran amigo el Vice Canciller, un cura catalán agregado, que le hiciesen una oficina en el primer nivel. Así que me quedé sólo en esa gran oficina acristalada y subía y bajaba para hacerle consultas. Puesto que la “ingeniería de procesos” no funcionaba, solicité al Administrador un cubículo en el primer nivel y acelerar el ritmo. Accedió, pero no solamente a ello, sino que se produjo un cambio a nivel interno y tal numeraria fue asignada a otra Dirección y, por Jefe asignaron a un supernumerario. Menos mal, porque la “señorita” hablaba lo mínimo indispensable pero, cuando se trata de diseñar, la ecuación es inversa.

El “Boss”, como le apodamos, es un sujeto muy divertido. La “señorita” extrañamente "perdió” las llaves de “su” oficina (“aunque nadie debe tener nada como propio”) y el supernumerario tuvo que agenciárselas para poder abrir los cajones. La “señorita” no se contentó únicamente con eso. Todos los días reportaba con el Vice Canciller la mala política que estaba tomando. ¿Cuál era esa mala política? Crear un grupo de estudiantes de protocolo, afiches promocionales con fotos de chicas y chicos vestidos con ropas a la usanza de cualquier universitario. Ante sus ojos apartaba la mirada por cuidar la “santa pureza”. Tal era su manía contra este “hermano” suyo y la “pureza” que, una noche, pasó por la oficina del equipo. Entró, comenzó a rebuscar en el archivo de fotos y romper las que no le gustaban. Mi compañero enardeció “¡Esto es un abuso y usted no tiene autoridad para esto!” a lo que respondió con toda paz “Tranquilo niño, sé lo que hago y estas niñas y niños con esas pintas y fachas dan mala imagen”. Aún así no la echaron del trabajo.

Entró a formar parte del equipo una joven numeraria. Nos caímos muy bien desde el inicio. ¿Cómo conciliar una buena relación denominada amistad entre “hermanos espirituales”?. Por ejemplo, pasábamos horas tratando de un determinado asunto y, entre charla y charla, hablábamos de nuestras familias de sangre, gustos, etc., bromeábamos entre nos y con el grupo. Tanto así que ante el resto de oficinistas éramos uno de los grupos con más carisma. Sin embargo esta numeraria tendría su fantasma: “la señorita”. Que, con frecuencia bajaba del tercer nivel a donde la habían mandado y la numeraria – si es que estábamos despachando algo – me solicitaba saliese de su oficina o yo salía de la mía. En ocasiones, cuando enfermaba, preguntaba por ella al “Boss” y le llamaba la atención por la poca consideración que tenía para con su grupo. “Tienes razón, me dijo. ¿Llamaré a SAUCES? ¿No me reñirán?”. Llamó a su “casa” y le dijeron que ya estaba mejor. En ocasiones, cuando venía de su curso de retiro, entraba en conflicto con su conciencia “Nico ¡No puede ser! ¡Llevo más de una hora charlando contigo de mis padres y hermanos y no sé por qué!” Se llevaba las manos a la cara y salía a la Capilla. Se estaba creando un revoltijo de emociones y destapando eso que se suele conocer en el Opus como “amistad particular” o “afecto desordenado” o “emociones fuera de su sitio” o “quitar los candados del corazón”.

También me di con la sorpresa que trabajaba allí una ex auxiliar. “Tú fuiste mi hermano” me dijo una vez sin entender a qué se refería. Al día siguiente me mostró una foto en la que aparecíamos varios en su casa con su hermano cura agregado de paseo por la serranía Cañetana. Había sido auxiliar, formada en CONDORAY, dejó o la echaron del Opus sin un céntimo y, para empeorar las cosas, estaba embarazada sin haberse casado por la Iglesia.

Aunque la actitud de algunos docentes para con sus alumnas era de escándalo abierto y conocido a pesar de ser casados, a ella le pusieron ultimátum: “O te casas o te vas. No puedes pertenecer a una Universidad Católica con esa forma de vida” la increpaba el Gran Canciller azuzado por al “señorita”. También he de decir que había otras señoras de limpieza que tenían un estado semejante y nadie las amenazaba. Ante tal tesitura le recomendé: “Conseguir un nuevo empleo es muy difícil y menos si no tienes título de nada, además estás embarazada. Cásate por religioso porque tu matrimonio es nulo, lo estás haciendo por coacción”, la “santa coacción” o ¿la santa venganza? Como para demostrar que los que se marchan sufren las consecuencias del pecado de traicionar “la Obra de Dios”.

Puesto que nuestro trabajo conllevaba gran cercanía con los estudiantes para el desarrollo de eventos, conocí e hice amigas y amigos universitarios. Fue lindo. Tal era la empatía que teníamos que otra numeraria – de la que narré la anécdota en mi escrito “Conversaciones con una numeraria auxiliar” – me dijo: “Creo que no te lo han comentado en tu casa, niño, así que yo misma te haré la corrección fraterna. Tu trato con las universitarias no es propio de tu condición”. Corona de lo ilógico que es el Opus actuando en las mentes de sus “Queridísimas hijas e hijos” (como introduce el Prelado sus cartas mensuales. Antes sólo era “Queridísimos hijos”, menos mal que – pasados los años - las incluyó a ellas también).

La “vida en casa” iba de mal en peor. Ya no soportaba los “despachos” de Consejo Local, la detestable contabilidad y papeleos, las correcciones fraternas de “hacer la labor en el Centro” y no “en la Universidad”, la amistad cada vez más estrecha que tenía con esta numeraria y los sentimientos que empezaron a aflorar… Tras el curso anual del 2004 solicité formalmente se me dispensara de mi labor como Secretario – que venía ejerciendo casi una década – y consejo qué hacer para domesticar el corazón y sus afectos ¿Me estaría enamorando?

Retorné a Chiclayo. Para disgusto del Director ahora otro tendría que asumir el cargo de Secretario, encima, el Sub Director había sido destacado para ir a empezar el Opus Dei en la India. Nombraron nuevo Secretario, menos escrupuloso que yo para despachar papeles y cuentas, lo cual hacía rabiar al “marqués”. El numerario se marchó sin despedirse de nadie, rarísimo porque probablemente ya no le vería en esta vida pero… “en la Obra no solemos despedirnos” dice la norma de Escrivá.

Al re incorporarme en la Universidad hablé con el Administrador y el “Boss” de la nueva dependencia en la cual podría trabajar. Mis compañeros se quedaron un tanto desconcertados al igual que esta numeraria que la pilló a la primera “Lo haces por mi ¿verdad?”, “Sí”, “No te preocupes, que yo dejo este trabajo pronto, me trasladan a Lima”. Igual me mudé de oficina y oficio. Sería esta chica, a quien sigo considerando amiga donde esté, la que me dijera algo que se quedó grabado en mi cabeza “Nico, tu familia de verdad son tu mamá, tu papá y tus hermanos”. Nada más cierto.

En fin de año de 2005 el Vocal de San Rafael me comunicaría que me trasladaban nuevamente a Saeta para reflotar la labor con chicos. Dejaba en LAS ERAS ya cierta experiencia de cómo llevar clubes a los agregados y supernumerarios jóvenes con quienes trancé una auténtica amistad. Me dolió en el alma. Recordé aquel día en que quería llamar al Consiliario para retornar, ahora no quería irme por nada del mundo excepto Dios que me lo imperaba. Me despedí de todas y todos, entre ellas estaría la que hoy es mi esposa (esa historia la reservamos para un libro que tenemos en mente).

Pregunté al Vocal: “Y, cuando regrese ¿Tendré trabajo? Acá me costó dos años encontrar uno y ahora que estoy en la horma de mi zapato me mandan de nuevo a Lima. ¿No sucederá la misma jugada que me hicieron al salir de Lima? Ya tenía todo montado y me trasladan a Chiclayo”, “Despreocúpate” me dijo con candor materno, “Trabajarás como Oficial de la Comisión en temas de proyectos de Oratorios”.

Dejé ciudad en la que eché raíz. De hecho, en ocasiones, digo que soy chiclayano. Me presenté en traje formal – como dicen las normas – a trabajar en la Comisión ¡Qué sorpresa me llevaría entonces!

Nicanor (eco_challengers@hotmail.com)

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