En Chiclayo: trabalenguas mentales y una casa “de cabeza”.- Nicanor (XX)
Fecha Friday, 21 May 2010
Tema 010. Testimonios


Chiclayo, para los lectores no cercanos a esta tierra maravillosa que es Perú, es un enclave norteño de conexión entre la Sierra y la Selva. Allí me encontraba yo el tres de mayo del año dos mil. Antes había enviado todas mis cajas de libros y revistas propias de una persona que amaba su “vocación profesional” pero la había cambiado por la “vocación profesional interna” expresada por los Directores. Vale decir, el Opus Dei dirá “todos en la Obra ejercen una profesión, algunos en labores internas, tal como cualquier profesional que siendo médico termina ejerciendo otra tarea distinta de la que estudió, algo normal y corriente”.

La distinción entre ambas “vocaciones” es de suma importancia. A los quince – edad en la que entré a formar parte del “manicomio”, como diría Escrivá – no tenía claro qué quería ser profesionalmente. Una vez optada por la carrera en la que mejor podía desenvolverme quedé fascinado. La “vocación” se entiende en el marco de un “llamado” por parte de alguien y una analogía aplicada a la profesión que te encanta ejercerla y encima te pagan por ello. En el Opus Dei, se nos dirá al inicio que el “ejercicio de la profesión” (nótese el cambio de “vocación” a “ejercicio”) nunca se pierde aunque uno sea “llamado” (vocación) a las labores internas, que suelen ser temporales para luego retornar al ejercicio de la “vocación” profesional. Todo un trabalenguas cerebral imposible de digerir. Como diría uno de los primeros en la Obra, si Escrivá solicitaba que todos usen cucuruchos en la cabeza, se los ponían. Cuando dejé el Club SAETA estábamos financieramente quebrados. En principio cada “casa” del Opus se “financia” con los ingresos de sus residentes que ejercen su “vocación” profesional pero, en nuestro caso, como habían convocado a los “cheers leaders” para pescar chiquillos – es decir jóvenes – y esto nos absorbía toda la tarde hasta entrada la noche, no había ingreso económico. “¡Pero consigan un trabajo a medio tiempo!”. Menuda sandez. ¿Qué empresa contrata un joven egresado que tiene que ser “carne de cañón” por cuatro horas y encima con buena paga? Casi convencido que los Directores Regionales nunca habían trabajado fuera de “labores internas” o “personales”...



Como Secretario del Centro me veía en grandes aprietos, no solamente porque Escrivá dejara normado que cada “casa” cubra sus gastos sino porque tenía que demostrar ante el Secretario (financista) de la Comisión Regional que no calificábamos para auto sostenernos más aún que habían trasladado a otras “casas” a las gallinas que tenían los huevos de oro. Aún así, el monto solicitado a la Comisión era inferior a lo estimado a modo de “busquen los medios” como buenos hijos de Escrivá. Puesto que lo primero que había que pagar era la Administración: sueldo inicuo para las numerarias auxiliares y regular para la numeraria de turno – dependiendo quién sea -, luz, agua y otros servicios quedaban en vacío. Algo ingresaba de la gestión del Club, por lo menos las cifras ya no eran rojas. Quisiera aclarar que la gestión consistía en la contrata de profesores, marketing, cobranzas, pagos y seguimiento de morosos. Escrivá, que nunca en su vida dirigiría un Club de escolares, aconsejaría que de estos menesteres se encargue un supernumerario con tiempo. Todos al unísono dieron un paso atrás cuando se les convocó. ¿Por qué? Porque, obviamente, tenían sus ilusiones profesionales y familiares por encima de todo. ¿Quién de todos ellos vería el Opus “como un hijo más”? Creo que uno y solamente de boca para fuera, un joven médico que nunca encontraba novia porque a todas las aburría con su único tema de conversación: el Opus, si conservaban su virginidad (para proponerlas como supernumerarias) y si estaban dispuestas a ser madres de una familia numerosa. Aún así agotaba hasta a sus novias supernumerarias. Ya dinero a pagar por concepto de Administración era fortísimo pero había que solventar a “nuestras hermanas pequeñas”.

Dejé SAETA en un estado económico paupérrimo, más aún con una enfermedad en ciernes que me había retrasado tremendamente en hacer las cuentas, arqueos y relleno de formatos.

Retorno a la mañana en que llegué a Chiclayo. Ya había estado antes allí de campamento con chicos pero no lograba ubicarme. Puesto que debía vivir la pobreza, no contraté taxi, sino un hombre con triciclo para llevar desmonte y de paso me llevase a mí. Tras varias vueltas y preguntas dónde quedaba la “casa” caímos en la cuenta que era la calle posterior al terminal de buses. Acabé pagando los servicios del buen señor a un precio mayor al de cualquier taxi. Otra raya más al tigre.

Quedé varado en la puerta – con maletas y mochilas - porque no había nadie en “casa”. Eso de “esperarte” o “recogerte” estaba reservado para las narraciones de “Crónicas”. Al fin llegó un cura. “¡Bienvenido! No te esperábamos”. En fin. El Internet todavía no era común pero Graham Bell ya había descubierto el teléfono. Los Directores no se habían llamado para avisar que salía de Lima para arribar a Chiclayo.

No más llegar, saludé al Santísimo, pregunté cuál era mi habitación – tampoco sabía – así que me metí al de invitados y a la cama. Una noche de viaje sin dormir, esperar bajo el Sol y toda la adrenalina desplegada hicieron que la cabeza me retumbase de dolor. Por la tarde, uno me acompañó a almorzar – justo el mismo que me despertaba cuando en uno de mis primeros cursos anuales, estando yo enfermo, me despertaba para que no hiciese siesta – y me indicó mis deberes y obligaciones. Era buen chico, poco mayor que yo y al triple de ortogonal que yo. Apenas salir del Comedor, me presentó un “amigo” suyo y le dijo “Fulanito, desde ahora Nico te va a tratar y va a ser tu amigo. Nico, justo iba a hacer la oración contigo”. Gracias a la enfermedad estaba ya desarrollando en mi interior un fuerte rechazo a las imposiciones. Ido este numerario le dije al chico: “gusto en conocerte, anda tú sólo a hacer tu oración yo hago la mía por mi cuenta”.

¡Qué decir! Me sentía en “Bavia”. Ajeno a todo y ya tenía que “tratar” a alguien que no conocía de nada. Pasé la tarde visitando la casa de cabo a rabo, más aún si iba a ejercer de Secretario de la misma. La casa, era por demás fea y oscura. Repleta de cuartitos minúsculos. De tres niveles, uno al que se tenía que acceder por una escalera de muchísimos peldaños. Al tiempo viviría yo en “la torre”. Por lo pronto no se le ocurrió mejor lugar para alojarme al Director, que en la Secretaría del Centro, con una mueble cama, mesa redonda y armarios llenos de toda la burocracia propia del Opus. Festín de hongos y polillas. Y eso que Escrivá dijo “para saber el estado del alma de un hijo mío me bastaría ver su armario”.

Por la noche, cada uno cenaba cuando podía – igual que en SAETA -. Me dirigí a la habitación de “tertulia” y el panorama era desolador. El numerario “cuadritos” estaba hablando por teléfono, los otros cuatro sentados leyendo el periódico y uno de los curas dándole golpes a una vieja TV para dejar de ver la batalla eterna de las hormigas blancas versus las hormigas negras. Como era “manitas” le pedí al cura mayor que se sentase. Eché un vistazo al aparato, conecté la antena de conejo y sintonicé los canales con la perilla. “¡Por el Amor de Dios!” exclamó el viejo cura, “desde que estoy en esta ciudad jamás he visto la TV así” y los demás se echaron a reír. No encontré motivo de risa. ¿Nadie podía haber hecho algo tan simple habiendo dos ingenieros de la UDEP allí sentados? Ahora sí prestaron atención a la TV, la apagaron, tuvimos un momento de “tertulia” para cumplir con la costumbre, me preguntaron por mi viaje – no sé si les interesó un comino – lectura del evangelio, para variar el de turno no lo había hecho, examen y a la cama. El numerario “cuadritos” seguía en el fono.

Puesto que mi agenda por las mañanas estaba libre, me dediqué a hacer un poco amable la “casa”, arreglos, limpieza y reparaciones. Cambié las luminarias mortecinas por focos de mayor potencia, reparé algunas tejas que filtraban agua dentro de las habitaciones… ¿Cómo podían haber vivido tanto tiempo en esas condiciones? Inclusive trasladé el cuarto de las tertulias y la TV a un ambiente más grato e instalé una antena aérea en la azotea. Esto suscitó dos anécdotas que a continuación narraré.

La antena aérea fue como dar el primer paso en la luna. La calidad de la imagen era “high quality”. El cable coaxial ingresaba por la ventana. Al poco llegó un papelito de la Administradora: “Solicitamos se nos instale también TV-cable en nuestro living”. Era una metida de pata como aquel de “nos gustó mucho el tacu-tacu” de la que “mis hermanas pequeñas” o la mayor quería también su trozo.

La batalla por tener televisión por cable era un lío. Mientras que la Comisión lo tenía y todos los demás Centros también, nosotros teníamos que conformarnos con la pobre calidad de la programación local. El primer argumento para conseguirlo – porque había que pedir permiso a la Comisión – fue so pretexto de ver el Programa de la Madre Angélica pero, como la carne es débil, “Indiana Jones” terminó vestida de monja junto con “Rambo”. El numerario Congresista y ahora Ministro lo solicitó como imperativo para su descanso. A él se aunó el “ingeniero” con el pretexto de la necesidad de “aprender inglés”. Mientras el Congresista se iba de parrandas y lobbies, con el “ingeniero” veíamos las películas que le apetecían. Lo terrible del ingeniero es que su “manía” era el zapping y no podíamos ver nada completo para “practicar nuestro inglés”. Acabados los argumentos y demostrado ante la Comisión que la televisión por cable era para el tiempo de descanso de los numerarios se arguyó tras solicitarlo en papelito de retorno tras consulta “el tiempo de descanso de los numerarios es cambiar de actividad, por ejemplo: hacer proselitismo”. Cierre al tema. Menos mal que el Director descubrió mis dotes de “manitas”, compró un TV nuevo de un dinero de quién sabe dónde que empalmé al equipo de sonido y veíamos mensualmente películas comerciales en sonido “sound surround”. Al mejor estilo del adagio empleado por el Fundador: “donde se cierra una puerta se abre otra”.

LAS ERAS era el nombre del Centro y su subsidiario para los agregados se llamaba CAÑAL. Si éramos tan pocos ¿por qué tener dos Centros?, me preguntaba. “Es que la labor con agregados tiene que realizarse en una casa que no llame la atención” me dijo el Director. “Muchos de esos chicos ni siquiera han visto mármol o parquet, traerlos por Las Eras sería traumático, del mismo modo para el nivel de los agregados que tenemos”. Para esto, el Director, es un médico arequipeño de tez morena que argüía de niño haber nacido “con piel blanca y ojos verdes”. Decía provenir de familia de alcurnia, acostumbrado a modales finos y ropa de sastre. Todo un personaje. De por sí ya le llamaban “El marqués de Mollendo”. Para mi mala suerte este personaje fue seleccionado por el psiquiatra colombiano como su sucesor. El “marqués” sería mi médico y a quien se me asignaría para hacer la “charla fraterna”. Importaron también otro cura arequipeño, doctor en Derecho Canónico – ni más ni menos – que sería capellán del Colegio Algarrobos, “labor personal” del Opus Dei en la que entraría a trabajar hasta que encontrase algo mejor. En el Colegio Algarrobos empecé a enamorarme de la gente de esa ciudad que tanto temor me causó.

Nicanor (eco_challengers@hotmail.com)

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