Con el casco agujereado, palabrotas y un viaje inesperado.- Nicanor (XIX)
Fecha Monday, 17 May 2010
Tema 010. Testimonios


Las ciencias médicas no saben aún dar razón certera de las causas depresivas, lo palpable era que mi “casco de latón” había sido penetrado por las “balas de cañón” de la incoherencia de una vida llamada “corriente” que no era para nada la de mis compañeros coetáneos ya profesionales en el ejercicio de su carrera. Por otra parte la insistencia de mi madre que iniciase unos estudios de Maestría y la negativa de mi Director puesto que no había quién para la “labor de San Rafael”.

Sí. Estaba dentro de un Consejo Local. Veía el momento en que el Director, Sub Director y Cura desnudaban las conciencias de los pocos residentes de la “casa”. Usualmente me quedaba callado, escuchando y aprendiendo de mis “hermanos” mayores el cómo se expone estos temas en el Consejo y la “recetas” ascéticas – a veces auténticas balas de francotirador – para ayudarles en su “camino de santidad”.

Considero que una de las causales que debilitó el cascarón en que la Obra había envuelto fue el cariño de los niños. Éramos cuatro los involucrados en la “labor del San Rafael” pero había un algo que mis padres habían forjado en mí que me hacía especialmente magnético y esto aún antes de haber pitado...



De los cientos de niños con los que traté, intenté aplicar ese “compelle intrare”, “violar” sus mentes y corazones, para que amasen a Escrivá, su espiritualidad, su normativa e infundirles los deseos de ser aspirantes al Opus. En “Crónicas” se narraban historias donde decenas de niños de clubes de San Rafael estaban ansiosos por ser numerarios llegados los catorce y medio. Pero - a pesar de todo - se desató una fuerte violencia en mi interior. El cariño sincero que daban esos pequeños no podía ser devuelto sino con más cariño. Un amor sin “agenda oculta”, sin intereses detrás.

Usualmente los otros dos andaban en otros quehaceres y quedábamos tan sólo dos. Así que nos repartíamos el trabajo de darles charlas y llevar sus “confidencias”. Recuerdo que en mi grupo había un chico que no tenía los dotes ni de talento, carácter y posición solicitados por el Fundador. Era un niño no apto para la labor y no por ser rebelde sino porque provenía de una pareja divorciada donde los padres ya estaban enlazándose con otras personas y, para empeorar la situación, el chico tenía una malformación que le impedía un desarrollo normal. Pero su madrina era una supernumeraria “de peso” y menos mal, porque nos hicimos muy cercanos. Un buen día, me tomó por las mejillas – que las tenía más llenas en aquel entonces – y me dijo; “en la charla anterior nos dijiste que Jesús hacía reír a los niños… tú me has hecho reír nuevamente”. No pude menos que estrecharlo entre mis brazos y sentir la angustia por la soledad en la que vivía inmerso.

Varios de estos chicos, ahora ya profesionales, me los he encontrado en la calle y han quedado sorprendidos que ya no siga dentro del Opus. Como “soldado de Escrivá”, en mi “casco de latón” tengo más de una docena de rayas de “pitajes” - ¡Inclusive de numerarias y supernumerarias! -, varios y algunas se han ido al paso del tiempo y otros aún perseveran dentro del barco de fantasía del Fundador. Desde esta Web, para con los que no he logrado contactarme por haber perdido sus números celulares, espero que sepan perdonarme por embarcarlos en una quimera.

No era de los numerarios estrategas que movía piezas a la distancia. Me enrolaba en la primera línea, estaba en los primeros anfibios del desembarco en Normandía y hasta iba un poco más allá. Sería por eso que, cuando una supernumeraria hizo referencia de mí ante el Consiliario – yo ya marchado del Opus – el Monseñor se echó a llorar. ¿Lágrimas de cariño por un hijo que se le escapa? No lo creo, porque al poco de marcharme llegó indicación a todos los que seguían perseverando que no se escribiesen conmigo y se corrió la voz que había marchado a otro país o trastornado mentalmente. Menos mal casi ninguno hizo caso de tal directiva y, felizmente “desobedecen” a sus Directores. Para culminar la anécdota de la supernumeraria que metió la pata con su comentario, al día siguiente envió a su marido para darme con una sartén por la cabeza. Había hecho llorar “a su santo Consiliario”.

Tras el inicio de la enfermedad y los experimentos químicos a los que era sometido, algunos dieron resultado y estabilizaron en algo mi estado emocional. Por lo menos ya no lloraba como una magdalena ni tampoco tenía ansias de quitarme la vida. Pero la labor de San Rafael con niños al encargo de uno sólo se había desmoronado y la de los otros numerarios con adolescentes “fieras” marchaban al ritmo de sus respectivos progenitores. Ninguna “fiera” – obviamente – pitó y, menos mal. De mi grupo, antes que enfermase pitaron dos aspirantes. Gracias a Dios se fueron al poco. Por los Centros que había pasado antes siempre había dejado una o dos “vocaciones”.

Como miembro de un Consejo Local asistía a las “Convivencias Especiales”, sólo para Directores. Tocábamos temáticas específicas por grupos y casi siempre el tópico era el proselitismo. Que recuerde nunca se tocó el tema de “los enfermos en casa” o “el cariño de la vida en familia”. A cada grupo se nos repartía un temario para estudiar y sacar una serie de conclusiones. A ciencia cierta no puedo dar razón para qué servía tanto esfuerzo. Por lo menos para mí suponía esfuerzo puesto que era el benjamín de un grupo de mayores en casa y me cedían generosamente elaborar las conclusiones de sus conversaciones que no iban más allá de un té de señoras con pantalones (en aquel entonces las mujeres célibes del Opus tenían que usar falda obligatoriamente). Tal fue mi desconcierto de la poca seriedad con que tomaban este encargo de la Prelatura que increpé al director de mi grupo que no teníamos conclusiones definitivas para presentar y me respondió con desparpajo “tranquilo Nico, eres joven y por eso impulsivo, con los años aprenderás a llevar esto con relajo. Anota lo que creas conveniente y listo”.

Efectivamente. De mi madre había asimilado el vicio del perfeccionismo y del Opus el del fanatismo. En tales medidas que, durante uno de mis cursos anuales recuerdo que llevaba la asignatura de “De Deo Trino”. Iba a clases con mi laptop y tomaba minucioso apunte de lo que el cura dictaba. Era divertido porque mientras el cura traducía del latín al castellano los tomos de Tomás de Aquino, el numerario de mi lado experto en latín y castellano – que una vez nos dictó clases – tomaba notas en latín nuevamente. Tras clases me refugiaba en mi habitación con una ruma de libros para hacer los pies de página, cuadros mentales. Un numerario, ahora ministro del actual gobierno Aprista, se la pasaba durmiendo en clase y lo despertaban para el Ave María final. Como no era tonto y sabía que tomaba minucioso apunte me solicitó una copia para poder imprimirla antes de los exámenes. “No te preocupes, te los paso, pero déjame redondear ideas porque creo que tengo varias herejías anotadas porque el cura traduce demasiado rápido”. Al tiempo de exámenes aún no había concluido en corregir las herejías y tal numerario se enfureció. “¡Dame tus apuntes! Me increpó”. “Aún no puedo, porque no lo he terminado de corregir” y, el señor este culminó estrellando la puerta del dormitorio y gritándome “¡Métete tus apuntes al culo!”. ¿Creerá el lector que pidió luego disculpas? Para nada.

Es totalmente comprensible que pedir una disculpa cuesta vencer el ego, pero el uso de palabrotas dentro de una institución de santificación personal sólo lo había escuchado de Escrivá en lo que denominaba “apostolado de la mala lengua”. Para muestra dos botones más. La primera cuando en un encuentro de fútbol uno de los Directores de un Centro me lanzó grosería y media por no haber atajado un pelotazo al arco. “Pero no te enojes así, lo importante es que jugar” le reproché. “Jugar… ¡Estúpido, lo importante es ganar! Sino sabes jugar lárgate” y me fui. Ya en la casa de convivencias no le dirigía la palabra. Normalmente ser insultado por uno de mis “hermanos” no me agradaba. Tomó la iniciativa y se me acercó “Se ha herido tu susceptibilidad ¿no? Entonces te pido perdón para que no te pongas sentimental”. Entendido esto como la disculpa más rara que he escuchado en mi vida y puesto que era con quien llevaba mi “charla fraterna” – porque en el Opus uno no elige con quién hablar de asuntos de conciencia sino que se le asigna una persona – mejor convenía hacer “las paces”. Otra sucedió en Tradiciones, cuando recibí a un chico de buena pinta que venía a preguntar por las actividades del Centro. Tras la conversación y dejarle en la puerta el Director me llamó rabioso. Cerró la puerta y espetó: “¿Es que acaso eres un imbécil?” Me quedé de una pieza. “Pero ¿en qué te he contristado, respóndeme?”. Dijo: “El chico que has atendido es hermanastro de uno de la “casa” y, al verlo, se ha sentido ha sentido muy afectado y ha venido a contarme… ¿Pero es que no tienes cerebro?”. Seguía aturdido. “¡Es que no tenía ni idea que era de un romance de su padre!”. “¡Pregunta pues tonto, pregunta!” y me echó de Dirección. Salí abatido. Cabe aclarar al lector que en las “casas” de la Obra no se suele hablar de nuestras respectivas familias de sangre. Es más, nunca supe si los que vivían conmigo tenían hermanas o hermanos y, hasta un cura mayor al cual le pregunté por su “familia de sangre” acabó pidiéndome perdones por contarme de ellos. Tras la retahíla de increpaciones fui donde este “hermano” mío y le pedí disculpas puesto que no sabía para nada que era hijo bastardo de su padre. “No te preocupes Nico, no tenías porqué saberlo”. Al cabo del tiempo me enteraría que el Fundador tenía estos mismos arranques de furia y e insultos para con sus hijas e hijos bajo el pretexto de “salvaguardar” lo que Dios le había “revelado”. Menos mal, que a diferencia de Escrivá, estas personas no lanzaban cosas. Eso sí, no pedían perdón. Sería de un profesor universitario del que aprendí el significado aquel de Jesús “de toda palabra que salga de tu boca habrás de rendir cuentas” y no de mi “familia sobrenatural”. Curiosidades de la vida… ¿Para enreciar el carácter?

Imagino que todo este cúmulo de tensiones entre lo normado y la vida “en familia”, la ausencia de “cariño”, una “santa coacción” a ejercer en los niños, el “desnudar” la conciencia de mis “hermanos” en las reuniones de Consejos Locales, la ausencia de tiempos propios para tirarme sobre el mueble, quitarme los zapatos y leer el periódico o ver la TV o picar del congelador una bebida cuando se me antoje… una vida de “familia” postiza donde hasta el cuidado de los enfermos está normado en un escrito de Escrivá, anulaba todo tipo de espontaneidad, libertad e ilusión. Inclusive le escribía “al Padre” cada mes y hasta dos veces por mes – luego me enteraría que las cartas las leían las numerarias – e inclusive me llamaban la atención porque en algunas ocasiones era demasiado coloquial y en otras, cercanas a la enfermedad, lóbrego. A Juan Pablo II también le escribía cartas en ocasiones especiales y llegaba respuesta de uno de sus Monseñores encargados. Aún conservo aquellas. De mi supuesto “Padre” no recibí ninguna, bastaba con su “carta mensual” y – aclaro para los lectores perspicaces – tampoco esperaba que me respondiese. Sí me llevé sorpresa al recibir cartas del Vaticano.

Retornando. Una vez más, los niños serían los protagonistas de un enfado de Jesús. “¡No les impidan que se me acerquen!” en un arranque de celo de sus discípulos. Imagino que el Maestro debe haber sido muy espontáneo en su forma de ser y actuar. Tampoco tuvo palabrotas ni para los que le mataron lentamente.

Más lúcido y con el ánimo restablecido con las “pepas mágicas”, tras un curso anual el Vocal de San Miguel me llamó aparte. Hemos pensado que vayas a apoyar la labor de “San Rafael” en Chiclayo en otra provincia del Perú. “Allí viven sultano, mengano y berencejo, necesitamos que se arme algo como lo que hiciste en Saeta”. Le repliqué “Pero tú sabrás que estoy enfermo y medicado”. “Sí, creemos que el cambio te hará bien, irás de Secretario del Consejo Local” - ¡Ay! Nuevamente a las cuentas y relleno de formatos -, bueno “ecce ego quia vocasti me” (acá estoy porque me has llamado) le dije, “para eso me hice numerario”.

Al visitar a mis padres tras el curso anual, les conté que viajaría a Provincia para atender allí una labor un buen tiempo. Si en Saeta había permanecido cinco años probablemente allá estaría otro tanto o más aún. Mi madre se echó a llorar y se fue a su habitación. Partí el dos de mayo del dos mil.

Nicanor (eco_challengers@hotmail.com)

Pd.- A mi "¿Queridísimo hijo?" Casperbana. Como mencioné en algún relato anterior no me considero la Inmaculada Concepción ni el hijo predilecto de Escrivá. Santo no lo seré aunque alguna vez estuve en los altares tratando de reparar un foco y tuve que arrimar la imagen del santo.

Un numerario me escribió diciendo que nunca tuve carácter para ser del Opus, mejor piropo no me han echado, para mi pesar nunca me pidieron que me vaya. Sí me llama la atención en lo que escribes que, dentro de una empresa tan escrupulosa como el Opus Dei, nunca se me hizo corrección fraterna de lo que mencionas y, si me la estás haciendo, ya es muy tarde.

Tampoco mis Directores me dijeron nada respecto a esa “búsqueda de mi mismo” por lo que debo entender o que no les importaba lo más mínimo o no tenían ni idea de lo que es gestionar Clubes, algo que tuve que aprender a cocachos.

Tampoco de todos los ítems tan lindos y maravillosos que mencionas se recogieron en las experiencias de Consejos Locales. Definitivamente debiste haber estado allí o solicitar al Prelado permiso para escribir uno porque les ayudarías a tus "hermanos" ¡Hasta puedes dar una ciber conferencia! obviamente cubriéndote el rostro con una... ¿burca?

En resumen, si bien el “vuela libre”, para pesar de los fieles de la Prelatura, no existe – porque todo está reglamentado, normado y sacramentado y los Vademecums hay que leerlos y meditarlos con cierta periodicidad., la estrecha vinculación que tenía con el mismísimo Vocal de San Rafael para la dirección del Club de chicos era de despacho diario. En Saeta permanecí seis años, me ganaste por dos. De los niños y adolescentes que conocí me escribo concretamente con cinco, con dos papás, tres ex numerarios y uno esos chicos es padrino de mi hijo. Si me los encontrase por la calle ni los reconocería, ya sabes, los niños crecen y cambian ¿tienes hijos?. También, he adelgazado tanto y ahora uso lentes. Ni me reconocerían.

Ahora, tú, ¿Con cuantas ex chiquillos te escribes?, ¿Cuántos forzaste a pitar?, ¿Eras de espíritu de trabajo en equipo o también te “buscabas a ti mismo”?, ¿Cuántas veces llevaste a tu oración o lectura espiritual el Vademecum de la labor de San Rafael”, ¿Qué te aconsejaba la Vocal de San Rafael?, ¿Cuáles eran esas "agendas ocultas" u objetivos de corto plazo a tratar con los pitables?, ¿Tratabas a todos por igual o sólo a los que "interesaban", ya sabes, eso de cien almas nos interesan las cien? y ¿Leíste el dossier de “Clubes”?, ¿Cuántos clubes de niños has dirigido? (Ojo: dirigido, gestionado y organizado, no solamente conversado con los niños a la hora del té). ¿En las catequesis y visitas a enfermos te interesaban los niños de la catequesis, los efermos o únicamente los san rafaelinos?

Tus puntos de vista me parecen sumamente interesantes como contrastes personales de dos personas que han participado de la misma labor pero por favor, no me escribas la reglamentación de Escrivá sino tu percepción personal, lo que auténticamente piensas y sientes: lo bueno, lo malo y lo feo.

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