La batalla con los niños, un extraño sueño y el inicio del fin.- Nicanor (XVIII)
Fecha Wednesday, 12 May 2010
Tema 010. Testimonios


Cuando pisé el Centro Cultural Saeta éste se dividía en dos: el Centro Cultural, representado por una casa moderna donde se hacía labor de San Miguel y el Club, una casa pequeña de estilo campestre y es que el lote era grande. Al frente del mismo está situada la Universidad de Lima cuyas ventanas de la Biblioteca dan directamente hacia varias habitaciones, una de ellas la “mía” de tal modo que al despertar podía saludar a las señoras de limpieza del edificio y al anochecer dormir al ritmo de las cumbias y gritos de los guardias de seguridad.

Tal como había acordado con el Vocal de San Rafael, el Club no podía marchar sin “pescar” a los chicos desde una edad más tierna. Había ya un numerario que abastecía el Club con chicos del Colegio Alpamayo – obra corporativa del Opus Dei – pero eran demasiado “viejos” como para “domesticarlos”, además, sólo seguían las órdenes de este numerario. Ese tipo de “labor” era una anarquía total. Ganas no me faltaban de aplicarles cilicio y disciplina. La pregunta que me rondaba era: si estos chicos son de una obra corporativa ¿Cómo es posible que sean tan malandrines? Peor aún cuando llegaban sus padres supernumerarios a recogerlos, mientras que yo me presentaba sudado y con rasguños tras la batalla con el tropel de anarquistas, los “chicos del numerario tal” sufrían una metamorfosis de santidad que no me explicaba al colocarles frente a sus padres: les emergían alas de blancas plumas y un halo sobre la cabeza...



Así pues, desde mi cargo de Secretario, disolví el grupo. Mi plan era de largo plazo, si los mentalizaba desde los diez a los catorce pitarían casi todos lo cual suponía que había de residir en Saeta poco más de cinco años. Usualmente un numerario rota de “casa” cada año o cada dos años, intuyo que sería una magistral estrategia de Escrivá para liquidar cualquier formación de grupos o para no darnos cuenta de la cantidad de gente que se marcha del Opus. De hecho había dos numerarios que eran como residentes perpetuos. Uno laico, el otro cura. El primero atendía a su madre anciana y enferma tras el trabajo, el segundo iba “a sus aires”. Ya antes lo he mencionado. No tenía tapujos en decir lo que le parecía y guardaba una caja (dinero) propia para sus necesidades de campamentos, es decir, tenía una labor aparte. Todo un escándalo al que también había que echar diente para conservar el “buen” espíritu de Escrivá pero cuidando la delicadeza pues era un sacerdote de los mayores en “casa”. Había que aplicarle aquel trabalenguas mental del Fundador: “ceder sin conceder con ánimo de recuperar” o sea, desmantelarle todo el tinglado que tenía. Estimo que a este cura le hicimos vivir las virtudes de modo heroico. Le dábamos empujones para elevarlo a los altares. Hasta donde le dejé, le habían instalado un marca pasos, recetado antidepresivos y terapia psiquiátrica a pesar del fuerte temple que tenía.

Tras la reingeniería del Club ya se podía respirar o por lo menos yo podía respirar. Había otro numerario y un supernumerario que me echaban una mano. Sin embargo los Directores Regionales estimaron que se debería poner énfasis en “tratar” a chicos en edad de ser “aspirantes”. Para ello organizamos una actividad en la Universidad de Piura llamada “Reporteros de Aventura”. Consistía en tener unas clases básicas de filmación y editar un corto. El problema gordo era alojarse en la casa de retiros y convivencias de Piura porque elevaba el precio para un cursillo poco apetecible aún para los supernumerarios. ¡Otra reingeniería!, ¿Y si nos alojábamos en una casa de alquiler para estudiantes? ¡Estupendo! El costo se redujo a la décima parte. Así lo hicimos un par de ocasiones, una convivencia fuera de local de la Obra. Estas libertades que estaba asumiendo les hacía poca gracia a la normativa de los Directores Regionales, más aún cuando al pedir reporte a un numerario que nos acompañó para “vigilar” el ambiente que vivíamos en esa casa de alquiler reportó el poco énfasis que hacíamos en “vivir” las normas de piedad. Estimaba, con otro numerario de mucho carisma con chicos (él dejó el Opus antes que yo), que las “normas de piedad” no se debían imponer sino invitarles, hacerlas agradables, algo así como los apóstoles le pidieron a Jesús el “enséñanos a orar” porque lo vieron apetecible. Tras el reporte de este tercer numerario nos expectoraron nuevamente a lo tradicional, ir a la casa de convivencias. “Nicanor, tienes que comprender que estar cerca del Oratorio, con Jesús al lado, hace una enorme diferencia en las almas de esos chicos” fue el argumento. Echado al traste el costo bajo los únicos que podían participar eran los más pudientes y, no precisamente, los que querían ir por “motu propio” sino empujados por su tía o abuela supernumeraria que pagase los gastos a modo de “regalo por haberse portado bien”. Entre viajar a Walt Disney e ir a cocinarse en Piura acompañado de mosquitos, los chicos iban de mala gana. Al entrevistarles previamente casi todos respondían que iban bajo coacción de sus padres. “¡Pero si quieres yo hablo con tus papás para que no se vayan sin ti a Cancún y te enchufen este curso!” Ni qué decir que a los chicos se les iluminaba el rostro. Sin embargo muchos de ellos culminaban por ser conminados por sus padres, tías o abuelas. Lo que intentaba el Vocal era hacer una convivencia al estilo que se narra en Crónicas, repleto de alegría, visión sobrenatural, pitajes, cantos y guitarras. Nada más alejado de la realidad porque esas “convivencias como para Crónicas” eran un ring de “vale todo”. Para que el lector pueda hacerse una idea de la intensidad de la lucha entre los numerarios en el frente de batalla de este tipo de labores coercitivas con los escolares pudientes, recuerdo que el cura, al finalizar el curso y darnos la meditación de la mañana (arrastrando – literalmente – a los chicos al Oratorio) empezó su prédica: “excepto los numerarios acá presentes todos ustedes son unos reverendos imbéciles” y continuó la prédica.

Usualmente llamaba el Vocal durante la convivencia para estar informado de los posibles “pitajes”. Por mi parte, antes que pitos solicitaba manoplas, látigos, armaduras y todo pertrecho de guerra propio de las batallas medievales para defendernos de las fieras. Si es que tanta ilusión le hacía esas “fieras” ¿Por qué no se hacía cargo él mismo del monstruo que había engendrado?

“Sí, estar con niños es agradable, pero la Región necesita vocaciones, tienes que replantear las actividades del Club” fueron sus palabras no más retornar moreteado y con enormes deseos de ir lo que restaba de la semana a Cancún con las tías y las abuelas supernumerarias.

El Club se deshizo y volvimos a foja cero. Para ello trajeron un numerario “experto” en trato con adolescentes y anterior Vocal de San Rafael, un numerario de ascendencia italiana. Volvimos a lo mismo, los adolescentes sólo obedecían las órdenes de tal numerario y tal numerario, como era mayor que yo en casa y por lo tanto prevalecía sobre mí (según la normativa del Fundador) me indicaba qué hacer y qué no hacer.

Fue en este clima cuando se produjo un extraño sueño. Me vi en una Iglesia, a punto de contraer matrimonio con aquel amor platónico que tuve en mi adolescencia. Sin embargo me sabía numerario pero allí venía ella, encantadora y, cuando el cura hizo la pregunta de rigor dije “¡Sí, acepto!”. Me di con ella un enorme abrazo - ¡Ay que me olvidé de besarla! - y me sentí colmado de felicidad. Sólo en otra ocasión tendría la oportunidad de soñar algo tan real. Al despertar ya no era el mismo.

Me confesé no de un sueño erótico sino de infidelidad pero estaba sumido en la tristeza. Todo aquel día estuve triste y así el siguiente y el siguiente y el siguiente… Me entraban deseos de llorar, no tenía fuerzas para hacer nada ni concentrarme en nada. Permanecía en mi habitación, sollozando y totalmente desganado ¿Qué me había pasado? No lo sabía y eso me desesperaba aún más.

Fue así que conocía un numerario psiquiatra, que importaban de Colombia dos veces al año, para “tratar” a los numerarios, agregados o curas con problemas. Puesto que mi situación era deprimente me sacaron una cita gratis ¡Qué maravilla la Obra que se preocupaba de sus hijos enfermos! Para que no nos diésemos cuenta quienes pasábamos por una crisis psiquiátrica me hacían esperar en una sala mientras que el paciente anterior a mi turno bajaba y salía por otra escalera, como un burdel donde los clientes no se encuentran. Aquel doctor, tras narrarle brevemente mi historia me hizo una pregunta desconcertante ¿Crees que estás enfermo? No supe qué responder. Me ayudó. En tu caso hay tres cosas que han de aparecer en tu mente con gran fuerza, ideas de fuerza indomable y son: lujuria, blasfemia y ganas de morir. En las dos segundas dio en clavo ¿Cómo le atinó sin haberle contado nada? De la tercera no hay mucho que explicar, sí, me entraron unas ganas enormes de quitarme la vida y dejar de sentir ese vacío interior. De la segunda me dejaba perplejo la furia y aversión al escuchar las palabras de Escrivá en sus videos. Sí, podía verlo en fotos, pero era incapaz de soportar su voz, su risa o sus chillidos. “Tienes una depresión bipolar” diagnosticó, y vas a empezar a tomar estas pastillas. Así empecé mi periplo por el camino de la depresión ¿la crisis de los cuarenta? Como decía Escrivá, a mí me llegó a los veintisiete.

Si en mis años mozos, tras leer la biografía oficial de Escrivá, también pedí a Dios que me concediese una enfermedad dolorosa e incurable, como hizo él, para poder ofrendar mi vida a la Iglesia. Dios me había “escuchado”. Creí con firmeza que era nuevamente elegido por el Todopoderoso como “ofrenda viva para la Iglesia”. Obviamente el Director, con sutileza y como “padre de una familia numerosa y pobre” me preguntó si el costo de las medicinas las podía asumir mi “familia de sangre” porque eran muy caras. Ellos aceptaron y les extrañó profundamente el diagnóstico que me había dado el médico., de hecho, mi carácter y ánimo no presagiaba una enfermedad semejante. Intentaron llevarme con una psiquiatra del hospital donde mi padre trabajaba. A este tipo de citas se suele ir en pareja, más aún si va a tocar temas que rayan con la conciencia y la vocación. Sucedió que la doctora no dejó pasar al numerario de turno y me entrevisté con ella a solas como es lógico en cualquier consulta de esta índole. “¿Quién es el tipo que te acompaña?” me preguntó y le expliqué brevemente que era numerario, de la “vida en familia” y el celibato apostólico. “Probablemente esa sea la raíz de tu problema” indicó. Antes ya se me había advertido de estos posibles ataques a la vocación y cómo combatir “al enemigo”. Le dije a mi padre que nunca más quería que me atendiese tal doctora y que ya tenía un médico – ¡y encima traído desde Colombia! – que me atendía y medicaba. Pero… ir a consulta dos veces al año era más que fatal, sobretodo porque los químicos que injería provocaban otro tipo de alteraciones en mi estado de ánimo y, esperar que retorne el doctor era una eternidad. Seguí inmerso en el vacío y soledad interior. Curiosamente, mi único consuelo y alegría era jugar con las numerarias auxiliares ¿Cómo hacía esto si entre ambos hay estricta separación?

Para que ellas pudiesen limpiar mi habitación “casa” yo me trasladaba a la del frente y allí me quedaba encerrado no sin antes dejarles alguna broma. Las bromas consistían en hacerles con el alambre de clips antenas a las orejas de los adornos de burro que gustaban tanto a Escrivá, colocarlos en posiciones divertidas u ofreciendo algún chocolate con sus patas. Ellas (o ella) respondían, tras la limpieza, colocándolas de distinto modo – también divertido – pasando las antenas a un pato (otra figura que le encantaba al Fundador) o simplemente en vez de un chocolate devolvía dos ya abiertos por los voraces burros. Me parece increíble que, sin conocerlas, las tenía por amigas y confidentes.

Estaba claro para ellas que alguien del tercer piso no estaba bien de salud, porque entraban a limpiar una vez por semana y las demás veces colocaba el cartel de “enfermo, no pasar”. Las veces en las que no devolvían el gesto – supongo - sería porque la numeraria administradora llegaba para supervisarlas y la de turno deshacía todo para que no se diese cuenta, de lo contrario me hubiesen hecho una “corrección fraterna”.

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