Recuerdos de Sevilla.- Maripaz
Fecha Friday, 07 May 2010
Tema 010. Testimonios


Leyendo el último escrito de D. Ramón Rosal, Sobre Emilio Díaz y otros compañeros del Colegio Romano (1952-1955) se me ha venido a la memoria un montón de recuerdos de mi estancia en Sevilla. Tengo que reconocer que hasta me he emocionado leyendo lo que nos contaba D. Ramón, porque conocí a dos de los protagonistas del relato. Uno, el mismo  D. Ramón, el otro D. Jesús Arellano.

Conocí a D. Ramón en los sesenta o principios de los setenta. Le recuerdo porque era un sacerdote muy alto y delgado, el pelo un poco ondulado. Verle vestido con su sotana impoluta, impresionaba bastante. Llamaba la atención su mirada profunda y afectuosa. Me parece que por entonces, era el Rector de la Iglesia del Señor S. José que había sido asignada a los sacerdotes de la obra. A lo mejor, esto no es exacto, la memoria no es lo mío... Le recuerdo en el confesionario, con una larga cola de gente esperando. También presidiendo los Oficios de Semana Santa, cuando acudíamos en tropel las dos secciones además de los supernumerarios de la ciudad. Con los años, el número de vocaciones se acentuó y ya no cabíamos todos allí. Eran otros tiempos...



A mí, personalmente, se me daba muy bien dar charlas y las directoras explotaban esta cualidad mía al máximo. Para conocer chicas jóvenes que pudieran pitar de numerarias auxiliares, se organizaban Cursos de Retiro externos en la iglesia. Las supernumerarias contribuían trayendo a sus empleadas y las de sus amigas, con lo cual, se llenaba hasta la bandera, como vulgarmente se dice.

Allí estaba D. Ramón como buen "párroco" viendo tal cantidad de feligreses, animándonos y poniendo a nuestro alcance las dependencias y salones para que pudiéramos dar las charlas a las futuras vocaciones. Su cara, tenía en aquellos momentos una alegría muy especial y divertida cuando nos preparaba el micrófono para que hablásemos por él, pues eran muchas las chicas que allí se llegaban a juntar. Aún cuando lo recuerdo, no puedo por menos que esbozar una sonrisa. Yo, una chica muy joven casi subida al púlpito predicando a las masas con mi alma sacerdotal y mi mentalidad laical... ¡qué tiempos!

Siempre me gustó leer, pero al pitar muy joven, apenas me dio tiempo de leer nada que no fuera lo que pasaba por la criba de las directoras. Una de mis pasiones cuando limpiaba las estanterías, haciendo la limpieza de la residencia, era fijarme en los flamantes libros que los numerarios tenían. Leía sin ningún pudor los títulos al verlos impresos en los lomos de los libros y más de una vez los cogía entre mis manos y los ojeaba con verdadero interés. Solía ocurrir esto en las residencias pequeñas, donde pasábamos dos personas casi siempre solas (la administradora apenas venia, porque la labor de S. Gabriel llenaba todo su tiempo) con lo que nos perdíamos cada una por un rincón si apenas vernos en todo el tiempo que duraba el horario de limpieza.

Los libros de la estantería de D. Ramón, eran magníficos... y eran mi perdición. Tenía algunos de psicología que llamaban poderosamente mi atención. Siempre me gustó ese mundo del comportamiento humano. No recuerdo bien como fue, que un precioso libro de psicología femenina, pasó a mis  manos, prestado por D. Ramón. No sé si se lo pedí yo misma... quizá ya éramos rebeldes por entonces. Disfruté mucho con el libro, lo leía a escondidas, pero entonces las auxiliares vivíamos en la administración de esos centros. Concretamente, hablo del centro de La Plaza de Doña Elvira, donde viví por dos veces distintas y que ya conté en esta web, mis andanzas. Era la "Administración Túbo" como la llamábamos, y era muy difícil por el poco espacio e intimidad, hacer nada que las demás no vieran. Un día fui acusada de no guardar la separación con la sección de varones, aunque fuera el sacerdote el que me había prestado el libro. Ya sabéis... ¡¡cinco mil kilometros!! Me quedé sin libro y sin poder preguntarle a D. Ramón los descubrimientos de psicología recientemente aprendidos. Si recuerdo que él siguió mirándonos con la misma ternura y cariño de siempre.

D. Ramón, si lee este escrito, quizá no recuerde nada de lo que cuento. Su vida aunque limitada, era más rica y con más posibilidades que la mía. Yo sí lo recuerdo, porque había tan pocas cosas interesantes con las que ilusionarse, que cualquier cosa que era capaz de despertar en mi curiosidad, la engrandecía para enriquecer mis vivencias de entonces. Le envío un saludo afectuoso.

D. Jesús Arellano era conocido con el sobrenombre de "El Profe". Tuve la oportunidad de atenderle en dos centros, una en este que cuento del Barrio de Santa Cruz y otra ya casi cuando mi salida era eminente.

Era una persona poco expresiva, apenas hablaba en la mesa, pero de lo que doy fe era de su capacidad de observación y que no perdía detalle aún cuando parecía el típico intelectual despistado. Tenía un régimen especial por problemas de salud. Le gustaba el buen vino y la comida selecta. Casi nunca acertábamos con el menú y apenas comía nada. Con mis artimañas, logré aprenderme sus gustos y cuando veía que no había probado bocado acudía a la cocinera diciendo que el director me había pedido tal o cual cosa para D. Jesús. Dependía del director, si era más o menos meticuloso, que mis trampas, pasaran desapercibidas. La mayoría de las veces, ejercía el matriarcado sin preguntar a nadie.

D. Jesús, también tenía libros en su estantería. Sobre todo de filosofía, tema que me atraía también. Pero el libro que más me gustaba era uno de poesía escrito por él mismo. Allí se podía descubrir su alma, esa que se ocultaba tras la mirada de sus gafas con bastantes dioptrías, cuando yo le observaba en el comedor.

Ironias del destino, conservo en mi poder un ejemplar de su libro y dedicado... no, no os alarméis. Seguro que en mis últimos años dentro, para no dejarme morir, leía poemas para que mi capacidad de amar y ser amada, estuviera viva. Entre las cosas al hacer mi maleta, debí meter el libro sin darme cuenta. Se lo había dedicado a un ganadero andaluz. Su hija, aquella que una vez conté que me hizo tanto sufrir, lo debió traer al centro por aquello de que nos llevábamos todo de casa de nuestros padres, y hoy puedo recordar la figura de D. Jesus, gracias a su poemas. Ahora la lectura de ese libro tiene un sabor nuevo para mí, lo leo desde la libertad y no hay comparación posible.

Me enteré por la web, me parece, que D. Jesús, falleció no hace mucho. En su honor leí despacio un fragmento de uno de sus poemas. Es el siguiente:

MEGALÓPOLIS SOCIALISTA

(donde socialista es más que una adjetivación política)

 

El pasado no existe.

Hemos matado la memoria

que podría inquietarnos

y hacer que renacieran en el hombre las lágrimas.

Y vivimos fugaces en el eterno Olvido.

 

Donde quiera que se encuentre D. Jesús, mi admiración y mi cariño.

 

Hasta siempre.

Maripaz







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