En Saeta: correo en bici, mentalizar niños y visita a pobres.- Nicanor (XVII)
Fecha Wednesday, 05 May 2010
Tema 010. Testimonios


Estrenaba mi nombramiento como Secretario del Centro con el pie izquierdo. En el Opus, se lleva cuenta exacta de quién gasta cuánto y en qué. Esto queda reflejado en el formato que hay que llenar al momento en que cada “residente” pasa por “caja” (dícese de la cajita metálica donde se almacena el dinero del Centro) y anota en el vale el monto y el uso que pueden ser ordinarios o extra ordinarios. Los ordinarios estarán referidos al orden de pasajes en bus, gasolina, una galleta… los extraordinarios a lo que excede el monto fijado como promedio de lo que debe gastar un numerario a la semana, en aquella época veinte soles y, podría ser: vestimenta, útiles de escritorio o el mantenimiento del coche para quienes tenían asignado uno. Los coches han de estar a nombre de la asociación civil “sin fines de lucro” que hace los movimientos económicos fuertes de la Prelatura puesto que el Opus Dei no tiene nada por propio. Obviamente, todo el Directorio en dicha institución está compuesto por numerarios.

En algunas ocasiones recibíamos las donaciones de familiares o esposos difuntos de supernumerarias. Yo mismo he usado los zapatos y terno de un muerto. Para mi mala suerte el muerto del que me dieron era del padre de un profesor de la Universidad. Menos mal que sabía que se había hecho esa donación y no me amonestó al verme con retazos de su padre. Luego, en la “casa” me indicaron que no vaya a clases de tal profesor con alguna prenda de su padre...



El empleo de estos retazos, era de aplicación para todos los numerarios no VIP (se considera VIP a aquellos que provienen de familias acaudaladas o de apellido de alta influencia en la sociedad). Probablemente en mi dossier personal seguía manteniéndose el informe preliminar de “familia de clase media” y, como en las “charlas fraternas” la pregunta de “¿Y cómo están tus padres?” no entra dentro de la temática a tratar (fe, pureza y vocación), no sabían que mis padres estaban ya en el clímax de sus carreras profesionales.

Siguiendo el ejemplo de Escrivá, como se narran en sus biografías, cada vez que visitaba a mis padres me traía algo para “mi casa”: una radio, un reloj, un lapicero fino, un adorno y hasta el piano electrónico de mi hermano supernumerario. Él fungía de “Tío Santiago”, sólo le faltaba que le regalase su sello “los hijos de Josemaría se lo llevan todo”. Se molestó mucho por lo de su piano pero… ¡es que los pobres chicos del Colegio Alpamayo – uno de los más caros de Lima – no tenían para comprarse un órgano para el Oratorio! Alguna vez le pedí sus joyas a mi madre para que adornasen los copones del Oratorio. Como no tiene un pelo de tonta, me mandó a rodar. ¡Bah! En algunas transigía y en otras no. Ella es creyente a su modo y muchas de sus cosas están regadas en las “casas” por las que pasé y ni se le pasado por la mente solicitar que se las devuelvan.

Se cuenta que Escrivá dejó toda una noche sin dormir a Álvaro del Portillo para que las cuentas le cuadren puesto que es un dinero para la “Obra de Dios”. Sinceramente eso de amanecerme para cuadrar las cuentas, sobretodo sin que nadie me hubiese explicado con claridad cómo funcionaba el software de contabilidad, no iba conmigo. Esta sería mi primera rebelión de actuación y pensamiento propio. Algo ya se gestaba dentro en mí porque la conciencia no me acusaba de hacer algo pecaminoso.

También he de confesar que se me traspapelaban los documentos. El “Armario del Consejo Local” tiene que ser súper ordenado. De lo contrario puedes morir de un infarto cerebral. Las indicaciones que llegan de la Comisión, las que salen del Centro a la Comisión, los manuales internos, el libro de ingresos y salidas de correos, los files de cada residente, la caja donde se almacenan las tarjetas de crédito y débito de los residentes… En una ocasión recuerdo haber metido en el sobre “A Comisión Regional” un papelito que debía ir dentro del sobre “A la Administración” (numeraria que dirige a las numerarias auxiliares de la “casa”). Al poco retornó el papelito de la Comisión que decía “Nos alegramos que les haya gustado el tacu-tacu pero este correo está equivocado de sobre” (el tacu-tacu es un delicioso plato peruano y, aquél día, las auxiliares cocinaron uno que mereció aplauso).

Solía ir en bicicleta a dejar los documentos a la Comisión puesto que esos sobres “se entregan en mano”: no van por correo electrónico ni por fax porque pueden ser interceptados. ¿Es que había algo que ocultar en algo tan inocuo como formatos llenos de números y papelitos diciendo cosas como “ya hicimos las gestiones para la catequesis, iniciaremos en la quincena del mes próximo” o “fulano pregunta si puede ir de viaje a Piura para visitar a su familia” o “según el formato de la labor de San Rafael el número de confesiones ha disminuido, haremos mayor énfasis en los chicos para que confiesen semanalmente”?… Sí, me respondió el Vocal de San Rafael. Esta información puede ser malinterpretada por personas que intentan “hacer daño” a la Obra. Primera noticia de la existencia de esas personas tan malas.

Me prohibieron ir en bicicleta a dejar el correo. Según mi Director era porque el recorrido era demasiado largo pero… luego vino la razón de fondo: “y no puedes presentarte ante las numerarias auxiliares que atienden la portería en un polo sudado que se te pega al cuerpo y pantalones cortos”. Enmendé mi conducta. Cada vez que montaba llevaba en el morral una casaca, toalla y pantalón de buzo para colocarme antes que me viesen las auxiliares de portería. Lo único que no logré controlar era la respiración jadeante y el pulso tembloroso con la que entregaba el sobre a la portera. Ellas se reían pero cuando aparecía algún Director o cura cambiaban de rostro a seriedad absoluta. Al pronto llegó un aviso a todos los Centros “Se ha de mantener el mínimo trato con las auxiliares que atienden la portería de la Comisión y Centro de Estudios, tampoco, al cruzar delante de ellas no se les debe dirigir la mirada”. Sin embargo, cuando me encontraba con la que me empujaba la bandeja para servirme más comida, tenía ganas de abrazarla. La pureza de mi corazón se estaba “desordenando”.

Dejada mi actividad profesional y dominado el training de Secretario, hice una “re ingeniería” de las actividades del Club. Mi punto de vista era: para que los chicos no lleguen a la adolescencia con tantos anticuerpos contra el Opus, había que “moldear” sus cerebritos desde tiernos, es decir, desde los diez hasta los doce. De trece en adelante pasarían a la labor con mayores. Planteé una serie de actividades atractivas, inventé juegos, clases de artes marciales, excursiones y campamentos… el Club se repletó de niños nuevamente y el marketing no era únicamente hacia los hijos de supernumerarios del Colegio Alpamayo, que eran los que daban más lata porque conocían más las rarezas del Opus por sus padres.

A todo esto, dentro de los juegos, se incluía una breve charla de “vida cristiana” que intentaba preparar del modo más ameno posible y el cura tenía la misión de “darse una vuelta” y pescar algunos para charlar con ellos y confesarlos. Sentía que era lo mío, no sólo por la diversión, sino porque los niños tienen una alegría particular que me devolvió algo que había perdido: la ilusión.

A los de mayor edad me los llevaba a hacer “Visitas a los pobres de la Virgen” (“La finalidad de las Visitas a enfermos no es solucionar problemas sino los chicos de San Rafael que participan” para que sepan que el Opus sí se preocupa por los menesterosos). Elegí para ello el Hospital del Niño, sección de quemados. El lugar más repugnante, donde pocos se atreven a ir y ver esas pequeñas deformidades andando. Lo que más me sorprendió es que ninguno de los chicos se asustó o les hizo cara de asco. Jugaron con ellos como con cualquier otro, aunque el Vocal de San Rafael me indicó que era “traumático” llevarlos allá. Fue entonces, cuando al salir, pasamos por el pabellón de VIH (Sida) y nos topamos con dos niños: El pequeño Carlos y Cindy. Jugamos con ellos un rato. Como ya habíamos entregado todos los regalos a los chicos quemados les hice avioncitos con baja lenguas y les prometimos regresar.

Aunque se sugiere que se varíe de lugar que se visita para no hacer de ello una costumbre y nunca se vaya a estancias atendidas por religiosos porque ya tienen quién les cuide, me empeciné con el Hospital del Niño. ¿Empeciné? Sí. Otra gestación en mi interior.

Carlos era paciente transeúnte y Cindy permanente. Semana tras semana iba. Nuevamente me convertí en ejemplar de la “casa” porque ninguno de los residentes prefería cambiar sus horas de golf, equitación o baloncesto por ir a un hospital. Así pues algunos hicieron el esfuerzo por vivir la costumbre.

Recuerdo con fuerza aquel día que encontré a Cindy en pésimo estado. Había contraído una enfermedad respiratoria. Despaché a los chicos en taxi y me quedé acompañándola al lado de su cama, con sus manos entre las mías. Sin guantes, ni mascarilla, nada. Allí, de rodillas. Ella con mascarilla de oxigeno y yo contándole lo lindo que era el Cielo, que podría jugar con los ángeles y hacerle avioncitos con baja lenguas a Jesús Niño. Sus ojos lacrimosos me trasmitían el susto ante la muerte inminente. Se hizo muy tarde y el médico pidió que me retirase, sólo se quedaba su familiar, una tía porque ya sus padres habían muerto por el VIH. Le dí un beso en la frente y un abrazo, “Vengo mañana a verte ¿Ok?” le dije al despedirme.

“¿Dónde has estado hasta tan tarde?” Me preguntó el Director al retornar a “casa”, le conté lo de Cindy. No me reprochó. A la mañana siguiente amanecí con fiebre altísima. Había contraído la misma enfermedad de Cindy. Para mala suerte mi sistema inmune es pésimo y todos los días amanecía volando en fiebre pero no importaba. Rezaba: “Dios, todo este dolor por las intenciones del Padre y por Cindy para que sobreviva y cure”. Así dos meses. Apenas me abandonó la fiebre fui al Hospital. Cindy, milagrosamente, había vivido (los médicos no se lo explicaban) y retornado con su tía a su ciudad natal, Chiclayo. En cambio, a Carlitos lo encontré con muy mal aspecto pero de buen humor. Su padre – que conocí aquella primera vez- había muerto hacía unas semanas atrás. Carlos tenía casi cinco, de poco se enteraba. "¿Me puedes hacer un avión"? preguntó. Lo cargué sobre mis hombros e hicimos “un vuelo” por el jardín, bajo el Sol. La gozó de lo lindo. Sería el último "vuelo" que haríamos en esta vida, al día siguiente su médico me comunicaría que esa noche había muerto.

“La finalidad de las Visitas a enfermos no es solucionar problemas sino los chicos de San Rafael que participan”.

Aquel día infringí muchas reglas: no pedí permiso a mi Director para levantarme de la cama, tampoco para salir – porque no me hubiese dado permiso - y menos para ir a visitar pobres de la Virgen sin la compañía de ningún chico de San Rafael como “objetivo principal de la visita”. Cindy y Carlitos fueron mis motivos y si no cuadró con las normas de Escrivá, creo que para Carlitos valió la pena.

Definitivamente estaba rompiendo todos los esquemas "aprendidos". No tardaría en pagar una factura muy alta por "desobedecer".

Nicanor (eco_challengers@hotmail.com)

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