De una Pecera a otra. De C.C.Tradiciones a C.C.Saeta.- Nicanor (XVI)
Fecha Monday, 03 May 2010
Tema 010. Testimonios


Tras curso anual suelen realizarse lo que se llaman “movidas”. Me parece de suma importancia mencionar algunas asuntos sobre los cursos anuales y cursos de retiro. La experiencia me mostró que, misteriosamente, tras estos periodos de ausencia, dejaban de hablarse de algunos. Por ejemplo: “¿Y dónde han trasladado a fulano?”. Ante la ausencia de respuesta o un “ha ido a vivir con su familia de sangre” caí en la cuenta que ambas actividades eran como un resorte, el “resorte” del que gustaba hablar el Fundador, pero no para saltar alto en su invento sino en tomar la decisión de salir. Sobretodo los cursos de retiro eran resortes poderosos.

Por otra parte, tras correos de ida y vuelta con una nax española – y eso que la vocación es para toda la vida con lo que estará incurriendo en “pecado” por escribir a un “numerario” – me dice con peculiar desparpajo que, en el Opus hay que andar “a sus aires” y “despabilar”, añadiéndome anécdotas de toma de decisiones, viajes o trabajos sin consulta previa a sus Directores. No deja de causarme fuerte impresión el “aprende a decir que no” aplicado dentro del mismo Opus. No Director, no padre-cura, no padre Consiliario, hoy quiero hacer esto ni aquello… ¡Vaya! Si así me lo pintaban seguro que me quedaba. Lo digo con curiosidad colosal porque semanalmente se nos insistía en la obediencia sumisa con la lectura de los Tomos de Meditaciones, meditaciones, círculos breves, charla fraterna y confesión sacramental. En verdad asombroso. ¿Será que la gente del Opus se va dando cuenta que para sobrevivir dentro hay que “saltarse” las normatividad enfermiza de Escrivá?...



Retorno a mi llegada al C.C. Saeta. Habían selecto pues a los más “idóneos” para la labor con chiquillos, sobretodo de un Colegio; de Alpamayo. En cierto modo me daba temor hacer apostolado con niños y adolescentes, toda vez que, en una ocasión que asistí a un evento al Colegio Alpamayo, uno le recrimina al otro “¿Qué te pasa?, ¿Es que eres tan tonto como un numerario?” Comentario que me marcó. Acá, estos chicos, salen vacunados contra el Opus, pensé.

Pero, en fin. El destino o la Providencia, mejor dicho, los Directores Regionales, decidieron mi traslado. En verdad eran dos casas y un jardín precioso que me encargué de hermosear mano a mano con el jardinero. Esto también es importante. Podría decir, sin temor a equivocarme, que las personas con las que más amistad tranzaba era el personal de servicio: jardinero, portero o personal de mantenimiento. Estimo porque eran “normales” en su forma de ser y yo, hacía tiempo que – con “espíritu sacerdotal y mentalidad laical” del Fundador – había perdido el rumbo de mi yo. “¡Márchate a tu porta aviones!, traidor” espetará el Fundador para los que quiere “ir por libre”.

Lo primero que hice fue buscar empleo y, menos mal, el hermano de un cura me dio uno. Salía temprano y retornaba tarde. Era tan lindo dedicarse a lo que a uno le gustaba. En la oficina éramos dos dibujantes, dos arquitectos principales y una secretaria. Retornaba a “casa” agotado. Como no había Administración ordinaria, la cena la dejaban servida y, como cada quien cenaba cuando culminaba sus labores, si la cena se programaba para las nueve de la noche, acabamos todos en el comedor al diez y luego había que tener “tertulia” no menor a veinte minutos según lo estipulado en “De Spiritu” y hablar sobre el “apostolado del día”. Personalmente caía de sueño y les preguntaba “¿No tienen sueño?”. El Director se divertía conmigo porque justo cuando decía “Bueno ¡Nos vamos a rezar las Preces y hacer el examen de conciencia!” siempre alguien de “buen espíritu” relataba algo más y de mi brinco feliz para irnos, volvía a sentarme. Así varias veces. De hecho, el Fundador dejaría por escrito que dichas reuniones “de familia” han de “prepararse” durante el día. Como anécdota la agonía de un numerario médico de los primeros en casa que mandó a hacer la “corrección fraterna” a un joven profesional que siempre le comentaba de su trabajo pero poco de su proselitismo. Anécdotas que, por efecto “doppler” se repiten desde Iberoamérica a otros países, incluyendo Perú.

El martirologio nocturno se producía cuando se acumulaban oraciones no rezadas en común durante el día, por ejemplo, la Visita al Santísimo u oraciones que el Fundador había establecido como devoción al Espíritu Santo y, si olvidabas rezar alguna parte del Rosario, no había excusa: tenías que terminar. Eso hacía que, al final de un día extenuante, nos metiésemos al sobre a las doce para despertarnos a las cinco y media del día siguiente. Menudos ronquidos, bamboleos y movimientos afirmativos de cabeza se escuchaban y veían durante la lectura del tomo de meditaciones en la oración de la mañana. Yo prefería asumir la posición del pensador profundo y aplicarme la anécdota de referida a Álvaro del Portillo cuando, tras retornar de un largo viaje, se quedó “seco”, dormido en primera fila frente al Fundador y, alguien “de buen espíritu” quiso despertarlo a lo que Escrivá dijo que le dejaran dormir porque ésa era su oración ante Dios. Sin embargo, habíamos tantos, que el Director nos aconsejó quedarnos de pie al fondo del Oratorio para no dormirnos. Con lo cual, todos de pie inclusive el que leía.

Como encargo material, es decir, para sentir que no vivía en un pensionado sino “en mi casa”, me encargaron botiquín y Oratorio. Algunas noches, por despiste del cura o del Director, se olvidaban indicar que ellas dejasen las cosas preparadas. Aunque no fue en ese Centro sino en otro, el fatal sueño, me hizo olvidar colocar la Hostia en el plato de la Consagración. Como el cura también iba al ritmo zombie de todos, ni cuenta se dio hasta que le tocó consagrar y se percató que en el plato no había nada. En ese momento sí se me quitó el sueño de pura vergüenza y traje de inmediato la hostia para la Consagración respectiva. A este trabajo suplementario, mi hora de dormir se reducía cada vez más y, como para los curas era un lío organizarse quién celebraba misa en dónde, las omisiones eran constantes.

La Administración llegaba temprano, cuando había Misa, y la escuchaba desde la estrecha Sacristía. Mientras que a nosotros las bancas nos sobraban, ellas se sentaban en bancas “quiebra glúteos”, lo cual me indignaba, porque ni algunas no tenían visión hacia el altar desde puerta tan estrecha. Esto lo sabía porque, al acompañar al Director al interior de la Cocina porque escuchamos unos ruidos extraños, me fijé que había cuatro sillas en la mesa de comedor de diario. Indignación, algo atípico. Nunca antes me había indignado, ciertamente algo se estaba cocinando dentro de mí porque la verdad es que… debería importarme un rábano lo que les pasase a ellas. Para eso tenían a su respectiva numeraria que las atendía como “auxiliar de las auxiliares” en palabras del Fundador.

Puesto que mi rendimiento como atracción proselitista no iba de la mano con la exigencia del desempeño de mi trabajo profesional, me “ascendieron”. Llegó “papelito” de la Comisión Regional: “Nicanor Wong ha sido designado Secretario del Centro. Ha de leer el Vademecum de Consejos Locales y aceptarlo no como un cargo, sino como una dulce carga”. Recordé lo dicho por el ingeniero. Mi sueldo no era muy atractivo que digamos en comparación con el de los otros. Dios manda y acepté. Leí el Vademecum respectivo y revisar los folios repletos de “documentación interna” del modo de hacer proselitismo, cartas del Fundador que se debían leer con autorización especial del Director, fichas personales de cada uno de los residentes, folios de correos enviados a la Comisión, de respuestas de la Comisión y de comunicación con la Administración, los impresos de los ingresos y gastos de cada uno de los residentes y la cantidad de formatos para llenar y enviar a la Comisión Regional cada fin de mes. Con toda esta “carga” renuncié al trabajo. Ya el Sub Director, que me echaba una mano, me decía “¿Quién habrá sido el tonto que ansiaba adquirir estos puestos?” porque Escrivá lo había dejado escrito “no hay que desear ser miembro del Consejo Local”, dentro de la cantidad de “noes” del Opus.

A llevar la caja, programar la hora en que los residentes tenían que hacer “movimiento económico”, es decir, ingresar dinero y sacar dinero según lo calculado como promedio que deben gastar a la semana. Al inicio de mes pasarle el dinero a la Administración – cantidad nada despreciable – y a fin de mes elaborar el reporte impreso para enviarlo a la Comisión Regional, arqueo y cierre de cuentas del mes; llenar los formatos de la “labor de San Rafael”: cuántos asisten a la Meditación, cuántos se confesaron, hablaron con el cura, fueron a la catequesis, participan de alguna charla o círculo breve… “Detrás de los papeles hay que ver almas” estaba escrito por Escrivá en el Vademecum. Para mí era una pesadilla porque elaborar esos informes que no solamente se reducían a llenar el formato sino comentarlo y plantear nuevos objetivos (numéricos) para luego despacharlo con el Vocal de San Rafael… números, números, números y objetivos a corto plazo.

Al inicio de mis participaciones en las sesiones semanales del Consejo Local permanecía callado. Escuchaba cómo el Director, Sub Director y Cura hablaban de sus conversaciones íntimas con los demás residentes y los consejos de mejora para su vida espiritual y personal. Vale decir, se les ponía en la mesa “calatitos”. Esto era de mucha utilidad para elaborar los reportes personales de cada uno. Si bien existía un formato de cómo hacerlos, cada uno es casi igual pero con ciertos matices llamados “propia personalidad” o “espíritu de pata libre”. Decía el Fundador que, si alguno – de casualidad – leyera sus informes personales, su actitud sería de agradecimiento para con la Obra. Cada uno teníamos nuestros propios files. Los del Sub Director y del Secretario los guardaba en otro lugar el Director.

Viene bien comentar lo siguiente. En nuestra permanencia y estudios en el Centro de Estudios, a nadie se nos imparte clases de cómo ser Secretario, Sub Director o Director a pesar que sus funciones son muy especificas y requieren un adiestramiento previo. Sobretodo en el caso del Secretario, que es el que lleva todas las cuentas económicas, cobranzas y papeleos. Recuerdo que el anterior Secretario – ahora ex numerario -, un chico muy simpático de Arequipa, me dictó clase de cómo emplear el software de la contabilidad mientras hacía sus maletas para irse de curso anual. Casi por la ventana gritaba “¡Y no presiones nunca la opción cierre sin antes hacer la verificación… porque de lo contrario…. Tienes que hacer todo de nuevo…” y la voz se hacía más débil conforme se marchaba el vehículo. Obviamente, lo primero que hice al ingresar todos lo vales que llenábamos de ingresos y salidas fue presionar el icono “cierre de mes”, con lo que en varias ocasiones volvía nuevamente al inicio. Este trabajo solía hacerlos los domingos, día del Señor y de reposo. Me tomaba no menos de cuatro horas mientras que mis “hermanos” iban de equitación, golf, tenis, natación o fútbol. ¿Acaso alguien se asomó a ofrecerse para auxiliarme con las cuentas? Mi única distracción era colocar música a todo volumen, aunque incidiese en flagrante desobediencia a la corrección que se me hiciera: “la música distrae, has de emplear el silencio para llenarlo de jaculatorias”. Pero… ¡Es que me ira insoportable ese trabajo siendo yo estudiante de arquitectura! Hasta el mismo cura que tenía por costumbre introducir el dedo al ojo y su primer saludo fue “hola puto adscrito” me comentó “la labor del Secretario es muy dura”. Todo, absolutamente todo, de cómo debía funcionar “como familia” una “casa” del Opus y “hacer” de los Directores, había sido meticulosamente escrito por le Fundador en sus varios tomos de Vademecum: “vida de familia”, “consejos locales”, “labor con agregados”, “labor con supernumerarios”, “labor de San Rafael”…” Era impresionante. La capacidad total de abordar todos los temas para el dominio de los fieles de la Prelatura. Ciertamente, detrás de esos libros había muchísima casuística., imagino que propia de esas “almas que se me iban como anguilas” al inicio del Opus en el veintiocho. De este modo “las anguilas” se trasformaban en Goldfish cachetones dentro de una pecera.

Menos mal que había un sacerdote, mayor, campeón de natación en su tiempo. Barcelonés, que le encantaba el montañismo. Salía con él de excursiones con “sus chicos” puesto que “sus chicos” eran distintos a “los chicos” que participaban de las labores. Este curita tenía “el sano criterio” de convocar a los que quisiera y no los que le mandaban que llevase consigo. Dos labores distintas, el inicio de la esquizofrenia interna.

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