Emergiendo de la Pecera hacia SAETA.- Nicanor (XV)
Fecha Wednesday, 28 April 2010
Tema 010. Testimonios


Antes de continuar con esta brevísima memoria, resumen “resumido” de veinte años, quisiera agradecer todas las cartas maravillosas que he recibido de varios países. Me alegran muchísimo.

Ahora sigo. Me diría “el ingeniero” tras mi examen médico “Nicanor, con esta migraña severa, ¡Nunca podrás pertenecer a un Consejo Local!”. Era su preocupación principal. Sí, a Dios gracias no había nada vascular. Era un mal que necesitaría de una medicación constante.

El lector curioso se dará cuenta que hago énfasis en la enfermedad y, es que en el Opus Dei, lo de “los enfermos son el tesoro de la Obra” no compatibilizaba con el “somos milicia” o “el bendito sea el dolor” escrito por el Fundador. Valen dos anécdotas: en el Centro de Estudios, me presentaron un sacerdote numerario, de los primeros, que iba de paso a Chile. Me lo presentó el Consiliario y pidió que le ayudase a Misa. El caso es que no me dijo que estaba sufriendo un Alzheimer y, obviamente, al ver se olvidó de leer el Evangelio y quedarse pensativo sobre el altar, me di cuenta que algo no iba bien con el curita. A la postre murió pronto al arribar a Chile y lo enterraron con todas las ceremonias del caso. La otra, un cura español mayor que, al llegar a un curso anual en La Arboleda, nadie le dijo al Director que estaba con una demencia senil avanzada. Fue terrible cuando a la mañana siguiente el curita quería que le abriesen la puerta para ir a celebrar en Diego de León ¡Estaba imaginándose que estaba en España! El Director, sin saber nada, le dijo que estaba en Perú de curso anual y el otro le insistía ya agitado que le estaba retrasando para celebrar misa. Fue muy tirante. Mientras, sus “hermanos” que le acompañaron desde Piura, no se habían acordado de avisar que su “tesoro” estaba medio loco y necesitaba un cuidado especial...

A propósito, un numerario me escribía, “da risa lo que escribes”. Sí. Pero no es por lo que escribo sino porque el modo de operar del Opus es tan fuera de lo normal que da risa esa aparente “normalidad como cualquiera”. Al paso saldría Escrivá, “es que el mundo necesita ser purificado (por la normalidad que é concebía) y pronto, llegará el día, en que hasta en la calle o en el Banco, nos saludaremos con un pax-in aeternum”.

En Tradiciones pues, “el ingeniero” era una figura muy peculiar, acostumbrado a la “pesca submarina” como dice una canción que sólo los fieles agregados y numerarios cantan, entre otras. Esto del “canciones de casa” es un librito interno sin título del compositor. A mí me gustaban algunas tonadas, las de ritmo de marcha y alguna vez pedí un CD para escucharlo. Me explicaron que los “coro del Colegio Romano” hicieron uno pero fue retirado porque “ya en las partituras estaba todo bien claro”.

En mi habitación dormíamos tres. Un joven ingeniero y, debajo de mi litera un estudiante de arquitectura., un chico súper tranquilo. Su hermano, numerario, se retiró a los años. Pero voy al caso, el joven ingeniero roncaba como aullido de lobo. Ahora, con este joven ingeniero que ya no es del Opus, nos reímos mucho de lo tontos que fuimos. Curiosamente era la única habitación triple. En “casa” a los que roncan muy fuerte se les traslada a una habitación individual por caridad para con los demás… lo duro es que mi esposa dice que también ronco. Pero esto no va al caso, lo raro en la disposición de las habitaciones es que las individuales eran reservadas para los directores, sub directores, curas y mayores en casa. Yo seguía en lucha denodada por ajustarme la toalla de tal modo que no se vieran mis intimidades al colocarme la ropa interior y el pantalón. Así que decidí vestirme en la Sala de Estar para no ganarme otra corrección fraterna. Aún allí seguía enrollándome en la toalla porque “recuerda que tu ángel custodio y la Virgen te miran, aunque estés solo, para cuidar la pureza” dijo el Fundador. Pero, por lo menos me aliviaba que cuando se caía y quedaba como Adán al aparecer en la Tierra, era mi ángel y mi Madre del Cielo los únicos testigos de mi torpeza.

Como la casa era linda pero vieja, el piso era de madera crujiente y, como la medicina me hacía provocaba sed, por las noches iba al baño. No llegó tarde la corrección “Nicanor, toma menos agua, porque al hacer pis-pis en la noche haces ruido al caminar hacia el baño”. De este modo, las llamadas “correcciones fraternas” constituían básicamente en una especie de mojigatería en temas tontos y hastiaban. Hastiaban tanto como el hacer la charla fraterna o la confesión cada semana porque… mi vida era tan ordinaria que no sabía qué contar. Casi siempre pasaba lo mismo. Hay que hablar de “fe, pureza y vocación” como temas principales. De fe, las normas y costumbres, de pureza el despego del corazón y la mortificación del mismo de todo lo que no lleve a Dios (inclusive, como Monserrat Graces) dejé de ver los detalles de los edificios para mortificar la vista y, en vocación si estaba contento, si me daba cuenta que era sobrenatural…

Allí en Tradiciones hice la ceremonia de la Fidelidad, por la cual, además que no tendría que renovar cada diecinueve de marzo, significaba que el Opus confiaba cada vez más en mí. Me sentía dichoso. Antes, hay que hacer Testamento y, un supernumerario notario, lo redactó y leyó. “¿A quién quieres dejar tus bienes patrimoniales presentes y futuros?”. Consideré, “A mis padres”. Me llamó aparte un Director Regional y dijo “Nicanor, la Obra es tú familia y te necesita. ¿Acaso crees que no se hará cargo de tus padres cuando ellos lo necesiten y tú no estés?”. No había más que pensar. Volví donde el Notario que volvió a preguntar “¿A quién quieres dejar tus bienes patrimoniales presentes y futuros?”. “A la Prelatura del Opus Dei” respondí feliz. Luego, fuimos a la capilla u oratorio para el compromiso de la ceremonia de Fidelidad.

Tanto los numerarios como los agregados deben dejar en la caja del Centro todo lo que ganan, sus tarjetas de banco y de crédito. Además, debían llevar estricta cuenta de todo lo que gastan en un cuadrito de ingresos, egresos y saldo. También había un formato de la llamada “cuenta de gastos” (también había uno para las normas de piedad con su respectivo código) y debías entregar al Director cada fin de semana. Si el Director tenía tiempo le echaba una ojeada y te comentaba si habías gastado demasiado en caramelos, o buses, o materiales para las maquetas. Nunca concilié la “cuenta de gastos” en mi vida. Simplemente iba donde el secretario del Centro, le pedía lo que estaba calculado que un numerario puede gastar por semana y listo., pero de allí a llevar cuentas de todo y en cada momento… no era mi fuerte. Lo mismo sucede con los regalos que uno recibe. Los entrega al Director y él verá a quién se lo da. Los metía en un armario. Me dolió mucho cuando le “engañé a Cristo” y me quedé con una colonia de rico olor que mi madre me regaló. Tanto así que me cuestioné si me estaba jugando la perseverancia en la “Obra de Dios” por esta deslealtad.

En cuanto al desprendimiento, como un numerario ni un agregado tienen nada como propio y, para eso sirven el cilicio y la disciplina, para menguar el cuerpo, sus pasiones, sus emociones, sus sentimientos y afectos “desordenados”, recuerdo que este peculiar personaje me preguntó un día, medio enfurecido “¿Te parece si tomo el wetsurf y las aletas de nadar de mengano sin su permiso?”. “No, ingeniero” le respondí. “¡Vaya que no te has enterado de nada! No tenemos nada como propio y si quiero puedo tomarlo”. De hecho lo tomó y se fue a la playa con sus chicos. Curiosamente, años más tarde, cuando debíamos retornar de un curso anual, se le pidió que manejase un coche que no era el suyo dentro de la logística de dejar a cada uno en su “casa”. Se molestó “¡Pero vaya! ¿A quién se le ocurre que maneje coche extraño? Es lo menos ordinario del mundo”. Vale decir, en el Opus existe una ambivalencia tremenda en la interpretación de todo los escritos que el Fundador dejó sobre cómo vivir “santos en medio del mundo”. Y, esto, no sólo con el episodio de “el ingeniero” sino en otros tantos más haría estallar los bytes de esta web.

Controlar los sentimientos, someter las pasiones, cuidar la vista… era tema delicado. De hecho, semanalmente se nos repetía que la razón había de someter el corazón y los sentimientos. Así pues, se empleaban frases como “a olla que hierve no se le acercan las moscas”, siendo las moscas las chicas o, cuando te entrevistes con una mujer has de hacerlo en un lugar abierto o con la puerta abierta o, mejor pasar por mal educado que por cordial. La peor fue la de un Director Regional que nos advirtió que “un numerario es la peor tentación para una chica, puesto que es sano, bueno, virtuoso…” la papada se me hinchaba a reventar. Ciertamente había chicas que atraían, aún recuerdo la “meditación” o prédica de un cura gritando dentro del oratorio: “¡Aclaro! Toda erección es pecado. Y pecado grave”. Pero se me hacía un revoltijo de ideas cuando, al respecto, comentaban que el Fundador había dicho en una “tertulia” de “familia” en Roma que a veces, el pene “se pone como una tabla rígida”, sin más y que había que rezar un acordaos o algo por el estilo sin prestarle mayor importancia. Nuevamente las incoherencias interpretativas. Lo más seguro es que el Espíritu Santo debe estar sin plumas con tantas elucubraciones absurdas y contradictorias.

Un episodio peculiar respecto al temor de “mirar” a una mujer – “mirar” es distinto a “ver” porque “mirar es detenerse en los detalles, diría el Fundador – ocurrió cuando, al tomar un taxi para trasladar una maqueta, el chofer se detuvo para llevar a un par de… amigas. “Chico, vamos a jalar a esas guapas., pero ellas no saben que hago taxi, así que diles que eres mi primo”. Antes de poder decirle “bajo del coche” ya se había detenido y las primorosas amigas sentado en el asiento trasero. Estaba rojo como un tomate y pensaba seriamente en “morir antes que pecar” y lanzarme del coche en movimiento. Menos mal que el trayecto fue muy corto, las chicas se despidieron con cariñoso beso en la mejilla – otra de las prohibiciones del Fundador para con el trato con las mujeres – y, seguimos nuestra ruta. Estaba molesto. Luego me confesé en “casa” por no haber sido ejemplar, como había dejado escrito Escrivá o Escribá. Usaré Escrivá aunque parece que en verdad fue Escribá. Considero que daría igual un cuento de Alibabá que “Alivavá y los cuarenta ladrones”.

A fin de cuentas, las chicas eran mayoría en la Facultad y los grupos de trabajo solían ser mixtos. Como no las iba a llevar a “mi casa” puesto que era una persona “común y corriente”, nos reuníamos en casa de otro. A pesar que el tiempo me escaseaba, para algunas materias tenía dotes y las muchachas me pedían ayuda. Justamente uno de esos dotes era que sabía trasmitir bien las ideas. Así que no me negué a darles algunas breves clases. Si alguna de ellas empezó a enamorarse de mí, nunca lo supe. Sólo recuerdo el tierno beso de una chica con la cual tuve la gentileza de dedicarle un tiempo extra para que entendiese una materia que le resultaba especialmente difícil. Si esto era un atentado grave contra la pureza de corazón, ya estaba en duda ¿Era Cristo o era yo?, ¿Debía tender la mano o retirarla? Tenía también un compañero, Iván, de aspecto moreno, grotesco, tatuado y de aretes. En resumen, no idóneo para ser un chico de San Rafael. En clase de dibujo, vi de reojo que necesitaba una plantilla para borrar. Le ofrecí la mía. Me miró serio “como tú hay pocos”, dijo y añadió “por si acaso se te ha caído el rosario de tu bolsillo”.

El numerario que dormía bajo mi litera, puesto que se fue al Colegio Romano me dejó un “amigo” a “tratar”. Un chico oriental muy simpático. El término “tratar” era muy extendido, tanto que, en ocasiones nos salía como pregunta “Y a ti ¿Quién te trata?” algo semejante a “¿Quién te amaestra?”. Este chico acabó siendo de la Obra, de dentista le encargaron trabajar en la Oficina de Apostolado de la Opinión Pública y luego de Director del Centro de Estudios. Toda una carrera… profesional.

Tras el curso anual, se me indicó que pasaría a vivir a un Centro que se llamaba Saeta. Este Centro intentaba ser el semillero del proselitismo con los chicos de los colegios de las labores corporativas del Opus: el Colegio Alpamayo. Saeta se había convertido en una casa de la “labor de San Gabriel”, es decir, de supernumerarios. Ya no iban chicos de colegio y había que re encauzar el proselitismo a las cabecitas más tiernas. Casi toda la plana de “residentes” de Saeta fue traslada a otras “casas” de la Obra. Ahora la misión sería hacerse de Peter Pan y llevar a los chicos al “País de nunca jamás”.

Nicanor (eco_challengers@hotmail.com

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