Del Centro de Estudios a Tradiciones y la Pecera.- Nicanor (XIV)
Fecha Monday, 26 April 2010
Tema 010. Testimonios


Antes he de aclarar un punto de suma importancia de mi escrito anterior que ha causado inquietud en los lectores de este espacio. Se trata de los “rollitos”. En Perú, dicho término se aplica a los pliegues que se forman entre la última costilla flotante del tórax y el inicio de la cadera, allí donde se acumula grasa cuando engordas con la comida tan deliciosa que preparaban con esmero las numerarias auxiliares. Esos son los “rollitos” y allí la disciplina caía con fuerza produciendo un sonido similar a un aplauso. El aplauso de ser tan… “normales y corrientes” como cualquier persona común y corriente.

Fue grato el tiempo en el tal Centro a pesar de los líos con mis padres. Teníamos talento, carácter y posición - las tres cualidades esenciales indicadas por Escrivá para ser numerario – y, sobretodo juventud. A esa edad, entre los diecisiete y veinte, casi todo es jolgorio. A pesar que la arquitectura de la casa era conventual, preparada para el silencio y la meditación, en varias ocasiones los Directores Regionales - nuestros vecinos – hacían llegar avisos que se leían en los círculos breves indicando que no hiciésemos tanto alboroto. Probablemente, el más resaltante, ocurrió una noche de navidad. Mis “hermanos” habían comprado cohetes y cohetecillos. Los que reventaban escandalosamente se los dejaba a los demás, yo me quedaba con las sartas de cohetecillos pero, en un arranque de alegría por el nacimiento del divino niño, se me ocurrió lanzarlo alto y cayó en el patio de la casa de los Directores Regionales donde reventaron. Lo peor es que fue justo sobre el Consiliario. Inmediatamente, el vocal de San Miguel salió por la portezuela y nos pidió que no aventáramos nada hacia su patio, que el Consiliario aún estaba con vida, con la sotana chamuscada y lo había tomado con santo humor...

Ya homo opus sapiens, me destacaron al Centro Cultural Tradiciones. Mi labor allí tenía que centrarse en universitarios. De sub director el mismo que me había dicho que “Dios me había elegido”. Con el tiempo lo conocí mejor…

Este numerario español era la reencarnación del conquistador Francisco Pizarro. De hecho, en algunas ocasiones solía compararse con tal personaje. Al principio le llamaba por su nombre propio pero, tras una corrección fraterna me dijeron “no está bien que llames por su nombre propio a una persona que es mucho mayor que tú, llámale por su título: ingeniero” y, así fue. Pasó a ser “el ingeniero”. De carácter sanguíneo y altanero, el ingeniero creía que estaba aún en la etapa fundacional del Opus. Como Director de la Escuela de Alta Dirección de la Universidad de Piura, había tenido buena llegada con estudiantes de la Universidad del Pacífico - ¡una Universidad de Jesuitas! – y, el Fundador había dejado expresamente dicho que ningún jesuita podía entrar a un Centro de la Obra-. Con esto, “el ingeniero” se sentía dichoso de arrancar a los jesuitas sus mejores estudiantes para practicar con ellos el “compelle intrare”. Esta construcción latina significa “dirigir”, “empujar” a “entrar”.

“El ingeniero” lo interpretó como a plantear la “crisis vocacional” a cualquiera que se le cruzase en el camino – siempre y cuando tuviesen buena pinta – y varios chicos salían espantados. Un buen amigo de Colegio, que me visitó por Tradiciones, tuvo la desgracia que este señor le abriese la puerta. Inmediatamente lo trasladó a una habitación, lo interrogó y le dijo que “Dios le había elegido”. Como mi compañero le respondió que esa “elección divina” podía vivirla no necesariamente en el Opus Dei, lo echó de la “casa”. Sin embargo, mi buen amigo, intentó visitarme nuevamente, pero “el día que el tal ingeniero no estuviese por allí” me dijo. Un cura del Centro le tenía pánico a la técnica “ingenieril”. Dicha técnica era: el seleccionado pasaba (compelle) a una sala acristalada a la que denominamos “la pecera” y allí pasaban horas (no menos de tres) charlando sobre la vida, el destino y el querer de Dios. Creo que únicamente faltaban las luces de alta intensidad, un baldazo de agua fría y algo de tensión eléctrica; los que sobrevivían a la “inmersión” en la pecera, también conocidos como “buzos” acababan pitando. Dos “buzos” pidieron su admisión. El “compelle” era poco más que agotador para cualquier cerebro juvenil.

Al respecto, había en la entrada de la Sala de Estar una foto, regalada por el anterior Consiliario, en la aparecía la puerta grande de la Plaza de Toros en la fiesta de San Fermín. Tres fieros toros se abrían paso entre los corredores – algunos volando por los aires y otros aplastados –; atrás escrito: “Compelle intrare y hayan muchas vocaciones”.

Sin embargo, hubo un tercer genio, pero no estudiante de economía sino de medicina. A este chico el ingeniero lo convocó a una sesión de inmersión sin prevenirle que trajese mascarilla y tanque. Curiosamente, con este chico, trancé algo que era “amistad” cuyo significado ya hacía tiempo había perdido noción.

Era un genio y tenía un carácter un tanto particular pero no fuera de lo normal. Al tiempo le detectaron un tumor cerebral. Fui el primero en enterarme, darle ánimos y buscar hombro sobre el cual llorar el temor de perderlo. Como tenía por encargo llevar el “diario” de la “casa” (libro en el que se escribe los incidentes ocurridos durante el día que suelen ser casi repetitivos), me desahogué allí. El Director me “encargó” le acompañase y le mantuviese informado. Para esto chico ya había hecho la Oblación (ceremonia de compromiso para con el Opus Dei que se renueva cada diecinueve de marzo en honor a San José).

Lo internaron en una clínica y le operaron. La operación tardó horas. Todo lo que hizo su “madre guapa la Obra” fue enviarle al cura para que le diese la extremaunción y delegarme a mí como acompañante. Nunca me pregunté si le cubrirían parte de los gastos de la operación o lo trasladarían a la Clínica de Navarra. Pero, como somos “iguales a los demás”… su familia de sangre tendría que arreglárselas con el enfermo y el Opus, “como institución que únicamente tiene una participación en la dirección espiritual de sus fieles” no podía inmiscuirse en esos asuntos (por lo menos en este caso).

Acompañé a sus padres durante ese duro trance, de allí que su madre y hermana me hayan tomado tanto cariño. La operación fue un éxito, pero se había extirpado tanta masa del cerebro que su carácter cambió. Durante el largo proceso post operatorio ya no era el mismo. Se volvió violento y tosco en sus actitudes. Cuando le acompañaba a sus sesiones de quimioterapia era usual que me gritase “¡Sal del coche, no quiero que me acompañes!” pero me daba igual y subía al coche. Esta actitud no lo hacía por el “encargo” del Director, sino por mi amigo. Otro numerario (que también dejó el Opus), amigo suyo, me comentó que un cura amigo le dijo en confidencia “hay que procurar no hablar mucho con este chico para que no renueve el diecinueve sus compromisos el diecinueve de marzo”. Jamás hubiese pensado que le dejarían sólo en aquel trance. Obviamente, con el trastorno traumático y las sesiones de quimioterapia semanales al chico le dijeron que “para su bien” no renovase. Seguramente Dios le habría enviado ese tumor como signo para que no perseverase como una “carga” para la Obra sino para sus padres. Cuando el Prelado visitó Perú, al final de una “tertulia” en el Colegio Alpamayo, se lo presentaron como “un milagro de San Josemaría” y “el Padre” le besó en la mejilla. Era de noche. Al cabo de muchos años acabaría en Japón como destacado científico en el estudio del ADN humano y otros ensayos de vanguardia científica.

Otro caso que me llamó la atención fue el de un joven coreano. Su padre era un reconocido personaje del deporte nacional. Este joven permanecía postrado en cama todos los días. También fui “encargado” de llevarle el almuerzo y la cena. Para mi suerte, su forma de ser era sumamente agradable, en cierto modo, descansaba acompañándole y, que recuerde, cuando le proponía hacer alguna norma del plan de vida, me pedía que únicamente le acompañase y en otras me aceptaba rezar con él alguna parte del rosario. Me había convertido en el enfermero de la “casa” sin que me lo hayan propuesto y, no me disgustaba.

Por su “posición” fue enviado a la Clínica Universitaria de Navarra, en España, al famoso piso de psiquiatría para diagnosticar la forma en que persevere. Retornó con un cargamento de medicinas y lo trasladaron a la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura. Empleo el término “posición” puesto que al Opus Dei cuidará especialmente a aquellos que tienen repercusión en la sociedad y, ni qué decir, el vanagloriarse que el hijo de tal entrenador era del Opus. En Piura estuvo más contento y tranquilo. Era una persona de corazón grande. El cambio de aires le hizo tanto bien que, al cabo de algunos años, dejó también el Opus y viajó a otro país donde ahora está feliz.

Estos encargos, sumado al estudio universitario, al proselitismo, normas de piedad y un empleo que conseguí como dibujante para una editorial produjeron tal nivel de estrés que recuerdo haber comentado con “el ingeniero”: “ya no puedo más”, a lo que me respondió casi del mismo modo a cuando me empujó a “pitar”: “me alegro que estés muy exigido porque así eres gratísimo a Dios” y, colorín colorado, con esa pastillita espiritual quedé contento. Dios me quería en esa situación de echar aguas por algún lado menos en el proselitismo y las normas del “plan de vida”. Así, los estudios en la universidad salían al modo en que podía y lo mismo con el trabajo en la editorial, que a la sazón era de otro numerario. Cabe aclarar que un numerario no puede contratar a otro numerario sin permiso expreso de los Directores Regionales (así lo estableció el Fundador) pero, como éste era Director, el trámite fue directo consigo mismo.

Este Director Regional estaba en avalando la publicación de los libros de historia de una numeraria hija de un reconocido político peruano. Su hija estaba preparando una colección de libros de historia y me contrataron para los gráficos. Se vendieron como pan caliente, sobretodo porque todos los colegios de la Obra lo incluyeron dentro de su curso de historia. Mi hermano supernumerario me reprochó lo poco que me habían pagado. “Te has dejado explotar” me dijo. Nuevamente cursé vía Director de su Centro para que le hiciesen la corrección fraterna respectiva y respetase a su hermano numerario.

Por trofeo, me regalaron una colección con la firma de la autora “Con especial cariño para Nico, mi dibujante estrella”. La dedicatoria causó escozor, toda vez que provenía de una ¡numeraria! Que, en teoría, no debe dirigirse a un numerario en términos tan subidos de tono como “especial cariño” o piropos. Yo quería dejarlos en la Sala de Estudio, pero me dijeron que no. Que mejor los guardase en lo más recóndito de algún cajón de mi closet, si entre mis calcetines, mejor. Todo ese caudal de trabajo había llevado consigo varias amanecidas que se sumaban a las propias de los estudios universitarios. Los dolores de cabeza se hicieron más intensos. En esos momentos avisaba al Director – si es que estaba en “casa” - y, me acostaba en cama. Como no era usual encontrar a alguien tendido en cama me preguntaban y les respondía que tenía una jaqueca muy fuerte. Era interesante escuchar la respuesta casi unánime “¡Ah, yo también tengo jaqueca!”, algo así como “me acabas de recordar que también me duele la cabeza pero no soy tan “blandengue” como para tirarme en cama”. Así pues, siendo los enfermos “el tesoro de la Obra” en palabras del Fundador, un buen día me desplomé del dolor yendo hacia la Universidad.

Puesto que mis padres trabajaban aún como médicos se encargaron de hacerme los exámenes médicos correspondientes para descartar algún aneurisma o tumor. Que recuerde ninguno de mis “hermanos” insistió en acompañarme puesto que el encargado de esa labor era… ¡Yo mismo! La ventaja era que no escucharan a mi padre que me presentaba ante sus colegas como miembro “extraordinario” del Opus Dei. El Fundador sostenía que sus hijas e hijos no tenían porqué presentarse como fieles de la Prelatura. “No se lleva colgado en el cuello puesto que es tan similar como la filiación a un equipo de fútbol o un partido político”. Debía aclarar que no era “extraordinario” sino “numerario” y dar una breve explicación del significado del término. En pocas palabras, un plus a mi alto nivel de estrés. Como resultado de la consulta me recetaron una batería de exámenes médicos y me sucedió lo mismo que a mi amigo estudiante de medicina. Cuando me recetaban hacerme una resonancia magnética nunca la Obra, en “su cuidado materno” dirá “yo la pago, porque tú eres mi hijo” sino “busca quién te la pague porque somos una familia numerosa y pobre”. Para “mi suerte”, me dejaron renovar los diecinueve de marzo y es que… les era útil “a pesar de los pesares”.

Nicanor (eco_challengers@hotmail.com)  

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