El inicio del Centro de Estudios (VII).- Nicanor
Fecha Monday, 05 April 2010
Tema 010. Testimonios


Antemano quiero agradecer algunas precisiones que me han hecho llegar respecto a la confusión que he generado con las llamadas “lecturas internas”. Cuadernos 3 es la que habla sobre “Vocación y Apostolado”, de hecho, cuando alguno estaba próximo a “pitar” el lema era “ya está leyendo Cuadernos 3”, vale decir que está capacitado para leerlo. Dentro de las “casas” del Opus Dei hay gran cantidad de literatura a la que sólo tienen acceso los numerarios o los agregados y, algunos, con permiso especial de los que gobiernan el Centro: los directores (director, sub director, secretario y capellán – aunque se dice que no voto voz sino voz cuando se trata de solucionar algo por votación).

Bien hasta acá. Por otra parte, para la cantidad de personas conocidas que me han encontrado a través de este medio que Agustina ha tenido a bien ser "fundadora", he de dejar nuevamente en claro que no ando bien de la cabeza, de otro modo no me explico cómo me hice del Opus Dei dos décadas de mi vida para recobrar la cordura a los treinta y cuatro años. O sea, lo que vayan diciendo por allí que el tal Nicanor sufrió un severo daño psiquiátrico – milagrosamente – se curó al salir y no fue por atención a rezar exactamente la estampita de Escrivá. Tampoco estoy en otro país ni bobadas por el estilo que, en esto de esconder que los numerarios se marchan en progresión geométrica, los directores y sacerdotes son campeones de argüir esas “mentiras piadosas”..

Aclarado estos asuntos, prosigo. El ingreso a la Universidad a la carrera de Arquitectura no se planteaba para nada fácil. Creo que eso lo sabía bien el sacerdote director del Centro de Estudios que, a la sazón, quedaba justamente cruzando la calle del C.C. Tradiciones al que estaba adscrito. Al paso dos anécdotas: la primera refiere al comentario que se me hizo, cuando era “adscrito” de Tradiciones: “no se pasea ni se visita a nadie en otros Centros de la Obra sin causa alguna que no sea consultada con el director”., y la otra es un recuerdo infantil al pasar justamente por el C.C. Los Andes (el Centro de Estudios), una casa hermosa, cubierta de enredaderas, de estilo vienés… y me imaginaba si pudiese vivir en una casa así. Curiosamente, el Fundador recogería en uno de sus escritos que, si uno narrase su vida, los que le escuchasen darían perfecta cuenta que Dios le había guiado para encontrar esa “estrella” que “brilla como un lucero en la frente” de los elegidos al Opus y, acabé estrellado...



Decía que el sacerdote director conocía perfectamente del sufrimiento de los arquitectos en sus estudios porque uno de sus “pitables de siempre” era estudiante en la Universidad en la que yo estaba e invitado con frecuencia al Centro para almorzar o cenar o jugar al tenis o montar bicicleta con el Director. Creo que era su único amigo y nunca pitó.

El llamado “Centro de Estudios” es una casa del Opus Dei donde son destinados los numerarios recientes para su formación en el carisma del Opus Dei e iniciar los estudios en filosofía, teología y latín entre otras materias. Todo un plan en vista a que – si el Prelado lo decidiera, pudiera ser convocado para su traslado inmediato a Roma y ser ordenado presbítero: un seminarista pero sin conocimiento que lo era, porque en el Opus todos se consideran muy laicos. Otro recuerdo: Pablo Ferreiro, docente de la Escuela de Dirección de la Programa de Dirección de la Universidad de Piura, al viajar a Roma para la beatificación de Escrivá, se trasladó a un convento de monjas que alojaban seminaristas. Razonó en su mentalidad laica y empresarial: “puesto que todos los numerarios pueden ser llamados al sacerdocio, entonces, soy seminarista” y así pasó por la puerta del covento como “seminarista del Opus Dei”.

Entonces, en el Centro de Estudios… se estudia. No cabe duda y hay que hacer de tripas corazón para encajar las exigencias de la carrera profesional con la de las normas y costumbres y con los estudios – antes mencionados – usualmente dictados los fines de semana por curas que venían de otros Centros.

Aunque no había sub director sino que el director fungía como director y capellán creo que los que vivían en esa “casa” eran poco menos de una decena viviendo allí. Yo aún conservaba mi condición de adscrito, es decir, vivía en casa de mis padres pero como si no lo fuera, porque lo pasaba toda la semana allí metido. De aquella colección de la “aristocracia intelectual”, como le gustaba denominar al Fundador a sus hijos numerarios, sólo quedaron tres. El resto se marchó al pasar los años y emigrar a otros lados. Octavio se retiró pronto, cuando yo estaba allí. Fue el primer disidente que conocí, en el que posteriormente me detendré.

Comencé a llevar a mis colegas de estudio por la “casa”: Renato, Paco, Alberto… que al cabo se incorporaron al llamado “círculo breve”. Uno de los primeros líos apostólicos era que tus compañeros se mudaban contigo de casa en casa a la que pasabas. Algunos estaban dispuestos y otros no. El caso es que de mis “amigos” sólo debía interesarme en aquellos que pudiesen ser “pitables”, los demás no eran necesarios. Así que remordimientos no tenía. Tampoco tenía remordimientos por las bajas calificaciones que obtenía en mis primeros ciclos de carrera, es más, en la “charla fraterna”, dícese de aquella conversación entre “hermanos” en la que se conversa sobre tres temas fundamentales “fe, pureza y vocación” con quien te digan que tienes que conversar – no es susceptible de elección por parte del interesado -, jamás me preguntaban sobre mi estudio, ni siquiera de la relación con mis padres: todo se centraba en el proselitismo y en esas conversaciones en intimidad que sostenía con mis amigos. Es decir, a mis compañeros de estudio los dejaba literalmente calatos en sus asuntos íntimos con el que hacía la “confidencia”.

Es entonces que, sí, los estudios son necesarios para guardar la “espiritualidad laical”, “estar dentro del mundo sin ser mundanos” y – sobre todas las cosas, para garantizar un ingreso de dinero suficiente que sirva para dejar, íntegramente, en la caja del Centro. ¿Pero qué podía aportar un adscrito de mi condición? Era tema recurrente en la “charla fraterna” el si podía sacarle más dinero a mis padres. De hecho estudiar arquitectura es caro, porque hay que comprar herramientas y materiales: estilógrafos, reglas, cartones, pegamento, etc., y mi madre se sorprendía cuando le pedía más y más aduciendo que tenía que adquirir materiales. Esto me llevó a convertirme en el interior de la Facultad de Arquitectura en uno peligroso “caníbal” de materiales, una especie de aparato de reciclaje adelantándome a los tiempos. Si encontraba alguna maqueta abandonada en algún salón de clase inmediatamente daba cuenta de ella, llevándome los arbolitos en miniatura, cartones y varillas que no estuviesen en mal estado. Desde esta Web pido perdón a algún compañero o compañera de estudios que haya encontrado su maqueta hecha pedazos si es que la dejó olvidada. Yo fui el descuartizador.

Estaba contento de estar en esa casa. Aunque vieja era linda. Con mis compañeros de universidad nos íbamos a un porche armado en el jardín para estudiar o hacer maquetas. La sala de estudio era un lugar muy grato y el oratorio bastante pequeño. Igual, tradicionalmente teníamos meditación los sábados con los famosos “chicos de San Rafael” equivalente a decir “numerarios o supernumerarios en potencia y no en acto”, hago esta distinción entre potencia y acto porque ya le estaba entrando al Aristotelismo en mis clases de “Introducción a la Filosofía”.

Estas “meditaciones”, del capellán, iluminados tan sólo por una pequeña lámpara sobre una mesita forrada con mantel oscuro es una costumbre en los Centros de la Obra. Sucedía entonces que, con el trajín de la semana y los trabajos por entregar en la Universidad a primera hora del lunes, muchos – por no decir todos mis “amigos” del círculo no asistían. Así, los sábados el reloj era un arma de tortura mental, llegada la hora – usualmente – se presentaban muy pocos y, en varias ocasiones, nadie. Tras la meditación de los sábados con su consiguiente bendición con el Santísimo Sacramento, me confesaba y marchaba a casa de mis padres. El cinturón de la “vocación y entrega” se estrechaba cada vez más. Debía de hacer “más vida en familia” así que se me pidió “porque en el Opus Dei el imperativo más fuerte es un por favor” que asistiese a la Santa Misa a las seis y media de la mañana. Lo cual significaba levantarme a cuarto para las cinco, embutirme el desayuno para cumplir la hora de ayuno para poder comulgar y salir nuevamente de casa de mis padres a hurtadillas. A las cinco y media de la mañana, salir de un barrio que, como comenté era peligroso, era poco más que temerario al igual que retornar a horas muy tardes en la noche. Intentos de asalto guardo por decenas en mi anecdotario. Mi madre sobretodo andaba con los nervios de punta pero guardaba confianza en Dios y en mi ángel custodio que no me pasaría nada. Y así fue, garrote en mano al ir y venir a zancadas y mirada paranoica nadie se me acercaba ¡Laus Deo!

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