Conociendo a mis “hermanos” en casa.- Nicanor (VI)
Fecha Monday, 29 March 2010
Tema 010. Testimonios


He de advertir al lector, sobretodo a los fieles de la Prelatura que leen esta Web que, si escribo no es por ser un "desiquilibrado mental" o un "adversario de la Iglesia". Todo lo contrario, soy un hombre casado, con adorable esposa e hijo que es una lindura. Viene a cuento esta aclaración porque será costumbre entre los fieles de la Prelatura la invención de "leyendas urbanas" basadas en frase del Fundador "todos los que dejan la Obra luego se arrepienten y lloran queriendo retornar" y se convierten en "aves tristes", castellanismo del latín "aviis tristis" cuando se marchó triste "el joven rico". Nada más opuesto a la felicidad que invade para todos los que nos hemos ido. Hecha la aclaración, continúo...



Entonces, si mal no recuerdo, será por el año 90 que estaba en el C.C.Tradiciones, cuyo director era Andrés Echevarría y yo me encontraba allí haciendo de mil oficios – como “puto adscritillo” en palabras del padre Pastor – y preparándome para rendir el examen de ingreso a la Universidad en el Centro Pre de la misma. Sepa el lector que, aparte de la observancia en el “espíritu de servicio” en el que se tiene que formar a la vocación reciente, también ha de recibir su dosis adecuada en lo que se denomina “formación inicial” que son unos guiones dícese que elaborados por el Fundador que guardan la explicación de todas las normas, costumbres e interpretaciones de la fe católica. Se denominan apartados I, II, III y IV y se van dictando en la medida en que se acerca una ceremonia llamada “Oblación”, primer paso para “formalizar el vínculo jurídico con la Prelatura”. El año 89, justo a los dieciséis años y medio – como establece el libro “De Spiritu” que custodian los que gobiernan los centros - hice tal rito. Agréguese este ingrediente a la sumatoria de tiempos para dedicar al estudio “obligación grave” para los numerarios y agregados. Como anécdota que pinta el agotamiento en estas materias en la “formación” de la vocación joven que recuerdo a Emilio Arizmendi, ahora padre Emilio, cuando me dictó un de las clases. Con su talante taciturno y voz monótona en breve me quedé dormido. Era su único oyente y, al despertar de sopetón por lo irreverente de mi conducta me di cuenta que Emilio ¡también lo estaba! así fingí para despertarnos sincronizadamente.

Otro hecho fue con Andrés y va la historia. Se tiene por costumbre que haya un día al mes dedicado al retiro en la misma casa de la Obra. La hora de inicio era a las ocho de la mañana, pero por despiste me presenté a las siete. Llamé al timbre y salió Andrés por el balcón “¡Pero si son la siete y retiro empieza a las ocho!” me dijo. No me abrió la puerta. Quedé allí en la calle esperando. Si no hubiese tocado nuevamente la campana a las ocho y cuarto me perdía de la “meditación” (predicación del sacerdote del Centro a oscuras en el oratorio de la casa que dura media hora), el “director” del Centro simplemente se metió al sobre y se olvidó de mí. En mi “candidez” iba forjando en mi mente que las vocaciones recientes debían de ser educadas en el trato duro y despreciable para hacerles “fuertes en la… ¿virtud?”. Por lo menos las narraciones de los adscritos españoles y sus “heroísmos” para asistir a las “casas” de la Obra me dejaban perturbado: caminar kilómetros sobre la nieve, no desayunar, estudiar sobre el suelo o con una vela por luz… no habían espacio para las quejas. Me trataban “a cuerpo de rey”.

Bien, dejo las anécdotas para pasar al temor que me invadió cercana la prueba del Centro Pre para ingresar directamente la Universidad. Rendí el examen pero no aprobé, había perdido mi segunda oportunidad y me restaba presentarme dentro de todos los demás postulantes al examen ordinario. Esto me sobrecogió ya que pasé por mi primera crisis lógico-espiritual, ¿habré santificado mi trabajo? Puesto que si lo hubiese hecho habría ingresado. Esto se lo conté en la “confidencia” a mi director espiritual, a la sazón Oscar Medina (ex numerario) y tranquilizó mi aterrada conciencia. “Tranquilo, creo que has hecho todo lo posible y el resultado de tu ingreso está en las manos de Dios ¡Omnia in bonum! (todo es para bien) y, si Él quiere que ingreses sucederá y si no, tendrás que esperar”. Con este consejo proveniente de “Dios mismo que habla a través de los directores” me presenté relajado al examen. Mis padres me acompañaron a la Universidad, como era un día de semana y temprano “mis hermanos sobrenaturales” probablemente no dispondrían de tiempo para tales menesteres.

Al día siguiente fui a verificar mi resultado y me encontré con Tavo Llave (ex numerario) que me dio un fuerte abrazo. “¡Has ingresado y encima en cuarto puesto!”. Cual mi sorpresa que la divinidad se haya apiadado de su siervo fiel que casi me arrodillo, beso el suelo y digo “¡serviam!” como se hace cuando se rezan las Preces (oración que sólo los fieles de la Prelatura rezan e inicia con esa forma de sumisión ante Dios y su Obra). La primera en enterarse fue mi madre al llegar a casa de “mi familia de sangre” y me llenó de besos. Llamé inmediatamente a “la casa” (Centro de la Obra) y me atendió Andrés “¡Felicidades, te esperamos por la tarde para celebrarlo! Te hemos encomendado mucho”. Esta frase final – “encomendado (rezar por ti)” – algunas ocasiones se convertían en estribillo hueco. Tal fue el caso que, años después le aconteció al padre Pastor cuando, al salir de celebrar misa, nadie de su casa le saludó por su cumpleaños. Enojado reclamó el olvido de todos “sus hermanos”. José Antonio le dio un abrazo y le dijo “¡Felicidades Padre, le he encomendado especialmente en la Misa!” lo cual enojó más aún al sacerdote.

Volviendo. El gran regocijo en la casa paterna ameritó un almuerzo fuera de casa, en un restaurante de comida china – por mi ascendencia – y, por la tarde fui a “casa” para la segunda celebración. Solamente estaba Andrés que me invitó a pasar a un lugar totalmente desconocido para mí: el comedor. Fue allí que aprendí una costumbre en la Obra que es el Lonche. Celebramos mi ingreso a la Universidad con un delicioso… lonche. Sepa el lector que en Perú no es común tal costumbre sino de procedencia hispánica. Por otra parte, se me explicó “in situ”, sin haber yo formulado ninguna pregunta, que en la Obra no se suele “celebrar extraordinarios” como ingreso a la Universidad, obtención de beca, aprobación de tesis… únicamente los cumpleaños y, sobretodo el cumplimiento de los cuarenta años de edad ¿Por qué? Ni idea y ni pregunté. Me daba igual, la Obra era de Dios, no me cabía la menor duda y todo lo que se me dijese era querido por aquel “instrumento fiel” que fue el Fundador. Vale decir, como nos comentó en tertulia Mons. Orbegozo - uno de los primeros – que, si al Fundador se le hubiese ocurrido que empleasen todos cucuruchos de color, simplemente se los hubiesen puesto porque tal era “la intervención y el querer de Dios” al intervenir en la historia de la humanidad con la Fundación del Opus Dei.

Ya tenía diecisiete años “gracia de Dios y buen humor”. Empezaba una nueva etapa de mi vida, la Universidad, en la carrera de Arquitectura y todas sus leyendas de hacer maquetas, amanecidas y demás. Corría el segundo semestre del año y seguía viviendo en casa de mis padres. Lo usual era ya trasladarme a vivir a “casa”.

Supongo que para el Consejo Local de Tradiciones no era demasiado molesto porque seguramente, en los “informes personales”, que son redactados por los “directores espirituales” y son enviados al Centro de la Obra o “casa” a la que te destacan, no solamente se detalla el perfil de personalidad sino también su estatus social. Yo, ni enterado que existían este tipo de informes hasta que “ascendí” a cargos de gobierno de la Obra y escuchar las confidencias de “mis otros hermanos en casa”, así como tampoco estaba enterado que había una distinción entre agregados, numerarios y supernumerarios. La breve explicación que me dio Martín en el C.C.SAMA de esta distinción me satisfizo en cuanto que los agregados “tienen deberes para con su familia: como cuidar de su mamá o de sus hermanos menores y no podrían vivir en un Centro de la Obra”. Totalmente comprensible. En cambio, la de supernumerarios me “dejó sin piso”, primero por lo de “super”, prefijo que acá en Perú se entiende como “por sobre” o “superior” pero no era más que aquellos que “tenían la vocación al matrimonio”. Este enterarme recién que habían tales “elegidos” fue mi primera duda en la vocación porque… ¿quién no aspira a casarse y formar una familia “humana” como decía el Fundador? Pero se me explicó que tales pensamientos eran normales y no signo de ausencia de vocación al celibato. El auténtico síntoma de la vocación al celibato “es el temor” según lo que dice el libro “interno” Cuadernos 3, pero – y valgan las verdades – me incomodó que no se me hubiese explicado antes de “pitar” que había esa opción. En fin, “pitar” – como también se me explicó, ya sea como agregado, numerario o supernumerario implicaba para todos la misma exigencia y entrega. Es “firmar una carta en blanco” a todo lo que venga hasta el final de la vida en la Tierra. A fin de cuentas, mi “corazón” ya estaba cerrado con “siete cerrojos” – sólo para Dios – y, el Consejo Local de Tradiciones barajaba la posibilidad de irme a vivir ya a “casa”.

Seguramente en el “informe” se recogía que, si bien tenía dos hermanos que podrían cuidar de mis padres en su vejez, no reunía las condiciones económicas necesarias para pagar la cuantiosa cantidad que exige vivir en una “casa” de la Obra. Mi hermano mayor había ingresado a una Universidad Nacional para estudiar medicina y mi hermana se preparaba para ingresar a una particular. Las exigencias económicas que habrían de atravesar mis padres era ajustada, pero se esforzaron tanto – ambos – que lograron ascender en sus puestos laborales y una mejor remuneración que, no solamente les permitió pagar los estudios de mi hermana y míos, sino que el Consejo Local pudiese preparar “el arpón” para plantearme la mudanza a un Centro de la Obra e iniciar lo que se llama el “Centro de Estudios”.

Nicanor Wong - jnwong@caplima.pe

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