El inicio del plano inclinado (IV).- Nicanor
Fecha Wednesday, 24 March 2010
Tema 010. Testimonios


El lector probablemente se pregunte y, no le faltará razón, si la persona que está escribiendo este testimonio se cree "La Inmaculada Concepción". Puede quedarse tranquilo porque, el escribiente, alguna vez sí se consideró un "algo semejante", probablemente capaz de orinar agua bendita. Lamentablemente no tuve esa capacidad, aunque sí se la otorgué a un sacerdote al confundir el agua que se emplea para la "purificación" durante la Santa Misa y que bebe al purificar los vasos sagrados, al llenarlo con la botella en la que se almacenaba con… ¡agua bendita! durante varios días hasta que caí en la cuenta que había una cinta pegada debajo que decía "Agua Bendita". Mis excusas al Padre Carpio por craso despiste.

Pero bueno, el objetivo del relato va en narrar el cambio que se opera "como un plano inclinado", en frases del Fundador del Opus Dei, en los que se hacen fieles numerarios a la Prelatura. Así que continúo...

Desarraigado pues de mis mejores amigas, culminada la etapa escolar de la que sólo uno fue también “llamado por Dios” para ser numerario, un compañero del cual no podría decir que fui su amigo sino su ¿director? No lo sé. Rafael pitó poco después que yo atraído por el candor que produce la imagen de la Obra de Dios y una vida de piedad auténtica. Valgan las verdades, las personas que conocí en el C.C.SAMA fueron agregados y muchos de ellos, por no decir todos, de condiciones muy humildes. Es más, recuerdo que mi hermano – ahora supernumerario – se burlaba del Opus diciendo que era “cosa de ricos” hasta que, tras un paseo, le preguntó al de su lado “Y tú ¿dónde vives?” a lo que el otro le respondió “¿Ves ese cerro lleno de casuchas?”, “Sí”, “Vivo con mi familia en una de esas”. Mejor testimonio despejó todas sus dudas. Pero, como narraré más adelante, el Opus Dei no nace para cambiar las condiciones económicas de nadie. No es su carisma ni por asomo. Es más, en algunas ocasiones cerrará la posibilidad que alguien las mejore por razones proselitistas, apostólicas o simple capricho de los llamados “Directores Espirituales”, todos ellos numerarios (laicos célibes).

Bien, iba tergiversando la amistad en proselitismo, es decir, seleccionaba mis “amistades” en razón de la capacidad que tuviesen las condiciones de ser numerarios y me acercaba a ellos no por empatía, sino empleando la “santa coacción” cuyo recurso que nunca falla es plantear la pregunta “¿Crees que tu vida tiene un sentido?” y ya con eso iniciaba. Pregunta muy compleja, ciertamente, por lo menos yo sostenía que ya la había resuelto puesto que Dios me había llamado “al mejor lugar para vivir y para morir” (otro slogan del Fundador), con el Cielo casi asegurado. No. Dejé de tener amigos, pasé a tener simples “compañeros”, nunca llegué a eso que en algún momento, durante mi época escolar sentí y entendí como amistad. A pesar que en las charlas de formación de todos los fieles de la Prelatura numerarios y agregados se nos repite que la Obra es una “familia” con “vínculos más fuertes que los de la sangre” la verdad es que dejé de tener amigos por casi veinte años de mi vida. A esto hay que unir el aprendizaje de las “mentiras piadosas” tal como “mamá, voy al SAMA a estudiar” entendiendo ella que iba a estudiar las materias del Colegio cuando en verdad iba a hacer mis normas, ir a Misa, hablar con el sacerdote, confesarme y conversar con algún que otro “¿amigo?” que invitaba por el Centro.

Puesto que mi “formación” como numerario no podía mezclarse con la vida y apostolados de los fieles agregados, mi traslado a un Centro de Numerarios era una necesidad imperante. Esto tardó unos meses porque era necesario discernir si cumplía no solamente con los criterios de selección de un numerario “talento, carácter y posición” sino también si mi familia de sangre tenía los recursos necesarios para poder financiar los cursos anuales y la mensualidad de vivir en un Centro, costos que son elevados a pesar que dicen que son “amortizados” por las colaboraciones de los supernumerarios y cooperadores. Así pues, el Consejo Local de aquel entonces: Emilio Arizmendi, Martín Mares y el padre Javier Rojas, decidieron hacer una visita a casa de mis padres. Primero fue Martín, que cayó muy bien a mi madre por su carácter bonachón propio de los chiclayanos. Observó que éramos tres hermanos, yo era el del medio, mi hermano mayor ya participaba de los apostolados del SAMA, mis padres estaban aún unidos, mi hermana le dio sus datos para que la llamasen de un Centro de la sección femenina – puesto que los apostolados del Opus Dei se dan por separado y “en principio” no se mezclan –, la casa era de buenas condiciones, había cierta estabilidad económica y mi perro era saludable y juguetón. Con estos datos el Consejo Local – órgano de gobierno de cada Centro de la Prelatura – decidió mi traslado al C.C. Tradiciones.

Mi traslado se realizó en el 90, antes pasé navidad en el SAMA. Las navidades son muy peculiares porque uno ha de escribir una carta “al Niño Dios” pidiéndole regalos. Tal “Niño” no existió sino solamente en la mente del Fundador y es casi requisito que los fieles numerarios y agregados la hagan con varias semanas antes de navidad y la dejen en el despacho del Director. A mí me tocó estar en el grupo de Emilio – si mal no recuerdo – y, entre los regalos que se les dan a los agregados hay pañuelos, medias, polos, mochilas, billeteras, agendas… cosas que no necesariamente coinciden con lo solicitado pero – imagino – son de agradecer., a esto se suma lo espiritual tales como libros de Fundador, estampitas, rosarios… y la broma: un calzoncillo rojo con figuras de Papá Noel, un juguete infantil, etc. Lo curioso es que esto está “reglamentado” en el libro de las “Instrucciones Internas”, no es algo espontáneo sino obligación de los Directores y los fieles el asistir a la reunión del “Niño Dios”. Tal fecha, imagino, me invitaron por compromiso porque no recibí nada. Imagino que ante mi cara de desconcierto Emilio me llamó después de la entrega de regalos a su despacho y me dio una estampita de Mons. Álvaro del Portillo – Prelado del Opus Dei en aquel entonces – con una jaculatoria detrás en latín y me recordó que, puesto que no había hecho la tal “Carta” no se me había considerado pero ¿alguien me comentó de esa “costumbre”? Nadie. Fui descubriendo que en el Opus, hay que diferenciar “las normas” de las “costumbres”. Las primeras son de vida ascética, las segundas son remembranzas de la vida del Fundador ya sean fechas importantes en la historia de la Obra denominadas “fiestas” como cosas como el episodio del “Niño Dios” entre otras. Aunque tal día el “Niño ¿Dios?” se olvidó de mi existencia. Por otra parte, tal encargo, en el caso de los regalos para los agregados, se obtiene principalmente de los desechos que se almacenan en los armarios de las casas de los numerarios, de tal suerte que los Directores de Centros de agregados van merodeando los armarios de las casas de numerarios para recoger lo que buenamente puedan y coincida con lo solicitado y, si no coincide, “será Voluntad de Dios” que no coincida y trasmutará “¿Dios?” lo solicitado ya sea por un libro ascético o una piadosa estampita con jaculatoria detrás.

El 90 fue un año de cambios. El único amigo de verdad que había hecho era mi director espiritual, Martín, y lo trasladaron a Chiclayo – su ciudad natal. ¡Ay que me dolió perderlo! Pero en la Obra es “Costumbre” no despedirse, el motivo nunca lo supe con claridad. Algunos mencionaban que era porque “la vida en la Obra es milicia”, otros que “para evitar sentimentalismos y apegos desordenados”, otros que “en la vida estamos de paso”. El caso es que se marchó y eché una lágrima por él. Fue mi único amigo durante los dos años en el SAMA.

Ahora empezaba una nueva etapa de mi vida. Mi “aventura divina sobre la Tierra”, vivir entre los de mi especie: numerarios. Una casona linda, antigua, en zona residencial – San Isidro – y, prepararme para mi segunda postulatoria para el examen de ingreso a la Universidad. El primero lo había fallado, con tanto alboroto de curso anual, acostumbramiento al “Plan de Vida” completo, sacarles permiso y dinero a mis padres para ingresarlos en la caja del Centro, etc., fallé en la primera convocatoria del examen de admisión. El asunto no gustó nada a mi madre que es la que lleva “los pantalones” en mi familia. Me increpó que “mucho discurso sobre la santidad a través del estudio” pero en mi caso no se veían resultados. Este asunto tampoco les quitaba el sueño ni a mi nuevo confesor, el padre Tamayo, ni a mi nuevo director, Oscar, que a la postre terminó también saliendo o huyendo de la Obra. Me inscribieron en el Centro Pre-universitario que garantizaba ingreso seguro para los treinta primeros puestos. Si no la hacía esta vez, caería sobre mí la pena capital: no tendría permiso para ir al Centro nuevamente. Tenía dieciséis años, “gracia de Dios”, “vocación”, “auténtico afán de proselitismo”, “corazón puro” (en frases del Fundador “me da santa envidia aquellos que se entregan a Dios en la adolescencia, sin haber probado el amor humano”)., y lo más importante: “ciega obediencia a mis directores”.

Nicanor
jnwong@caplima.pe

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