Sobre cómo empecé mi vocación (III).- Nicanor
Fecha Monday, 22 March 2010
Tema 010. Testimonios


Tras la alegría inicial de ser aceptado por el grupo ésta no se desvaneció. Empezaba ahora una nueva etapa de mi vida: la perseverancia. Poco a poco, casi sin darme cuenta, había ido aprendiendo por ósmosis que “las mentiras blancas” no eran pecado si se hacían por amor a Dios, vale decir, quedarse callado, decir que las convivencias eran “de estudio”, que se iba al Centro a “estudiar” cuando la verdad era el borbotón de la formación inicial que tenía que recibir y las normas del plan de vida que hacer. Obviamente mis calificaciones en el Colegio fueron disminuyendo y mis padres se la olieron gracias a la madrina de mi hermano que les advirtió los peligros de la Obra. Se me negó ir por el Centro...



Sin embargo, el afán me proselitista invadía. Era como una especie de competencia ¿quién traía más vocaciones para el redil? Y me satisfacía ver a mis “hermanos sobrenaturales” felices. Así que, con la “mentirilla piadosa” de quedarnos a hacer un poco de deporte después de clase, teníamos el círculo de San Rafael en casa de mi primo, cerca del Colegio y, para mi círculo breve (los que reciben los numerarios) fue más complejo y hablaré de ello poco más adelante.

Usualmente las normas del plan de vida las hacía en casa de mis padres o en el Colegio. Siendo un “llamado por Dios” mis conversaciones trocaron en hacer que mis compañeros hagan la charla fraterna (hablar de temas de ascética y vida cristiana) conmigo. De allí que me apodaran rápidamente como “el cura”; pero eso no me detenía. Seguramente era cosa del Diablo y así, en los recreos, en vez de jugar con mis compañeros me dedicaba a buscarles para “conversar”. Con el tiempo me confiaron que eso les molestaba, porque les insistía demasiado a hacer cosas que no querían en ese momento, como rezar el Rosario, leer algunos puntos de Camino, hablar sobre el plan de vida y su confesión, etc. Lo mismo en “arrearlos” para ir al círculo, aunque Julio Lajunza – ahora ex agregado – lo dictaba con especial humor.

Retornando al complicado plan para mi círculo breve. De ordinario mi padre esperaba el bus de mi hermana que llegaba media hora después de la salida. Con Martín Mares (numerario) aprovechamos para emplear un parque cercano. A la hora de salida, evadía a hurtadillas el coche de mi padre y me encontraba en parque con Martín. Recuérdese que tenía prohibido ir por el Centro hasta que no mejorase en mis calificaciones. También aprovechábamos para hacer la Confidencia. Y, luego, retornaba hasta la puerta del Colegio y le hacía señas a mi padre como si recién saliera. Toda una “aventura a lo divino”.

Serio problema fue asistir a la Misa diaria. Usualmente me levantaba a las 5am y aprovechaba para salir de casa a hurtadillas e ir a la parroquia pero, cancelaron el horario matutino. Por las tardes era una pesadilla ¿Cómo explicar a mi madre que tenía que asistir a Misa todos los días? Me inventaba mil “mentiras por amor a Dios”: que iba a ver a un amigo (le tocaba despacito la puerta para no pecar de mentira), o a ver un video en casa de una señora amiga (le charlaba un ratito y me iba). Mi madre no tenía un pelo de tonta. Harta, preguntó a mi amigo por las visitas y a la señora por su falta de pudor al recibir en su casa – sola – a un adolescente. No quedó otra que pedir al cura del Colegio que sólo me diese la Comunión.

El despojo de una amistad auténtica por la conversión a un proselitismo incesante, también adoptó la forma de subir las calificaciones con la ayuda del ángel custodio: copiar. Nunca me confesé de ello ni tampoco estaba en la lista de preguntas para hacer una buena confesión. Me convertí en buen estudiante nuevamente y obtuve el permiso para ir nuevamente al Centro “ad maiorem gloriam Dei” (para mayor Gloria de Dios).

Por otra parte, tenía ya que cortar con mis amistades femeninas. Que se reducían a dos extraordinarias amigas: María Elena y Karim. Nada sencillo el asunto porque la relación era demasiado estrecha, así que apliqué lo que se me dijo “mejor pasar por mal educado…” así que – aprovechando la gracia especial otorgada, lo apliqué poniendo cara de palo cada vez que salíamos de campo o nos reuníamos en casa. Obviamente les llamó profundamente la atención mi repentino cambio de carácter y, por otra parte, para mí era un lío contra el sexto y noveno mandamientos, porque seguía atrayéndome una de ellas y se me hacía un revoltijo en el cerebro, el alma y el cuerpo, peor aún cuando se producía alguna erección, lo cual me atormentaba terriblemente y rezaba cientos de “Bendita sea tu pureza…” y actos de contrición.

Pero el proceso de apartarse de “lo mundano” no terminó allí. A la sazón practicaba, junto con mi hermano, artes marciales. En la academia, habíamos formado un grupo muy unido y la pasión por esta milenaria práctica llenaba mis venas. Más aún cuando un tío mío había sido maestro en el barrio chino de Lima. El horario entre hacer las normas, asistir a misa, recibir las charlas, la confidencia, la confesión, el proselitismo y estudiar – en último punto – redujo mi tiempo a lo infinitesimal. Una vez traté de asistir nuevamente. Mi director me dijo que no le parecía que desaprovechase el tiempo en una afición personal y lo recapacite en el oratorio. Murió también aquella ilusión.

Me quedaban aún dos cartas. Ha de recordarse que aún era adolescente, súper cándido y ahora convertido en uno de los “predilectos” pero… muchacho al fin. Tenía el viaje de promoción como festín de finalizar la etapa escolar y empezar la universitaria y la respectiva fiesta. Preparé mi discurso para “¿conversarlo?” en la confidencia. El resultado: no viaje porque se prestaba al desbande nocturno con los amigos. ¿Y la fiesta? Lo veía como la ocasión ideal de decirle adiós a mi amor platónico. Peor aún. Como consuelo me invitaron a cenar al Centro de Estudios y ver un video comercial. Poco a poco se iba consumando mi formación “mentir por amor de Dios”, “desvincularme de la amistad para dedicarme solamente a conseguir prosélitos”, “cortar con mis amigas de siempre” y conseguir – como lo hizo el Fundador – todo plus económico de mis padres a favor de mi nueva “familia numerosa y pobre”.

Nicanor Wong
jnwong@caplima.pe

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