Mi fanatismo.- Fulcro
Fecha Saturday, 20 December 2003
Tema 010. Testimonios


Querida Claudia:

Me ha impresionado mucho tu escrito del 18-12-2003, también el de Aquilina, el de Satur y el de tantos otros, sobre el tema que José G. suscita (a lo bestia) en su correo del 15-12-2003. Me dirijo especialmente a ti como persona representativa de tantas como admiro en esta web, porque ha sido tu escrito el que me ha impulsado a contar mi pequeño, atípico, y nada edificante testimonio, por si a algún chalado como yo le pudiera servir de algo.

Me he resistido hasta ahora a contarlo porque me retrata como un imbécil o cretino que aguantó casi seis años como agregado; y seguramente lo fui, porque que con la descripción que voy a dar, tan distinta de la de muchos, no se entiende que acabara violentando todos mis planteamientos y sentimientos. Para colmo, cuando me marché de la institución, lo hice convencido de que era un traidor y de que el opus dei era una de las maravillas de Dios, manteniéndome en esa convicción durante décadas. Solo hace pocos años, cuando me decidí a analizar el porqué del daño causado por la organización a personas muy queridas (alguna de ellas todavía persevera) llegué a muchas de las conclusiones que se exponen en esta web.

Lo que me atraía del club a mis once años eran las actividades deportivas y la apariencia de honestidad de las personas mayores que lo dirigían; una de ellas me fue instruyendo en lo más básico del cristianismo y poco a poco consiguió que practicara ese conjunto de actividades religiosas que componen lo que en el opus dei se denomina "plan de vida". Total, que a los catorce años bien cumplidos esa persona, a la que ya consideraba mi mejor amigo (más de una década separaba nuestras edades), me propuso mi vocación de agregado y yo, después de resistirme durante algo más de un mes, acabé escribiendo la famosa carta de admisión.

Bien, hasta aquí parece una de tantas historias normales. Pero si entramos en detalles la cosa es un poco más complicada, porque esos ideales que a tantos y tantas parece haber seducido no los tenía yo ni los llegué a tener (aunque los deseé), ni quería elegir el celibato a tan temprana edad, ni me sentía con suficiente generosidad. Mi mentalidad ya era entonces libertaria y además me cayó mal desde el principio Escrivá, tenerle como padre, sus escritos (Camino en particular) y esa especie de adoración colectiva que se percibía por todas partes (dos años después le conocí en una tertulia multitudinaria y empeoraron aún más mis apreciaciones y sentimientos).

Además de haber podido ser un idiota, lo que creo que realmente me ha caracterizado en ese largo periodo de mi vida ha sido el fanatismo: me hicieron creer, y yo lo creí totalmente, que 'Dios me había elegido desde toda la eternidad para ser miembro agregado del opus dei, y que mi carácter, tan opuesto a ese estilo de vida, además de ser una señal de predilección (-al que Dios más quiere, más le hace sufrir-, me decían) me serviría para obtener más gracia y alcanzar mayor mérito'.

Como se ve, al creer en esos argumentos que no son más que meras conjeturas elevadas a categoría de verdad absoluta, la trampa, el cepo, se cierra sobre la mente y yo quedé atrapado irremediablemente. A diferencia de otras personas, que al ir conociendo los entresijos de la praxis se van desilusionando hasta que se les cae la venda de los ojos, yo estaba ya preparado para lo peor porque pensaba que Dios me había hecho la faena de darme esa vocación que debía amar, respetar y vivir con resignación.

Desde el primer momento de mi ingreso, casi todo lo que me fueron enseñando y exigiendo me desagradó profundamente, y tuvieron que dedicarme una atención especial para tratar de encarrilarme y hacer frente a los cuestionamientos y controversias que yo traía a las charlas con los directores. Pero eso no les desanimó, al contrario; se conoce que al ver mi voluntarismo que ellos mismos estimularon, todavía les reafirmaba más en la idea de que yo tenía una vocación auténtica.

Tan persuadido estaba de mi supuesta vocación (que quizá odiaba) que llegué, o me hicieron llegar, a otra fuerte convicción o creencia: "casi todo lo que me repateaba del opus dei venía de Dios y era yo el que no veía las cosas como en realidad eran. Conclusión: había que tener paciencia y esperar humildemente a que se hiciera la luz en mi cabeza; y si no ocurriera eso tanto mejor, porque mayor premio tendría".

Cumplidos los veinte años la situación se hizo insostenible. Percibía claramente que estaba perdiendo mi equilibrio mental y se estaba cumpliendo a raja tabla lo que dice Carmen en su correo del 13-12-2003 (además de otras cosas bien profundas): "Ni Maquiavelo soñó con una manera tan fantástica de tener dominada a la gente: el temor de Dios". Estaba muriendo de asfixia casi literalmente, y a pesar de mi sinceridad salvaje nadie me decía que ese camino no era el mío, que basarse exclusivamente en el temor de Dios no es señal de una vocación auténtica. Pero claro ¿cómo iban a decírmelo si probablemente los que hablaban conmigo, por muy a gusto que estuvieran en la organización, en última instancia también tendrían creencias semejantes a las mías?. Al fin y al cabo, las ideas de Escrivá sobre la vocación confluyen todas en su frase: "Dios no me pidió permiso para entrar en mi alma", y de ahí deduje tranquilamente que Dios está deseando infundir vocaciones a diestro y siniestro, con la complicidad instrumental de los miembros de la organización.

Finalmente mi instinto de conservación prevaleció, no podía ser que Dios quisiera la locura para mí, la muerte tal vez, pero la locura... la inutilidad funcional... no, de ninguna manera, si estuviera en mi mano evitarlo. Así que un 19 de marzo me marché poniéndome en la misma cola que Satur (correo del 16-12-2003), la del loco de Gerasa; aunque por desgracia para mi, salí tan fanatizado como entré.

Por fortuna no pude hacer proselitismo (apostolado sí), porque arrostrar las penalidades de mi supuesta vocación yo podía decidir por mí, pero por los demás no; no podía permitir que alguien tuviera mis padecimientos. Sin embargo casi estuve a punto de hacerlo forzado por las enormes presiones institucionales. Hubiera bastado algo de felicidad o entusiasmo por mi parte para que hubiera hecho proselitismo como cualquier otro miembro del opus dei; por eso me parece excesiva la petición de perdón que hace José G.; es como pedir perdón por haber contagiado una enfermedad que uno no sabía que tenía, ni tenía posibilidad de saberlo, y el fanatismo que yo he conocido me parece de lo más contagioso.

Feliz Navidad a todas y a todos
Fulcro

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