Once años después (9).- Maripaz
Fecha Wednesday, 03 February 2010
Tema 077. Numerarias auxiliares


ONCE AÑOS DESPUÉS (9)

Maripaz, 3 de febrero de 2010

 

Las primeras Navidades después de la muerte de mi padre, las pasamos mi madre y yo en compañía de mis hermanos, fuera del pueblo. La Nochebuena la pasamos en casa de mi hermano y después en Nochevieja, mi madre se quedó con él en su casa y yo me fui a Pamplona a casa de mi hermana.

Después de las fiestas, aprovecharon para operar a mi madre de cataratas y me quedé en Pamplona varios meses. Hacia solo un par de años que había dejado la obra y acababa prácticamente de estrenar mi libertad...



Conocía la ciudad, porque había pasado unos meses en la Clínica Universitaria en la planta de psiquiatría. Mi hermana vivía en la calle Iturrama, muy cercana a la Universidad. En la misma calle, unos números mas abajo, había un centro de auxiliares, donde había vivido durante mi estancia allí, cuando me veían mejor y me dejaban salir.

Era distinto haber vivido un par de años en el pueblo y tener la oportunidad de volver a la capital. Mis recuerdos de aquellos meses, son estupendos. Era saborear mi libertad pero en el ambiente en el que me había movido siempre. Aunque ya nada era igual.

Las primeras semanas, salíamos a pasear mi hermana y yo, a veces por el Campus Universitario. Era un lugar precioso donde se veían los Colegios Mayores y las Facultades, rodeados de maravillosas zonas verdes. Mi hermana, al observar los edificios, me solía decir con sorna..."mira, todo esto es tuyo".

Yo le respondía sonriendo que, de alguna manera, era cierto, pero no tenia forma de acreditarlo.

De todas las maneras, todavía tenía el síndrome de Estocolmo, en todo su apogeo. No permitía a nadie que me hicieran el más mínimo comentario despectivo, acerca de la Obra. Una tarde volvíamos cansadas de pasear y sin darnos cuenta, nos metimos en un pequeño patío desde donde se veía el planchero de uno de los Colegios Mayores. Pensábamos que era una calle con salida hacia la carretera, y nos encontramos de repente con el ventanal y la silueta de las auxiliares, que se adivinaba a través de él.

Hacia mucho calor y recordé las tardes de plancha de mis tiempos. Al comentárselo a mi hermana, me respondió con una sarta de improperios acerca de la obra de Dios y sus componentes... Mi reacción fue un tremendo enfado con ella, intentando aclararle que hablaba sin tener elementos de juicio y defendiendo a capa y espada mis años de explotación.

Cuando lo recordamos ahora nos reímos sin parar... mi programación todavía formaba parte de mí, con mucha fuerza.

Mas adelante experimenté la alegría de las tardes por el centro de la ciudad, visitando tiendas. Con todo el tiempo del mundo, con dinero en el bolsillo, sin tener que preguntar a nadie...

Mi hermana se brindó las primeras semanas a acompañarme. Cuando estábamos cansadas, merendábamos en una cafetería y una vez que reponíamos fuerzas, regresábamos a casa. Muchas noches después de cenar, nos íbamos al cine. Después de tantos años, sin entrar a un cine y comer palomitas, ¡¡me parecía un sueño!! Pero no sabía ver cine en pantalla grande. Parecía que se me venían las imágenes encima... Pasado un mes, mi hermana, viendo que mi capacidad de disfrutar no se llenaba con nada y que mi vitalidad era superior a la suya, a pesar de ser más joven, decidió por las tardes no acompañarme y quedarse en casa, durmiendo la siesta.

No puse ninguna objeción. Pero no podía comprender con lo bonita que era la vida, que se quedara durmiendo...

Empezó aquí mi andar errante, pero con rumbo. Desaparecía a las cuatro de la tarde y no regresaba hasta las diez. Recorrí Pamplona palmo a palmo, saboreando cada rincón, cada torre de sus iglesias, cada callejuela, cada uno de sus bellos jardines... y cómo no, cada uno de sus centros comerciales.

Descubrí en la calle Estafeta una chocolatería donde reponía fuerzas cada tarde, para seguir con mis correrías.

Más de una vez descubrí cruzando un semáforo a alguna nax conocida, que volvía deprisa de la casa pequeña a su centro para hacer las normas. Si me veían a lo lejos, cruzaban la calle por otra zona, para no encontrarse conmigo de cerca.

Mi tentación cuando las veía, era gritarles con todas mis fuerzas, que había otra vida... pero no quería tener problemas con la policía foral, por un suceso de desorden público...

Cuando eran las diez de la noche y no había dado señales de vida, me llamaban al móvil, preguntando si me había perdido. Se quedaban maravillados del conocimiento que tenia de la ciudad en tan poco tiempo. A veces, no conocían la calle donde me encontraba. 

Fueron meses de disfrutar de la vida, después de salir de la burbuja en la que había vivido casi toda mi vida. Cualquier cosa que los demás no daban importancia, para mí era una auténtica aventura. Eran tantas las ganas que tenía de vivir...

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