Sigamos con más anéldotas (Cap.6 de 'A quien pueda interesar').- Satur
Fecha Wednesday, 05 May 2004
Tema 010. Testimonios


Cap.6 de 'A quien pueda interesar'
Enviado por Satur el 5/5/04

Sigamos con más anéldotas curiosas y divertidas esta deliciosa tarde de domingo mientras espero ir a buscar a La Piedra a las diez al curre. Trabaja en un hospital, y en sus horas libres es embalsamadora en una empresa de Pompas Fúnebres. Nunca olvidaré la maravillosa tarde en que le pregunté en qué trabajaba, "bueno, hago de todo -comentó sin darle más importancia, mientras yo sentía los latidos de mi corazón en las sienes por estar hablando junto a ELLA, de ELLA, de nosotros -soy enfermera y también hago extras como embalsamadora". En ese preciso instante mi corazón dejó de latir. "¿Embalsamadora de cadáveres, por ejemplo?", le dije... " Clairo -contestó sin inmutarse- no creerás que se embalsaman seres vivos, o lechugas...

Un segundo antes aquella mujer me parecía la persona más atractiva que jamás había visto en directo -fuera de algunas cuantas bastantes realmente extraordinarias, pero inaccesibles para un tipo con mi figura y cartera-, sin encambio, La Piedra, en aquel momento, despertaba pasión.

Bueno, que me enrollo con La Piedra, y el tema va de anéldotas.

Curso anual. Nos anuncia el director -juez de profesión- que asistirá a la tertulia un alto cargo de la Magistratura de la comunidad autónoma del lugar. No es de la obra el señor magistrado, aclara el dire, pero puede ser interesante que nos conozca y, además, podremos formarnos y preguntar aspectos de esa apasionante profesión. Yo en aquellos años era un tipo más bien ingenuo, por no decir tontolaba, y tragaba bastante. Llegó la tertulia y el tío ese era un puro de hombre, un auténtico tostón: como bailar la música del telenoticias de la uno. A mi lado estaba un numerario de los mayores, que andaba picado -lo supe más tarde- con el director, y va y me dice muy serio: "oye, Satur, ¿por qué no le preguntas a qué hora se acuesta el magistrado medio español?. A mí, la verdad, la pregunta me pareció magnífica, muy interesante, más que nada porque el que me la había sugerido, un médico prestigioso, era un buen referente, así que levanté la mano como si me fuese la vida en ello. ¡¡¡Yo, yo, yooo !!!. El dire miró.

- Oiga, ¿a qué hora se acuesta el juez medio español?.

Era lo mismo que preguntarle, ¿por qué no te largas ya, coñazo de mieeerda?. Pero yo, lo juro, no advertí esa intención.

No vi la cara del director, pero me dijeron que se le parecía mucho a la Hanibal Lecter. Sí vi la del señor juez. Enrojeció, balbuceó una respuesta, y a los dos minutos se dio por terminada la tertulia. A los cinco me calló un paquete del director en su despacho que salí sin abrir la puerta, por la ranura de abajo. ¡¡¡Vaya paquete!!!

Don Braun Minipimer era un sacerdote jailevel. Un auténtico Petronio: gominolo a saco, siempre perfumado, sebagos relucientes, gemelos en la camisa, ropa deportiva de marca -verle salir a jugar a tenis era un espectáculo- ...en fin, un auténtico dandy. Un día debía de predicar una meditación en un centro de nuestras hermanas. El tipo era muy afectado en las formas, y le encantaba darse aires de así como de muy interesante. No salía de casa sin sus complementos habituales. Aquella tarde, antes de salir hacia el centro de la otra sección, entró en mi habitación y me preguntó si tenía Oraldine para enjuagarse la boca. Yo no usaba de eso, pero lo había visto en un armario en las duchas comunes que disponíamos para seis residentes en aquel centro. El propietario del Oraldine era un tipo que estudiaba Farmacia y, además, gente curiosa y algo excéntrica. Éste, por las mañanas, se metía en la ducha y al cabo de un rato se ponía a jadear como si se estuviese duchando con agua fría en el Polo Sur... sólo que de la ponía ardiendo.

Bien. Don Braun, cogió el recipiente de Oraldine, se dio un lingotazo generoso, y comenzó a hacer gárgaras y frucciones bucales de izquierda a derecha durante un buen rato. "¡Gracias!", me dijo, y se marcho todo tieso y señorial a predicar su meditación.

Lo que no sabíamos entonces, ni Minipimer ni yo, es que el contenido de Oraldine no era tal: era un anestisante fortísimo que había preparado el Farmas Jadeante en el laboratorio de la facultad para paliar unos dolores de muelas que tenía en aquella época. Digo que el anestesiante era fortísimo porque al cabo de una media hora regresa don Braun con la cara desencajada, los ojos desorbitados, y diciéndome algo así como "¡ o é é é aa ¡o é é e aa ¡" (que traduje como "no sé que me pasa"). El hombre estaba realmente asustado, y yo, pues parecían los síntomas clarísimos de un derrame cerebral del treinta y tres.

- Pero, ¿qué le pasa? - le pregunté.
- O é, o é. O aó, a uenia. ¡¡¡A uenia!!! - Me rogaba casi llorando que le llevara a urgencias.

Su mandíbula, antes perfecta, su mentón, parecía cemento. Algo espantoso. Y allí le llevé. A urgencias.

En urgencias tampoco nos aclararon gran cosa. En parte porque Minipimer cada vez acertaba menos a emitir un sonido en nuestro código. Me miraba en la sala de espera y me decía "eoea, eoea, e eo a e eio" (encomienda, encomienda, que esto va en serio). Y yo, venga, a encomendar Rosario en mano: Dios te Salve , María, ... y él, aa aía ae e ió, oa o ooo eaoe aa y eaoa e ea ee ae (el Santa María, pero añadiendo el ahora y en la hora de ESTA MUERTE. Amén).

El entuerto se aclaró, para descanso y alegría de Don Braun.

Al parecer, al comienzo de la meditación nuestro hombre comenzó a sentir extraños síntomas en sus labios, le pesaban como morcillas, luego era la lengua, no la sentía, después -a pesar de los esfuerzos que hacía-, la mandíbula toda. Se levantó sin decir nada y se largó a casa con un cangueli considerable.

El farmacéutico hoy está en un país de África, donde no hay agua fría, y el Oraldine lo usará con algún que otro brujo.

Me voy a buscar a La Piedra. Otro día más.





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