Estudios internos. Cursos anuales.- Dionisio.
Fecha Friday, 11 December 2009
Tema 070. Costumbres y Praxis


Queridos amigos:

 

Me uno a las diferentes voces que comentan el sabroso tema de los estudios internos en el lado oscuro. Mi experiencia personal fue larga y penosa. Larga porque asistí a veintiocho (28) cursos anuales, con lo cual puedo decir que mis observaciones no son producto de unos pocos casos particulares. En esto no cuento las infinitas convivencias de supernumerarios en las que estuve como miembro del consejo local. Calculo sin mucho rigor pero con mucha aproximación que en estos veintiocho cursos anuales habré sido alumno de unos cuarenta profesores. Pues estos eran de dos clases. Como los médicos, que mi segundo hijo, a sus cuatro años los distingue entre los doctores de la energía y los doctores abre-la-boca. De estos cuarenta profesores del studium generale,  claramente recuerdo a tres del bienio filosófico y a tres más del trienio filosófico a los que realmente puedo darles el mérito de ser docentes de calidad, por su esfuerzo y por sus dotes pedagógicas. Lo demás auténtica morralla de ignorantes que iban a la clase a leer el libro, como si no pudiéramos leerlo por nosotros mismos. Algo completamente decepcionante incluso para los que ya estábamos acostumbrados a la mediocridad ambiental. Algunos de estos profesores eran tan malos que hasta los supernumerarios (que veneran a los numerarios y especialmente si son curas) se daban cuenta y yo tenía que hacer títeres para que no se sublevaran. Eran tan malos (ignorantes, aburridos, mediocres, faltos de tacto) que podían llegar a arruinarte el curso anual. Los mismos que cuando predicaban (dirigían la meditación) te llevaban a los extremos del sopor irreversible. Un desastre. Pues esos eran la mayoría. Lo siento si a alguien no le gusta. Es mi experiencia con el profesorado.

 

Una ligera mención a temas diferentes al profesorado era que la calidad de los contenidos era muy cuestionable. En el mejor de los casos te dejaba una cierta culturilla católica y nada más. En el peor de los casos las asignaturas propuestas eran algo completamente desconectado del mundo real, sin el menor interés para nadie. El curriculum siempre fue para mí un misterio. Durante los seis últimos años siempre me decían que iba a cursar las últimas asignaturas, pero el siguiente curso anual, aparecían como por magia, otras nuevas. Al final estaba tan harto que me importaba un rábano si acababa o no, tenía la impresión de que me tonteaban. Transparencia cero. Los libros de texto y consulta, cuando los había, no eran suficientes. Eran muchas los que traía el cura de su propia biblioteca. Si los alumnos éramos más de dos, el acceso a esos libros quedaba muy limitado. Era penoso. Los alumnos tenían muy diferentes actitudes y estas variaban con el transcurso de los años. En general, los jóvenes se resistían cada vez más a someterse a un plan de estudios tan peculiar por su contenido, metodología y profesorado. Esa tendencia la observé claramente en mis muchos años en el lado oscuro. Para algunos jóvenes era uno de los motivos por los que final y dichosamente se iban del opus. Para otros era algo que había que tragar porque sí, porque era voluntad de Dios. Los que nos quedábamos durante años íbamos evolucionando en diferentes direcciones, desde la decepción y “cabreo” hasta la indiferencia y “pasotismo”, hasta el extremo de que el interés solo aparecía cuando teníamos la suerte de coincidir con uno de los escasísimos profesores de calidad.

  

Como anécdota intrascendente, me dan ganas de mencionar las clases de latín. Apocalípticas. Increíbles. Yo, como muchos otros, estudié dos cursos de latín en el bachillerato. Pues eso es todo lo que aprendí. En 28 años no conseguí que la pretendida aristocracia de la inteligencia, que dice ser el lado oscuro, me enseñara algo más avanzado de las declinaciones. Y no porque no pusiera empeño, sino porque aquello era… un cachondeo, en el sentido no literal de la palabra.

 

Pues si no nos escribimos más antes del 25: Felices Navidades para todos.

 

Dionisio, con el Areópago lleno de luces de colores.









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