La vocación sacerdotal de Escrivá.- Gervasio
Fecha Wednesday, 07 October 2009
Tema 110. Aspectos jurídicos


La vocación sacerdotal de Escrivá

 

Gervasio, 7 de octubre 2009

 

 

            Leí de un tirón el artículo de Job Fernández sobre la ordenación sacerdotal de Escrivá y sus motivaciones y me quedé impresionado por lo documentado y fundamentado que está. Que esas motivaciones eran poco sobrenaturales yo ya lo había intuido incluso siendo del Opus Dei y a la sazón sin ningún prejuicio hacia Sanjosemaría. Simplemente me parecía así. Ahora veo corroborada esa intuición con datos. 

 

            Escrivá era un hombre tan vanidoso que todo lo sublimaba; todo lo propio, lo suyo, se entiende. Lo que le pasaba o decidía, según él,  venía especialmente del cielo. Exigía que todos nos hiciésemos lenguas de su buen criterio, sabiduría y santidad. Lo suyo lo rodeaba de un aura de tanta trascendencia y santidad que en ocasiones  originaba entre risa e incredulidad. Con todo, no creo que a partir de un determinado momento le faltase rectitud de intención en el ejercicio de su sacerdocio. Ese cambio de actitud en relación con su vida sacerdotal parece producirse cuando hizo ejercicios espirituales con los padres paúles en 1928. Le hicieron reaccionar. A partir de ese momento —decía— no paré, me entregué, comencé e trabajar… Y acabó elevando ese cambio de actitud a la categoría de sublime visión. A contrario sensu hay que entender que hasta entonces había hecho muy poco, por no decir nada, como muestran tanto Job Fernández  como los biógrafos oficiales. ¿Qué labor sacerdotal o apostólica hay desde su ordenación hasta 1928? Ninguna. A Madrid había ido a adquirir el grado de doctor en Derecho. Incluso después de esos ejercicios espirituales con los padres paúles —me parece que lo dejó escrito en 1930 o en 1932— todavía se preguntaba qué hacer: si labor  sacerdotal o preparar una cátedra de Derecho. Se decantó por lo primero y así lo escribió en su diario.

 

            Puede pensarse que efectúo una aseveración gratuita cuando escribo y digo que la vanidad de Escrivá le llevaba a sublimar todo lo suyo, todas las incidencias de su vida y circunstancias. Me baso para ello en situaciones análogas. Es conocida su tesis doctoral sobre las abadesas de las Huelgas de Burgos. Si alguien va a la Universidad Complutense al almacén donde fue depositada, se encontrará con que el original escrito a máquina —que es lo que debería encontrarse— ha desaparecido y sustituido por una segunda edición impresa de esa obra. Esa edición mejora mucho el original, que probablemente no pasaría de unas pocas páginas, redactadas de cualquier manera, como era corriente hacer nada más acabada la guerra civil. Eso lo atribuyo a la vanidad de Sanjosemaría. Pueden encontrarse depositadas tesis doctorales de grandes maestros de la Universidad española. Y en bastantes casos cabe comprobar que el trabajo depositado es de poca categoría. Resulta decepcionante. Pero la vanidad de esos grandes maestros no les ha llevado a destruir el original o dar el cambiazo de sustituir el original por una edición posterior corregida y aumentada.

 

            En cualquier caso, lo que no resulta compatible es una dedicación intensa a la vida sacerdotal y a una tesis doctoral de la categoría de la Abadesa de las Huelgas en su edición de 1944. Ingenuamente los biógrafos oficiales nos invitan a tragar que cabe una plena dedicación a la tesis y a la actividad sacerdotal.

 

            Es posible que alguien no esté de acuerdo al calificar de “vanidoso” a Sanjosemaría por lo que acabo de escribir o por otras actuaciones parecidas, como retocar una y otra vez sus apellidos o recabar un marquesado que le sentaba como a un cristo dos pistolas. Al emitir esta calificación no pretendo efectuar una calificación teológica sobre sus virtudes, sino emplear el lenguaje de la calle, en el que se llama vanidoso a quien oculta verdades que lo dejan mal o dice mentiras para quedar bien. Quizá en el lenguaje de los expertos en teología moral y procesos de canonización esto pueda ser “virtud”: la prudencia de no dar a conocer al vulgo lo que no deben conocer o bien mentir no vaya a ser que alguien caiga en errores como consecuencia de no estar preparado para interpretar la verdad. Ocultar la verdad y el afán de quedar bien quizá sea humildad teológicamente hablando. Hablo de vanidad en sentido coloquial, en el del lenguaje ordinario. Teológicamente no habrá vanidad sino piedad filial, que le llevó a mejorar los apellidos de sus padres y su prosapia nobiliaria. Eliminar pruebas relativas a su tesis doctoral tampoco puede ser atribuido a vanidad teológica, sino al afán de no dar mal ejemplo. Quien se presentaba como encarnación del espíritu del Opus Dei y ejemplo a seguir, no podía menos de ocultar sus fallos y quedar bien en todo. Era un deber de conciencia que cumplió heroicamente.

 

Gervasio









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