Casos de cerrazón y de comprensión.- Confiado
Fecha Monday, 28 September 2009
Tema 010. Testimonios


Leo el comentario de Dionisio a los testimonios de Fle y mío, y comprendo su extrañeza. A mí mismo, después de casi diez años fuera, me sorprenden y desazonan testimonios que he leído en esta web. Conociendo cómo en algunos la autoridad se torna cerrazón, no puedo dudar de la veracidad de las experiencias que otros han puesto por escrito. Pero yo sigo convencido de que esa cerrazón –cuando se da– proviene de haber investido de autoridad a personas inseguras, sin criterio propio y  con poca libertad de espíritu: inmadurez en definitiva, probablemente derivada de un “espíritu de burbuja”, pero una inmadurez que yo definiría contra natura, pues contraría la inclinación natural del corazón  humano a querer a los más cercanos y confiar en ellos...



El mal sabor de boca que me dejan ciertos testimonios –mal sabor al que me refería en mi anterior escrito– lo causa un cierto temor y un dolor cierto por la injusticia que pudiera cometerse con quienes no se comportan así. Dicho de otro modo: estoy seguro de que por cada testimonio negativo, todos podríamos presentar otro positivo del modo de actuar de las personas de la Obra, tanto en cuestiones nimias como en otras más graves. Y esto que afirmo no disminuye un ápice mi espíritu crítico hacia determinadas actitudes generalizadas, principalmente entre los numerarios, que siempre me causaron algún que otro brote de vergüenza ajena (que, claro está, también podría atribuirse a mi natural vergonzoso).

 

Abusando de la paciencia del lector, voy a relatar un par de anécdotas, esta vez algo más fuertes que las dos anteriores. La primera trata de una banalidad, pero es sintomática de la falta de criterio y la sumisión irracional a la que puede llegarse. La otra es una muestra de sentido común y de justicia.

 

a) Observaba a diario en mi centro que, después de la misa, casi todo el que se levantaba a retirar el misal y el leccionario los dejaba en la credencia, y sólo después colocaba sobre ellos el atril de mesa, que era metálico y rayaba las pastas de los libros. Hice una nota al consejo local para un posible aviso en el sentido de poner primero el atril y sobre él los libros (yo era el encargado del oratorio y me parecía lógico por razones diversas). No hubo tal aviso y al poco tiempo le pregunté al director el motivo, a lo que me respondió que era un detalle sin importancia y que cada uno lo hiciera como le viniera en gana. A mí no me sentó muy bien –al fin y al cabo yo había actuado con la lógica que se me enseñó en la Obra– y, aunque molesto, lo dejé estar.

 

Pero hete aquí que dos o tres semanas más tarde recibimos la visita de un director del Consejo central. Durmió una noche en la casa, asistió a misa, charló brevemente con todos uno a uno, y siguió su ronda por otros centros. En el círculo que siguió a su visita se dio el aviso de que ese director del Consejo había indicado que era preferible poner el atril sobre la credencia y no sobre los libros para no estropearlos; el aviso vino precedido de una admiración y alabanza a la sensibilidad de quienes viven junto al Prelado, capaces de detectar el más mínimo detalle práctico del espíritu de la Obra, etc., etc.  A mí me salía el humo por las orejas... Después se lo dije al director (¡ay, mi amor propio...!), y él prefirió salirse por la tangente.

 

b) Poco antes de dejar la Obra me había ido a vivir a casi mil kilómetros de mi centro. El director (diferente del anterior) había venido a verme en dos o tres ocasiones. Me llamó después de mi salida para una última visita, y le comenté que me vendría muy bien poder disponer de mi coche, que se había quedado en su ciudad. Bastó con ese simple comentario para que él recorriera esos mil kilómetros con mi coche y me lo dejara; después se volvió en tren. Además, antes de irme, vendí mi despacho profesional por una suma nada despreciable, y ese dinero se depositó en mi cuenta corriente, cuenta de la que, por cierto, fui único titular durante los treinta años que trabajé en esa ciudad y que yo administré libremente y con criterios totalmente conformes al espíritu que se me había transmitido.

 

Confío en que con esto Dionisio comprenda mis sentimientos contrapuestos. De la casuística no voy a concluir generalizaciones. Por eso me identifico más con una crítica –en el sentido técnico del término– de fondo como la del informe de A.G., con la que mi acuerdo es total. 

 

Confiado







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