HAY QUE SUPERAR LOS ESCRÚPULOS.- Gómez
Fecha Wednesday, 01 July 2009
Tema 075. Afectividad, amistad, sexualidad


María ML:

Mira lo que me pasó a mí. Nací en una ciudad fría, catorce grados centígrados, en un país católico, en una familia conservadora y temerosa de Dios, donde hubo palo y fuete, y todo se regía por los mandatos divinos, según las pautas de los padres carmelitas venidos de Navarra, España, es decir, rosario en familia, bendición de la mesa, bendición al salir de la casa, oración personal nocturna, misa todos los domingos y fiestas de guardar, ayuno y abstinencia cuando lo manda la santa madre Iglesia, visita a nueve monumentos la víspera del Viernes Santo, confesión los primeros jueves, comunión los primeros viernes, novena de aguinaldo...



Estudié en un colegio masculino de religiosos, donde había comunión y rosario diarios, se rezaba antes de cada clase, se celebraba el mes de mayo, la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, hacíamos ramilletes espirituales en los cumpleaños, había Cruzada Eucarística, Corazones Valientes… Y todo eso yo me lo tomaba muy en serio.

Había también semanas vocacionales. Iban sacerdotes que hablaban de sus escuelas apostólicas e invitaban a los que sintieran la vocación a que fueran a seguir sus estudios en sus seminarios. Y yo me tomaba todo eso muy en serio.

A los dieciséis años, sin haber conocido mujer, pité. Fui un numerario ejemplar, con cargos en consejos locales y oficial de la Comisión. Y muy apostólico.

Un buen día, doce años después de pitar, reventado por el peso del celibato, los directores me aconsejaron dejar la Obra, pues se veía que yo no tenía vocación. De hecho, nunca se me permitió hacer la fidelidad.

Entonces, caí en el mundo, y no conocía mujer.

Pero sí conocía toda la doctrina sobre el sexto y el noveno mandamientos de la Ley de Dios.

Salí de la Obra, pero la Obra no salió de mi cabeza. Tuve un primer noviazgo de un año en el que no hubo sexo. De hecho un año después de salir de la Obra seguía siendo virgen y me seguía confesando semanalmente. Lo sacerdotes con los que me confesaba, diocesanos, jesuitas, franciscanos, me decían que para qué me confesaba tanto, que no había necesidad de hacerlo, y yo les discutía que si acaso no sabían de la llamada universal a la santidad. La pureza y la confesión seguían siendo mis dos obsesiones. Tenía pesadillas con ellas.

A los treinta años me casé con una chica moderna, sin escrúpulos, con todas las ganas de vivir y de ser feliz, y tuve dos hijos. A los cuatro años me separé. Instado por un ex numerario que trabajaba en nulidades, seguí todo el proceso de la nulidad ante el Tribunal Eclesiástico. Y fíjate, María ML, lo que pasó. Resulta que el matrimonio se vino abajo por mi culpa, pues yo era un tío demasiado escrupuloso. No admitía el control natal, todas las relaciones debían estar abiertas a la vida, etc., etc., pero, fíjate, eso que era virtuoso, que era lo que había aprendido a lo largo de mis años de formación en la familia, en la parroquia, en el colegio, en el Opus Dei, resultaba ahora ser un defecto. Fue causa de nulidad. Yo era inmaduro. El Tribunal me declaró culpable y me vetó para futuros matrimonios (años más tarde me levantó el veto).

En el curso prematrimonial nos habían hablado de los medios de control natal, píldora, T, condón, etc., y yo muy indignado dije que esos cursos estaban contra la enseñanza de la Iglesia, que no debían orientar a los futuros matrimonios con esa doctrina equivocada. Yo sabía más que ellos.

Después de mi separación y nulidad mi vida se relajó bastante, pero seguía con la idea de que tenía que conseguir novia y casarme para vivir como Dios manda. En algún momento de mi itinerario, una amiga me persuadió de que fuera a ver a un siquiatra, asegurándome que me vendría muy bien hablar con él.

El siquiatra resultó ser un hombre mayor, católico, apostólico y romano, educado en la Universidad Católica de Bélgica, pero con una visión muy libertaria de la vida. Después de conocer bien mi caso, me comenzó a trazar conductas. La primera, “no se vuelva a confesar”. Fíjate, María ML, yo que me confesaba semanalmente, tenía ahora la indicación médica de no hacerlo más. Y una cosa que sí tengo muy clara es que uno debe obedecer las indicaciones del médico. No fue fácil, como te podrás imaginar, pero si te pones a ver, la confesión data del siglo noveno, y sería impensable que los que durante nueve siglos no se confesaron estuvieran condenados. Y eso sin hablar de los protestantes, musulmanes, hindúes y ateos que llevan una vida recta y no se confiesan.

Lo segundo, “no te cases. Busca una mujer con quien te entiendas bien, también sexualmente, y vive tu vida sin remordimientos. Lo que Dios quiere de ti es que seas feliz, y no que vivas angustiado con el pensamiento de que lo estás ofendiendo”. Así lo hice.

Tiempo después le dije al siquiatra que me hacía falta la comunión. Él me dijo “¡comulga!”. ¡Cuánta gente católica que vive en unión libre o con matrimonio civil (muchas veces por la imposibilidad de una nulidad) lo hace! Te confieso que este último consejo no lo he seguido. Me gustaría pasar esa barrera algún día.

Mis hijos estudiaron en un colegio fundado por un supernumerario buen amigo mío. En alguna conversación sobre sus colegios (tiene varios) me dijo: “mis colegios tienen las cosas buenas de los colegios del Opus Dei, como la formación cristiana, el ambiente respetuoso, la cercanía con los padres de familia…, pero no tiene sus desventajas. Por eso, este colegio es mixto, y yo recibo aquí hijos de gente divorciada, separada o en unión libre, junto a los hijos de los de Casa que no tienen plata para ponerlos en colegios de la Obra”. Pues, bien, María ML, una vez les pregunté a mis hijos si alguna vez les habían hablado en ese colegio de la opción de vivir la continencia sexual. Me dijeron que no. ¿Y entonces –les pregunté yo–, de qué les hablaban en las clases de comportamiento y salud? Me dijeron que les hablaban del ciclo femenino, del aborto, de la anticoncepción, del condón, de la T, etc. ¿Y de la Humanae Vitae? ¡No! ¿Y qué les dicen del condón? Pues para qué sirve, cómo se usa, cómo se pone y todo eso. ¿¡Cómo se pone!? Sí, nos tocaba comprar condones y llevarlos a clase y ponérselos a un calabacín amarillo. ¿Y niños y niñas lo hacían? ¡Claro!

Ahí tienes, María ML. A la generación de mis hijos nunca le hablaron de continencia, ni de llegar vírgenes al matrimonio. Les hablaron de responsabilidad, de pareja sexual estable, de cuidarse de las enfermedades venéreas, de cuidarse de la promiscuidad, de llevar una vida sexual madura.

Por otra parte, fíjate en lo siguiente, María ML, un buen católico es monógamo, un buen musulmán tiene cuatro esposas, un buen mormón de Utah tiene nueve o diez esposas. Todos lo hacen en cumplimiento de la Ley de Dios. Y es que finalmente a Dios no le importa tanto este asunto. Al final, hay que retomar el mensaje evangélico. El Señor nos dirá (espero que tú y yo estemos ahí) “venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer”, etc., sin hacer alusión a que uno haya sido célibe o puro o hiperactivo sexual. Es mi visión. Es mi experiencia. Corro el riesgo de estar equivocado, pero espero que te sirva.

Gómez.







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