El valor testimonial de los no creyentes.- Heraldo
Fecha Friday, 24 April 2009
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Me pide Inés que explique por qué pierden valor testimonial las palabras de un ateo o agnóstico; y correlativamente por qué tiene más valor el testimonio de un creyente.

En primer lugar, quiero insistir en que no es eso lo que yo he dicho [miércoles 15, lunes 20], ni tampoco lo que pienso como personal opinión. Lo que afirmo es que ése podría ser el enfoque de algún eclesiástico eventualmente encargado de revisar el Opus Dei.  Añado además que esta afirmación no pasa de ser una conjetura mía, basado en las siguientes reflexiones:

 1ª La primera es el innegable hecho de que los hombres de Iglesia –llamémosles así sin precisiones- son seres humanos que, como todos los demás, se dejan influir en mayor o menor medida por las mismas razones, como es la de dar mayor crédito al testimonio de una persona a la que consideramos de “los nuestros”, y menor a quien nos mira desde la acera de enfrente.

2ª La segunda se cifra en que quizá ese eclesiástico podría juzgar que quien tiene fe tiene también mayor gracia de Dios para juzgar los asuntos de Dios, o los asuntos en general vinculados con la fe, como es la idoneidad del Opus Dei para llevar a Dios y no a la quiebra psicológica y espiritual. A esto habría que añadir que, en la literatura católica, la pérdida de la fe suele estimarse con una importante carga de responsabilidad moral (al menos en muchos casos).

La primera razón apuntada es mera naturaleza humana. La segunda tiene que ver con la problemática central del llamado movimiento ecuménico, que puede describirse mediante las siguientes preguntas: ¿puede un católico tener una actitud sincera de diálogo con un no creyente, sobre cuestiones relacionadas con las ultimidades de la vida? O dicho más directamente: ¿podemos los católicos aprender, en estos temas, a partir del diálogo con los no creyentes? Como es claro, mientras la respuesta sea preponderantemente negativa o vacilante, el ecumenismo no sólo será una palabra vana, sino una auténtica farsa. Pero se trata de una problemática real que aqueja a la Iglesia, no sólo en lo que al Opus Dei se refiere. A mi modo de ver, por mucho avance que la Iglesia ha logrado en este sentido, se continúa dándole mayor crédito a un creyente que a un no creyente. Y cuando el no creyente ataca e ironiza, dudo que se le conceda crédito alguno.

La reacción que ha suscitado este asunto en la web muestra a las claras que el tema tiene aristas muy finas. Las distintas aportaciones manifiestan puntos de vista encontrados y al mismo tiempo susceptibles de ser integrados en una visión amplia y serena. La excesiva carga pasional la obstaculiza.

Finalmente, si en algo coincidimos la inmensa mayoría de colaboradores y lectores de esta web, es en la ilusión de que la Santa Sede se decida a poner un “hasta aquí” a la Obra, para lo cual estimo que bastará que les quite ese dominio absoluto sobre las conciencias de los miembros (objetivo que veo al alcance de la mano). En ese mismo momento el Opus Dei quedará desarticulado e impotente en su capacidad actual de destrucción de vidas humanas. Es esa la única razón de mi invitación –sólo una invitación- a que, al escribir, no perdamos de vista este objetivo central. Me parece recordar que, por el contrario, Moncada opina que el remedio no vendrá de la Iglesia, sino de la sociedad civil. La Iglesia tiene su  propia historia de inmoralidad, y no habría por qué esperarlo de ella.

Felicito a Agustina por su decisión de no retirar el “¡Gracias a Dios nos fuimos!”, pues aunque opiné lo contrario, tampoco hace ninguna falta.

Heraldo









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