Me gustó mucho tu escrito de la semana pasada, no te conozco (ya te lo dijeron) pero me identifico y mucho con parte de tu experiencia.

Desde los 14 y medio como numerario adscrito y dos años antes como niño de San Rafael, procedente de un colegio catolico clásico. No habia dado un beso a una mujer, ni para saludarla, porque no es costrumbre de mi pais, nunca había tenido tratos con mujeres, pero... justamente por eso, las hormonas disparadas por la pubertad y la mente inquieta por lo desconocido. Solo ver una chica me llevaba a una "caída", caida tan fea que no se la podia nombrar con su nombre completo, algún director o cura entendía que había sido una masturbación, con algún otro quedaba la duda de si era solo un "mal pensamiento". Y de tanto ir una y otra vez a confesarme, todos estaban hartos del asunto y me preguntaba alguno que hasta cuándo sería esto, que mi espiritualidad no pasaba de este problema.

Y no tenía porqué pasar, porque no hay milagros para retirar las hormonas a los adolescente y porque felizmente en mi pueblo (Quito-Ecuador) no había psiquiatra que me recetara Androcur o cualquier otro procedimiento de "castración química" (así se llama).

La experiencia se parece, salvo en el penoso tema de que yo no tenía fuerzas para encarar el reproche en cada charla o confesión. Quiero decir que de sinceridad salvaje, nada. Lo cual empeora el cuadro pues la culpa no se me quitaba nunca, demoraba las charlas, no me confesaba, iba a buscar a veces un cura de la parroquia, me hacía el dormido o enfermo para no bajar a la meditacion-misa-comunión, y un largo etcétera.

¿Por qué me aguantaron tanto tiempo en ese estado? Hasta los 29 años. Tampoco lo sé. Tal vez solo inercia o temor al escándalo. Lo cierto es que les importaba un carajo mi culpa, mi estado de pecado frecuente; talvez lo consideraban inevitable y... no era culpa suya.

Ahora creo que este problema es mucho mas frecuente de lo que hemos creído: mucha gente sigue sufriendo.

Javo