La satisfacción en San Anselmo. (Cap.1 y 2 de 'La Redención...').- Avila
Fecha Thursday, 22 April 2004
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Cap.1 y 2 de "La Redención en Escrivá de Balaguer"



Varios días sin poder entrar en la web me han impedido seguir el correo y las vicisitudes del debate. Antes, el día 6 de abril, envié un mensaje corto ante la sospecha de que el opus utilizara para su proselitismo la última película de Gibson. Vuelvo a referirme a él ampliando mi punto de vista.

1.- La satisfacción en san Anselmo

Veía y sigo viendo, la necesidad de remontarnos a san Anselmo por ser su teoría acerca de la redención la que ha marcado el segundo milenio del cristianismo (cf. el mensaje de Salvador del 13.4). Siguiendo la tradición de los Padres, Anselmo propone la salvación como un combate victorioso de Cristo contra las fuerzas del mal. Padre e Hijo en un acto de amor aceptaron la muerte aunque el Padre no desease el tormento de su Hijo. El perdón de Dios no puede bastar para la salvación de los hombres porque lleva siempre consigo una exigencia de reparación. Desde aquí construye su argumento en cuatro fases:

a) "Es necesario que a todo pecado le siga la satisfacción o la pena"; es decir, por el pecado ha sido ofendido, violado y robado el honor de Dios. Para repararlo se exige un plus de compensación por el daño recibido, el hombre "debe devolver más de lo que quitó".

b) La satisfacción (término que proviene del derecho romano) no puede darla el hombre pecador, porque todo lo que es y lo que hace se lo debe al mismo Dios. Ninguna satisfacción es posible ante la más mínima ofensa al Creador.

c) Sin embargo, la satisfacción es necesaria para que se cumpla el designio de Dios sobre el hombre, porque de lo contrario la creación hubiera fracasado y el hombre no alcanzarÌa la salvación.

d) Por tanto, se deduce que sólo un Dios hombre puede cumplir la satisfacción. Si ningún hombre puede satisfacer y sólo el hombre debe hacerlo por ser quien ofendió y al mismo tiempo sólo Dios puede satisfacer una ofensa hecha al mismo Dios "síguese que ha de darla necesariamente un hombre Dios". De ahí concluye la necesaria encarnación de Cristo y su muerte en cruz para conseguir la salvación de la humanidad


De este modo se destacaban para la posteridad varios elementos del mensaje del salvación: pecado del hombre, encarnación de Jesucristo y salvación por la cruz. Otros quedaban en la penumbra o desaparecían: la bondad y belleza de la creación incluido el ser humano, la vida histórica de Cristo, las causas que le condujeron a la muerte y, sobre todo, la resurrección se convertía en un apéndice final sin apenas contenido ni consecuencias prácticas para la vida cristiana. El honor medieval entra en escena y se vincula con el pecado en sentido jurídico: el pecado ha ofendido el honor divino.


Santo Tomás asume la teoría de la satisfacción de san Anselmo matizando alguno de sus aspectos y colocándola en una perspectiva más amplia. El concilio de Trento la introduce en el lenguaje dogmático: "Las causas de esta justificación son (...) la meritoria, su Unigénito muy amado, nuestro Señor Jesucristo, el cual, cuando éramos enemigos, por la excesiva caridad con que nos amó, nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz y satisfizo por nosotros a Dios Padre".

2.- Imágenes deformadas de la satisfacción

A finales del medioevo y en la edad moderna la idea de la satisfacción se fue degradando para dar paso a la justicia conmutativa e incluso vindicativa. Se comprendió como una compensación por el pecado cometido mediante un castigo expiatorio, proyectando a las relaciones del hombre con Dios la simple justicia humana. Dios debe ser vengado e incluso Él mismo se venga infligiendo una pena proporcional a la ofensa recibida. Metida la teología en el terreno jurídico, la redención habría tenido lugar por un "pacto sacrificial" en donde el Padre exigía al Hijo el sufrimiento a fin de compensar la gravedad infinita del pecado del hombre. Los protestantes en el siglo XVI insistían en la cólera de Dios abatiéndose sobre Cristo, quien, en "sustitución" nuestra cargaba con los pecados de todos. También el campo católico se deslizó por la misma pendiente. En el siglo XVII, la oratoria de Bossuet gritaba: "Sólo a Dios pertenece vengar las injurias; mientras no intervenga en ello su mano, los pecados sólo serán castigados débilmente (...) Era pues preciso, hermanos míos, que Él cayera con todos sus rayos contra su Hijo; y ya que había puesto en Èl todos nuestros pecados, debía poner también allí toda su justa venganza. Y lo hizo, cristianos, no dudemos de ello".

En términos parecidos se manifiesta Bourdaloue: "El Padre eterno, olvidando que era su Hijo y considerándolo como su enemigo, se declaró perseguidor suyo. No bastaba la crueldad de los judíos para castigar a un hombre como éste, a un hombre cubierto de los crímenes de todo el género humano. Sí, cristianos, es Dios mismo y no el consejo de los judíos el que entrega a Jesús. Porque eras tú mismo, Señor, el que justamente cambiado en un Dios cruel, hacías sentir a tu Hijo único la pesadez de tu brazo. Hacía tiempo que esperabas esta víctima; había que reparar tu gloria y satisfacer tu justicia. Golpea ahora, Señor, golpea: está dispuesto a recibir tus golpes y sin considerar que es tu Cristo, no pongas ya los ojos en él más que para acordarte de que inmolándolo, satisfaréis ese odio con que odias el pecado".

Esta enseñanza terrible pasó a ser corriente en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX.

Lo esencial ya no es la oferta del perdón de Dios y la conversión del hombre. La redención se juega entre Dios y Dios, entre el Hijo que ofrece una prestación sustitutoria en la cruz y el Padre que cambia de actitud y pasa de la cólera a la benevolencia.

A mediados del siglo XIX otro autor desciende al detalle: "hay en la efusión de sangre una virtud expiadora útil al hombre". O esta otra joya: "Este fenómeno extraño y monstruoso sobre el que se va a satisfacer. Perdónale, Señor, perdónale, es tu Hijo. No, no. Es el pecado; es preciso que sea castigado".


El concepto de redención se ha pervertido. Estamos en el reino de la patología. A esto yo le llamo fundamentalismo puro. Los libros de pastoral y espiritualidad de comienzos del siglo XX divulgan estas ideas enfermizas. La sustitución y la expiación penal se han convertido en doctrina corriente. La culpa por el sufrimiento de Cristo en la cruz cae como una losa sobre el penitente: "Medianoche, cristianos; es la hora solemne en que el Hombre Dios desciende a nosotros para borrar la cólera de su Padre. La Ley inexorable caía sobre su víctima, una sangre inmensamente valiosa aplaca su furor".

En este caldo de cultivo teológico vivió Escrivá e incluso algunos de nosotros. Me pregunto y solicito ayuda de otros orejas: ¿Cuál era la idea de redención para Escrivá? ¿qué entiende por sacrificio, expiación y reparación? ¿cuál era la imagen de Dios resultante? ¿qué relación guarda el cilicio, las disciplinas, la lucha de agua fría, el dormir en tabla con las ideas expuestas hasta el momento?

Continuará si Dios quiere.
Un abrazo a todos,

Ávila

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