Teoría del desafecto (a vueltas con el hijo pródigo).- savonarola
Fecha Monday, 16 March 2009
Tema 020. Irse de la Obra


Dentro de la Obra se escucha muchas veces que la no perseverancia es una infidelidad comparable al abandono del sacerdocio o al divorcio. En ese sentido, se explica como lógica la actitud del “infiel” de echarle las culpas al otro (la Obra, la esposa) y agigantar sus defectos (a modo de justificación de la propia conducta).

 

Esta explicación tiene cierto sentido (no digo que no), pero me gustaría señalar las enormes diferencias entre un caso y otro, criticando por tanto el abuso que se hace de ese paralelismo.

 

En primer lugar, tanto el sacerdocio como el matrimonio son dos sacramentes. El primero, según la doctrina oficial de la Iglesia, imprime carácter. El segundo es indisoluble por ley natural (si hubo verdadero matrimonio y todas esas cosas…). La pertenencia a la Obra ni imprime carácter ni es irrescindible por ley natural (ni eclesiástica, por cierto). Una prueba de la limitación de la comparación es el caso de los ex numerarios y agregados con las fidelidad hecha que abandonan la institución, más tarde contraen matrimonio (al que deben evitar asistir los demás fieles de la Prelatura, por ser gran pecado la recepción de un sacramento -¿?-), y tiempo después son admitidos como supernumerarios. ¿Cómo puede la Obra admitir a personas que han consumado tal felonía? Si su vocación era la primera, no puede ser la segunda. Si era la segunda, ¿por qué no se puede asistir a la boda de alguien que va a santificarse en el matrimonio?

 

Pero quería fijar mi atención también en las claras diferencias que suelen darse en los desafectos que comparé al principio. Lo normal en un divorcio es que entre los cónyuges haya un gran desencuentro en los primeros momentos (lógicamente, puesto que se supone que tal desencuentro es lo que les ha llevado al divorcio). Desencuentro que puede consistir en una fuerte animadversión, rechazo, etc. Es habitual que con el tiempo, salvo cuando ha habido algún tipo de comportamiento terrible, los ánimos se apacigüen, se serenen, pierda fuerza el resentimiento, y finalmente no se guarden rencor. En cambio, me sorprende que en un número elevadísimo de casos, la no perseverancia en la Obra funcione a la inversa. Esto es, uno, por las razones que sea (no aguanta el tipo de vida, se enamora, encuentra que no es lo suyo) abandona la institución. Es posible que lo haga, como suele decirse, “en buen plan”, dispuesto a no perder el contacto con la Obra, incluso ser cooperador. Y sin embargo, con el paso del tiempo, el desafecto va aumentando, los defectos que ahora ve en la institución se le ponen en primer plano, y llega a sorprenderse de no haberlos visto antes con mayor claridad.

 

Es por ello que situaciones como las que yo planteaba en mi escrito sobre el hijo pródigo (16.02.09), es casi imposible que se produzcan. Por dos razones: la primera, porque la indiferencia que encuentra entre sus “antiguos hermanos” no van a acercarle sino más bien a distanciarle. La segunda, precisamente porque sabe que las cosas serían como yo las describí, es decir, que no va a ser tratado como el hijo pródigo precisamente, ni como la oveja perdida (el pastor no va a ir en busca de ella olvidándose de las otras 99, sino que de la que se va a olvidar es de la “perdida”), es por lo que se le quitaría de la cabeza inmediatamente tal posibilidad, que no creo siquiera llegue a tomar cuerpo en su mente.

 

Savonarola









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