Datos para la dirección espiritual de la mujer (III).- Ruta
Fecha Tuesday, 03 March 2009
Tema 900. Sin clasificar


Datos para la dirección espiritual de la mujer (III)

 

Por César Vaca, O. S. A.

Vicepresidente de la Comisión asesora Nacional de Pastoral

 

 

«Pasión, espontaneidad, indivisión del yo y del no-yo, egoicidad» , insiste Burloud, son características de lo afectivo. Las mujeres piensan siempre con pasión, «toman a pecho» sus opiniones, poniéndose ellas mismas en juego. No comprenden la indiferencia con que los hombres hablan de cosas que ellos mismos consideran serias, ni la facilidad con que cambian de modo de pensar. La mujer pone siempre un enorme interés en sus juicios, que defiende con acaloramiento. Por causa de su pasión, es poco vulnerable a la lógica, manteniendo, después de haber escuchado una serie de razones en contra de su opinión, los mismos puntos de vista, como si nada se le hubiera dicho. ¿Es por falta de inteligencia? De ningún modo. Sencillamente, no oye los argumentos, porque su «onda» está conectada con el afecto y no con la inteligencia. Si se la puede argumentar al corazón, se la convence con extrema facilidad. Por eso, en los momentos de intensa afectividad, las únicas capaces de contener, consolar o alentar, son las mujeres. Un hombre busca consolar ofreciendo una serie de razones, pero siempre es mucho más eficaz la caricia de una mujer...



Los hombres han estimado muchas veces el estilo femenino como inferior, especialmente en el orden del conocimiento; pero se comete con ello un error y una injusticia. Oí en cierta ocasión a un hombre de negocios con especial talento para ellos, lo siguiente: «Yo siempre hice caso a los consejos de mi mujer, que no entiende una palabra de negocios, menos una vez... y me costó un millón de pesetas». El conocimiento intuitivo es tan valioso como el deductivo, con tal de que se aplique a sus objetos propios y por quienes tengan esa cualidad: ¿no es, acaso, la intuición la forma de conocimiento propia de los ángeles? Los hombres desconfían de las «impresiones» femeninas, porque su aparato afectivo menos desarrollado les hace sentir la debilidad de sus propias intuiciones.

 

Las mujeres se equivocan al dejarse llevar de sus impresiones, cierto; pero, ¿es que los hombres no cometen errores con su lógica?

 

Es una pena que muchas mujeres, impresionadas y molestas por el descrédito que ha sufrido su estilo afectivo, se empeñen en cultivar la inteligencia, no para enriquecer sus valores culturales, lo cual es excelente, sino para hacerse como los hombres, tratando de negar su forma femenina. Con ello no harán sino deformarse, porque el predominio de la afectividad, si puede haber sido dirigido, y a veces exagerado, de algún modo por la cultura, tiene en el fondo un anclaje natural, orgánico, determinado por la estructura maternal del cuerpo femenino.

 

Apunta Burloud otra cualidad de los sentimientos, de particular importancia. Dice: «Los objetos en medio de los que vivimos, tienen para nosotros un sentido, y muchos lo tienen incluso mucho antes de que fuésemos capaces de darles un nombre... Los significados tienen una existencia doble. En las cosas son cualidades formales de una clase especial, distintas del tamaño, forma o posición. En el alma son formas dinámicas que, imprimiéndose en los diferentes objetos, les confieren el significado con el que los percibimos».

 

En términos más breves y sencillos, es afirmar que la afectividad es la guia para encontrar el sentido de las cosas. Antes de que la inteligencia descubra la utilidad o conveniencia de ciertas realidades, la sensibilidad percibe que sirven para algo. Esta capacidad humana, más desarrollada en la mujer, explica muchos aspectos de su conducta. La mujer suele decirse que vive con mayor intensidad el contacto con la naturaleza: goza con el paisaje, con las flores, con el campo, como si su cuerpo recibiese de la tierra una vitalidad especial. El hombre, abstraído en sus pensamientos, pasa al lado de las maravillas menudas de la creación, sin verlas o por lo menos sin gustarlas. Por eso la mujer tiene un espontáneo sentido estético y por eso también los artistas tienen una sensibilidad algo femenina en su capacidad creadora. También nos explica esta cualidad la capacidad que tiene la mujer para no aburrirse entre las cosas más vulgares. Unas cuantas habitaciones con muebles y unos metros de tela, la proporcionan posibilidades de acción y de quehaceres, que se agotan para el hombre en unos minutos. «Arreglar» un cuarto, un armario o unos floreros, es una ocupación entretenida para la mujer y tediosa para el hombre. Tampoco esto es un valor desfavorable, sino todo lo contrario. Dar sentido a las cosas, es llenar el mundo de contenido, es verlo, hasta en sus menores detalles, como posibilidad de realizar algo en él y de realizarse uno mismo en las pequeñeces. El hombre que cree que sólo lo voluminoso y lleno de ruido se puede llamar importante, cae con más facilidad en el hastío de la vida sin sentido, o se empeña en producir cambios perjudiciales, por el sólo afán de dejar su nombre unido a la variación. El peligro para la mujer es así la rutina y el excesivo conservadurismo, mientras que para el varón es la estéril variación, dejando sin terminar lo comenzado.

 

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