Discernimiento de las vocaciones (y VII).- Ruta
Fecha Wednesday, 18 February 2009
Tema 050. Proselitismo, vocación


Discernimiento de las vocaciones de adultos

 

Por jacques  delarue, Rector del Seminario de Vocaciones de adultos. París.

 

 

Las aptitudes.

 

  Intención personal.

Para terminar, quisiera decir unas palabras, pero unas palabras importantes, sobre la función y la necesidad de esta intención per­sonal en los que no han pensado espontáneamente en el sacerdocio, sino que han sido invitados a hacerlo por un sacerdote que les co­nocía bien. Supongo que este sacerdote ha obrado con entero cono­cimiento (desgraciadamente no siempre es este el caso) y que el in­dividuo tiene verdaderamente las aptitudes necesarias. Interesa mu­cho que el joven sepa que esta cuestión que le ha sido planteada le deja enteramente libre, a fin de que, si no sigue esta orientación, no conserve en él más o menos confusamente un sentimiento de culpa­bilidad, como si hubiese obrado por falta de generosidad o cobardía...



 

Todos conocemos personas notables que nos parecían tener todo lo necesario para ser sacerdotes excelentes, a quienes se lo habíamos dicho, pero que no tenían ningún deseo, convencidos, por el contra­rio, de que todo les atraía hacia la vida laica y la fundación de un hogar. No tenemos que darles la vocación a la fuerza, ni reprochar­les que no la tengan. Nuestros pensamientos no son necesariamente los pensamientos del Señor, y no hemos de sustituirlos. Nuestra fun­ción consiste simplemente en ayudar a cada cual a descubrir lo que Dios quiere de él y a realizarlo con alegría, sea lo que fuere; no pre­tendemos elegir mejor que el Señor. No tengamos la obsesión del número, aun cuando el de nuevos candidatos, al comienzo del curso, sea menor de lo que hubiésemos querido. Un sacerdote no debe que­rer tener a toda costa su seminarista, simplemente debe estar dis­puesto a ser un fiel instrumento para el discernimiento del destino de cada cual. Pienso en aquel muchacho de una gran obra parisina: el director de la obra estaba afligido porque nunca tenía vocaciones en su obra, y habla de la vocación a este 'muchacho que iba a partir al servicio militar: « ¿No te harías sacerdote?». Hizo bien. Bien dis­puesto, el muchacho aceptó hacer unos ejercicios con nosotros, no­sotros tratamos de hacerle ver claro, no decidimos nada, preferimos tomarnos un plazo para aclarar la cuestión. Volvió a vernos después del servicio militar, pero, en realidad, la perspectiva del sacerdocio no decía nada a este buen muchacho. Nosotros le dimos entera li­bertad para orientar su vida en otro sentido, pero su director espiritual le hizo notar demasiado su decepción al no querer ser sacerdote, y nosotros nos tuvimos que es­forzar por librar a este muchacho del temor de no haber quedado bien; el sacerdote estaba equivocado. Un año más tarde, otro mu­chacho de su obra, en el que jamás había pensado, vino a pedirle entrar en el seminario; está allí actualmente y yo creo que tiene vocación. Nosotros somos instrumentos., "Dejemos hacer a Dios", de­cía San Vicente de Paul. Este discernimiento hemos de hacerlo también durante los cursos del seminario. Dos ejemplos sacados de este año, dos muchachos va­liosos, que habían sido jocistas en sus respectivas regiones. El primero, a su vuelta del servicio militar, quiso realizar la idea de vocación misionera que había tenido desde la adolescencia; a pesar de los pru­dentes consejos que le ponían en guardia contra una especialización prematura, se dirigió a la orden religiosa cuyo film misional le había entusiasmado a los 16 años. La orden en cuestión le envía con dos o tres muchachos en su misma situación, al seminario menor. Allí no halla evidentemente su puesto y se decide, con el consejo de su consiliario y de acuerdo con su superior, a venir a Morsang; al cabo de un trimestre, allí descubre que su vocación misionera no era más que entusiasmo de adolescente, carente de fundamentos sólidos; al propio tiempo duda de toda vocación; nosotros le invitamos a no precipitar las cosas, le decimos todo lo que en él nos parece abrir una posibilidad a un sacerdocio muy rico, le recordamos cómo, cuan­do era militante, sentía la necesidad de sacerdotes; todo esto como elementos de reflexión, procurando que esto no le parezca ni una coacción ni un elemento de culpabilidad más tarde. Finalmente, des­pués de haber orado, reflexionado, trabajado durante meses, nos ha abandonado con paz y con confianza. Era uno de nuestros mejores aspirantes. Pero no somos nosotros, sino Dios, el dueño de su destino; no teníamos más que colaborar con él a la idea de Dios, no a la nuestra.

 

El segundo, habiendo atravesado en su segundo año de seminario un período difícil que le llevó a replantearse profundamente su orien­tación, vino a buscarme  preguntándome, si nosotros le veíamos mejor como sacerdote o como laico. Nuestra respuesta fue que, a pesar de sus dificultades, su comporta­miento y su influencia, tanto en el interior como en el exterior, nos parecía que seguían siendo verdaderamente buenos, que deseábamos que pudiese superar sus dificultades para pensar, con paz y tranqui­lidad, en el sacerdocio, en el cual nosotros creíamos que podía de­sempeñar un ministerio importante, y que por lo demás, le aconse­jábamos no decidir nada prematuramente, y tratar de acabar el año. Si le hubiese hablado de laicado, se hubiese marchado a los ocho días. Decepcionado de momento por mi respuesta, la aceptó. Creo que rogué mucho por él en aquellos momentos, pero no para que se hi­ciese sacerdote, sino para que hiciese realmente lo que Dios quería de él. Dos meses después vino de nuevo a verme, sereno, y me dijo que comenzaba a superar sus dificultades y que estaba dispuesto a continuar el año próximo si nosotros le aceptábamos; lo cual estaba fuera de duda.

He acabado esta larga exposición. Para resumir lo esencial, diré que lo que domina el conjunto, como cada uno de los detalles, incluso los detalles que quizás os han parecido consideraciones humanas, son un su­puesto de fe, la convicción de que es Dios quien da la vocación: cuando llama a un joven a su servicio en el sacerdocio, dispone para ello su corazón y le hace capaz de serlo. Nosotros no somos más que colaboradores suyos para iluminar y formar esta intención recta y estas aptitudes.

 

FIN

 

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