Discernimiento de las vocaciones (V).- Ruta
Fecha Friday, 13 February 2009
Tema 050. Proselitismo, vocación


Discernimiento de las vocaciones de adultos

 

Por jacques  delarue, Rector del Seminario de Vocaciones de adultos. París.

 

 

Las aptitudes.

 

Apertura de espíritu.

La apertura de espíritu requerida, implica a la vez la capacidad de realizar los estudios necesarios para el sacerdocio y esta forma de inteligencia práctica que permite en la vida comprender a los hombres y a las situaciones y ajustarse a ellas con adaptación.

Es muy raro que el elemento intelectual por sí sólo sea decisivo para juzgar una vocación; ciertamente sucede que se nos presenten individuos notoriamente insuficientes a este respecto, pero por lo ge­neral esta insuficiencia va unida a otras dificultades, y nos pronun­ciamos sobre un conjunto...



No obstante hemos de reconocer las dificultades concretas con que tropiezan buen número de nuestros jóvenes contemporáneos, orientados según las estructuras de un mundo técnico, para entrar en la cultura clásica y el marco escolástico que están en la base de la formación que la Iglesia da a sus sacerdotes. Esto nos invita a buscar la vía de un auténtico humanismo, que parta de lo que son, para hacerles llegar a un verdadero conocimiento del hombre, sin el cual la Iglesia no podría confiarles prudentemente el cuidado de las al­mas. Esta es la tarea propia de nuestros seminarios, pero cae fuera de nuestro tema de hoy

En lo que concierne a las aptitudes intelectuales, diré que la aptitud para realizar un mínimo de estudios requeridos por los seminarios, no es suficiente para ser sacerdote; es necesaria una cierta afición a la reflexión y al trabajo mental, sin lo cual el sacerdote que ejerce su ministerio caerá rápidamente en un grado de indigencia intelectual consternador, corriendo el riesgo de esterilizar en corto plazo su vida espi­ritual a la vez que su apostolado.

Es preciso pues formar o desarrollar en los jóvenes el amor a la lectura inteligente, a la reflexión tranquila y profunda, crear en ellos el hábito de tomar notas sobre un libro o sobre una exposición, de redactar con claridad y precisión la impresión que les ha produ­cido un acontecimiento o un intercambio de opiniones. Algunos, que tienen una verdadera vida intelectual «oral» en forma de círculos o reuniones en los movimientos en que participan, no saben exponer sus ideas más que cuando tienen en frente alguien con quien discu­tir; se sienten desarmados ante unas cuartillas, no saben realmente leer ni escribir; es necesario enseñarles para prepararles para el se­minario, y el seminario, por su parte, no deberá subestimar el valor pedagógico de estos intercambios y confrontaciones de ideas en una reflexión común de la que se alimentó hasta entonces la vida espiritual de de­terminadas personas.

La inteligencia en la dirección de la vida se manifiesta en el há­bito de pensar previamente la acción, en la capacidad de poner los medios elegidos en proporción con el fin perseguido, en la aptitud para juzgar a las personas y las situaciones en su perspectiva de conjunto y no parcialmente. Todos estos puntos, normalmente se pueden adquirir; si no se logran, hay que temer que las lagunas constatadas en la apertura de espiritu no se expliquen por una falta de formación anterior, si­no por una verdadera deficiencia. No es conveniente confiar el cuidado de las almas a personas de espíritu estrecho, limitado.

 

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