La segunda Prelatura Personal.- Gómez
Fecha Wednesday, 11 February 2009
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Leí en una noticia de prensa en Opuslibros que los sacerdotes anglicanos van a constituir la segunda prelatura personal de la Iglesia católica, lo que se anunciará oficialmente en la Pascua de este año.

Si eso es así, resultaría que la segunda prelatura va a estar compuesta por sacerdotes casados. Todo un contraste con la primera, en la que el celibato es lo más importante, lo que más hay que cuidar. Lo más más de lo más.

La historia de esta segunda prelatura personal es más o menos la siguiente, según mi memoria...  



En la década del 70, la Iglesia Episcopaliana, rama estadounidense de la Iglesia Anglicana, aprobó la ordenación de mujeres en el segundo grado del sacerdocio, el presbiterado. Ya había diaconisas, pero a las diaconisas nadie les paraba bolas. Muchos dicen que un diácono no es más que un laico que ayuda al cura, y no se dan cuenta de que el diácono está a un paso de ser presbítero, como un máster está a un paso de ser doctor (la distancia son 32 créditos).

Cuando se anunció esta decisión, muchos sacerdotes episcopalianos dijeron “¡esto es una catástrofe! ¡Esto se acabó! ¡No nos queda más remedio que irnos para la Iglesia Católica, que no permite la ordenación de mujeres!”

Entonces, comenzó un movimiento fuerte, encabezado por los reverendos Párker y Low, de sacerdotes episcopalianos que pidieron su paso a la Iglesia Católica. Se constituyó en Boston una oficina para atender a los interesados en dar este paso. Se tramitó la solicitud por medio de la Conferencia Episcopal. El mismísimo obispo O’Connor, de Nueva York, presentó la solicitud al Vaticano.

El papa Juan Pablo II no tuvo que pensarse mucho la respuesta,  pues ya había antecedentes. Pío XII había admitido en la década del 50 a algunos sacerdotes luteranos de Alemania, a los que les permitió ejercer su sacerdocio y mantener su matrimonio. Les aplicó el Derecho de la Iglesia Católica de Oriente, donde diáconos y presbíteros no están obligados al celibato.

En los 90, la Iglesia Anglicana tomó la misma decisión, y ordenó a las primeras presbíteras. La reacción de algunos clérigos anglicanos, incluido el ex obispo de Londres, Graham Douglas Leonard, fue también la de pasarse al catolicismo. Todos ellos ya han sido admitidos por el Vaticano. Son sacerdotes católicos casados. Una verdadera novedad en la historia reciente de la Iglesia.

La cuestión jurídica es más bien simple.

El sacramento del orden imprime carácter, de donde un sacerdote nunca deja de serlo, caiga quien caiga. Enrique VIII se separó de Roma, constituyó la Iglesia Anglicana y permitió que lo sacerdotes se casaran. Estos sacerdotes seguían siendo sacerdotes legítimos, aunque no fueran reconocidos por el Papa.

A quienes se ordenaron en los siglos posteriores les entró la duda de si tendrían la apostolicidad o no (recuérdese que las señales de la verdadera Iglesia son: Una, Santa, Católica y Apostólica). La apostolicidad consiste en que cada sacerdote que hay en el mundo venga directamente de uno de los Doce Apóstoles, teniendo en cuenta qué obispo lo ordenó. Para eliminar esa duda, los sacerdotes anglicanos se hicieron ordenar sub conditione por un obispo católico de rueda libre. Por eso, el clero anglicano y episcopaliano es tan clero como el católico.

En cuanto al celibato, del que están eximidos los sacerdotes anglicanos, el asunto es más sencillo aún. Teológicamente está más que demostrado que el tal celibato es un embeleco del pietismo del clero latino. Nunca se ha vivido a cabalidad. Los apóstoles no eran célibes, salvo Juan. San Pablo insistió en las ventajas de no casarse, pero él era casado. En el siglo IV se estableció como obligatorio para el clero latino, pero el clero oriental siguió exento, y con el tiempo el clero latino se relajó. Trento, siglo XV, tuvo que reorganizar la casa, imponiendo al clero una disciplina parecida a la de los monjes, de donde surgieron los seminarios conciliares, como copia de los monasterios. Quien haya leído los libros de Pepe Rodríguez ya tiene una idea de hasta qué punto vive hoy el clero la ley celibataria.

Lo que está claro es que el celibato no es ninguna condición esencial al sacerdocio. Por eso, los papas, desde Pío XII hasta Benedicto XVI, no han visto ningún inconveniente en que estos conversos anglicanos y episcopalianos sigan con su matrimonio y con su sacerdocio vigentes. Otra cosa es que los someta a un caprichoso calvario de dos años, en los que deben estudiar lo que ya habían estudiado y “reordenarse”, además de dejar claro que no se pasan a la Iglesia de Roma por la simple razón de que en ella no hay clero femenino (no sea que cuando lo haya, les dé por emigrar quién sabe a dónde). Eso de la reordenación es tan inoficioso como bautizar a un niño por segunda vez, porque la primera estuvo a cargo de la partera o del médico que lo recibió. El primero es el que vale.

Así las cosas, estamos ante la constitución de una segunda prelatura personal en la que los sacerdotes miembros tienen mujer e hijos. Un fuerte contraste, si se tiene en cuenta que para los miembros de la primera ni siquiera pueden tener en la memoria del teléfono móvil el número de una mujer, así se trate de una anciana a punto de morir. 

Gómez







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