Querida Mari paz

Leo hoy viernes 30 de enero la noticia de la muerte de tu madre. Podría decirte muchas cosas, porque cuando uno no ha vivido un acontecimiento de tal magnitud, suele presentar sus condolencias con frases adecuadas para el momento. No son mal intencionadas ni mucho menos, porque son expresadas con el corazón y acompañando en el dolor que embarga la perdida de un ser querido y más aún, si se trata de la madre.

En mi caso vengo a decirte que te acompaño en ese dolor que sé exactamente cual es y lo que se siente. Son momentos en que un mundo termina, donde te das cuenta lo que realmente vale en la vida y que eso que es lo más grande en la vida se va, parte primero, se adelanta en el camino para llegar a la última morada.

Cuando me sucedió a mi el año pasado, aún con el dolor por la perdida irreparable de mi madre, di gracias a Dios que pude manifestar ese dolor, vivirlo, sentirlo, expresarlo sin tapujos, sin sentirme que no tenía presencia de Dios por verter una lágrima ante el féretro de mi madre. Di gracias a Dios porque nadie vino a mí a decirme “te encomiendo”, dejando con esa frase todo resuelto y sin tan siquiera transmitir el más mínimo sentimiento de solidaridad. Di gracias a Dios porque pude estar con mi madre libre de ataduras tontas, de separaciones abyectas, de considerarla como parte de mi familia de sangre a la cual no debía demostrar el más mínimo signo de apegamiento.

Por eso te digo amiga, que junto con el dolor que vives, des gracias a Dios porque seguro ella está en el cielo, asimismo porque pudiste dedicarte a ella en los últimos momentos de su vida y porque ahora más que nunca, sin historias de “lazos más fuertes que la sangre”, puedo asegurarte que desde los cuatro puntos cardinales del planeta, te acompañamos en este momento.

Recibe un fortísimo abrazo de mi parte y que sepas que no estás sola. Tu madre está en el cielo y nosotros estamos acá, haciéndonos compañía en este camino de la vida.

Ángel V.