La oveja negra no sabía que era negra, ella pensaba de sí misma que era blanca como las demás. Sin embargo pronto se dio cuenta que había una manera de tratarla que la distinguía de las demás. El pastor la miraba distinto a ella. Ella sabía que en el redil cada cual tenía su personalidad y su peculiar manera de ser que sería respetada por todos. Había aprendido a comportarse de manera natural, tal como era ella, pero pronto se dio cuenta que sus gustos no coincidían con los de la mayoría y que su actuación daba tema para que las otras ovejas hablaran con el pastor.

Pasaron los años, años felices porque ella tenía un Amor, y había a prendido a encauzar sus sufrimientos hacia el Amor.

Y siguieron pasando los años, la oveja negra ya no era tan jovencita, había desarrollado su capacidad de discernimiento, su personalidad al igual que su Amor se había afianzado, y estando así llegó a la adultez.

Un buen día se preguntó, ¿Qué ha pasado en el redil? Muchas ovejas habían cambiado y los pastores eran diferentes a los de antes. Sin embargo la ovejita negra seguía queriendo su redil, no me separaría de él nunca, pensó. Pero, ¿qué hacer?, intentaría una vez más hablar con el pastor, lo hizo y una vez más no obtuvo respuesta. Se sintió dejada, dolida, el redil había dejado de ser su cobijo, se sintió extraña, no tenía voz para hablar y no había oídos que la escuchasen.

Ella siguió su vida, dentro del redil siempre; como todas, se dedicó con mucho empeño a su trabajo profesional pero en todo lo demás se sentía distinta a las otras ovejas. Ella percibía algo que no veía con claridad, nadie le dijo algo que pudiera aclarar la nebulosa en la que estaba viviendo. Y el pastor inmediato y los demás pastores seguían sus vidas, seguramente tendrían muchos asuntos para solucionar y lo que a ella le pasaba no era tema importante.

Calandria

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