Sobre la fe-en-espera.- Isherwood
Fecha Monday, 08 December 2008
Tema 900. Sin clasificar


Amigos todos:

No he sido nunca miembro del Opus Dei, pero me acerqué hace poco a esta página porque me han estado invitando a sus retiros, además de que tengo buenos amigos en la Obra. La página me ha llamado mucho la atención y creo que es un loable esfuerzo por ayudarse y apoyarse en la situación en la que han quedado después de su tránsito por la mencionada institución. A mí, particularmente, me ha servido para ver la otra cara de lo que me han mostrado en esas actividades y para confirmar las cosas que he intuido y que no me han gustado de mi muy fugaz contacto con el Opus Dei.

Soy un católico practicante y he estado fuertemente vinculado a diversas organizaciones eclesiásticas durante toda mi vida. Hoy en día no pertenezco a ninguna, aunque mantengo relaciones de mucha cercanía con algunas congregaciones e iniciativas religiosas. Con el correr de los años, sin embargo, he ido procesando críticamente mi propia y personal postura sobre ciertos asuntos del Magisterio de la Iglesia, y he llegado a una visión bastante diferenciada sobre ciertos temas. Pero no se trata aquí de hablar de mí, sino de compartir algunas ideas que quizás puedan ayudar a alguno de ustedes...

El artículo de Heraldo sobre la "fe-en-espera" me ha parecido sumamente interesante. Yo agregaría que, en realidad, muchos católicos hoy en día vivimos en situación de "fe-en-espera", aunque no hayamos pasado por ninguna experiencia traumática en alguna congregación o prelatura. ¿En espera de qué? Quizás de una Iglesia más evangélica y menos juridicista, más despojada de normas y más empeñada en seguir a su Maestro. Digo esto porque en el artículo de Heraldo se plantea la situación de espera como un mantenerse al margen de la vida sacramental a causa de lo que se llama "situaciones irregulares", por ejemplo, la de los divorciados vueltos a casar o la de las personas gays que viven en pareja. Yo personalmente diría que hay mucha tela que cortar en la posición del Magisterio sobre estos temas, que son complejos, ciertamente.

Aunque entiendo los valores que el Magisterio quiere defender, me parece que la visión vaticana está un poco obnubilada por un excesivo juridicismo, que es muy propia de la Iglesia de Occidente. Entiendo también que, si la conciencia moral de una persona se ha formado en estructuras como las del Opus Dei, que hacen hincapié, por lo que he visto, en equiparar la vida religiosa con el cumplimiento al "pie de la letra" de la normativa, resultará difícil no experimentar muchas dificultades a la hora de abandonar esa noción al verse envueltos en situaciones vitales que no "cuadran" muy bien con el esquematismo y la aparente claridad meridiana de las normas. En esos casos, creo que hay que tener mucha paciencia consigo mismo y buscar ayuda en otras personas que hayan recorrido un camino similar.

Lo que quiero decir es que la "espera" de la fe puede que no sea simplemente la de aguardar un posible "retorno" a una "situación regular". Puede ser, y de hecho es así hoy en día en muchísimos casos, que la maduración interior del mensaje cristiano lleve a estas personas a retomar la vida sacramental, en conciencia, sin que se "levante" la "situación irregular". Y esto no por capricho, sino porque después de un largo discernimiento la persona descubre que la regla de medida de su eticidad no coincide con la normativa eclesiástica, sino con la asunción personal, meditada y orada, de una manera de valorar su actuar que va más allá de lo que cabe en los estrechos límites de la norma.

Yo creo que eso es justamente lo que enseñan los evangelios: que la medida de nuestro actuar no son las normas religiosas, sino el amor. A mi siempre me ha escandalizado mucho que se le niegue el acceso a la comunión a personas divorciadas vueltas a casar. O a los gays que viven en pareja. ¿Quién puede juzgar la conciencia de esas personas? En ambos casos creo que es perfectamente posible -y conozco mucha gente en ambas situaciones- que vivan sus relaciones humanas de una manera perfectamente ética. Y aquellas que no lo hagan, responden, a fin de cuentas, ante Dios. Si uno contempla al Jesús de los evangelios, uno no se encuentra con un clérigo que le pone condiciones a la gente para acercarse a él, sino que, por el contrario, lo vemos venir hacia las personas más "irregulares" para invitarlas a comer con él sin ponerles condiciones. ¿O es que ustedes se imaginan a Jesús negándole su pan a alguien? Resulta incluso que, por ejemplo, la argumentación eclesiástica acerca del estado de pecado de la convivencia de dos personas gays o de la de un divorciado vuelto a casar es vista por muchos, entre los que me cuento, como muy débil. En conciencia, muchas personas gays, por sólo mencionar un caso, no consideran que vivan en "estado de pecado" por el hecho de vivir en una relación que, por lo demás, cumple con todas los extremos de fidelidad y compromiso de la que es susceptible cualquier relación de pareja, sea ésta hétero u homosexual. En ese caso, no creo que tenga ningún sentido no acercarse a comulgar. No hacerlo, por el contrario, implicaría una tremenda falta de fe. Porque si una persona en esa situación tiene su conciencia limpia y vive su relación éticamente, no tiene por qué tener miedo a Cristo. Donde hay fe y amor, no cabe el miedo. Las personas que conozco que viven en "situación irregular" y, sin embargo, llevan una vida sacramental normal, después de muchas dificultades, coinciden en decirte que que el amor que han encontrado los ha liberado del miedo y lo experimentan como un don de Dios. Si no se acercaran a comulgar, significaría que, en el fondo, no tienen fe en que el Señor los acoge incondicionalmente, lo que es igual a no tener fe en absoluto, y en el fondo, a hablar mal de Dios, a "mal-decirlo", al imaginarlo como un jurista presto a castigar al infractor. Eso, por cierto, es lo que Dios le recrimina a los presuntos "amigos" de Job: que desde su postura legalista y retribucionista -"farisea" diríamos desde el Evangelio-, no dicen la verdad sobre Dios, mientras que Job, al insistir tercamente en la rectitud de su conciencia -aún cuando su situación contradice toda lógica retributiva y legalista- no ha hecho sino decir la verdad sobre Dios, hablando bien de él, "ben-diciéndole" (Job 42, 7-8).

La fe no es simplemente creer a pies juntillas en lo que emana del Vaticano, sino abrirse al amor de Dios, que siempre lo recibe a un incondicionalmente. Por eso, la fe-en-espera no puede limitarse a ser espera de estar de nuevo en armonía con las normas religiosas, sino a ser espera de que la experiencia del amor de Dios despunte de nuevo en el fondo de uno mismo o lo sorprenda a uno en el rostro concreto de los otros que se cruzan en nuestra vida. No significa esto que no haya "situaciones irregulares", sino que el pecado quizás no esté donde lo pone la norma, sino en otra parte, en la manera de vivir una relación. No es el ser gay o vuelto a casar lo que es susceptible de ser pecado o no, sino si, siendo así como se es, no se ama al prójimo. La fidelidad y el compromiso no tienen sexo ni estado civil. Como dijo San Juan de la Cruz, al atardecer de nuestra vida nos juzgarán en el amor, no en el cumplimiento del Derecho Canónico.

Saludos y mis mejores deseos para todos en su esfuerzo por vivir una vida nueva,

Isherwood





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