Deseo tomar el testigo del debate relanzado por Heraldo, aportando sólo un breve testimonio personal. Desde mi salida de la obra, y como reacción a lo vivido, abomino aleccionar, inclusive a la obra, para no volver a sentirme superior a los demás.

Yo volví a la misa dominical no por fe ni por moral, sino al principio por lo que era decencia a mis ojos : me daba vergüenza abandonar una nave maltrecha, la Iglesia por supuesto, y a la que había dedicado tantos años de mi vida.

Me parece ahora que una de las deformaciones recibidas es priorizar y enaltecer la fe, en su dimensión esquemática de sana y sólida doctrina. Para mí, el itinerario cristiano empieza en la caridad "que no pasa" y sigue por la esperanza ; luego desemboca, si Dios nos da su gracia, en la fe, pero en su realidad plena, también como fe-confianza y no sólo como fe-credo, o sea un poco la "fe en espera" de la que habla Jacinto Choza. No se trata de cosas originales ni sublimes sino de lo que oigo por la parroquia de al lado.

Lo mismo se puede decir del apostolado: creo que a los fieles cristianos se nos pide sobre todo testimonio de amor fraterno, solidaridad, misericordia (esto, lo podemos hacer todos), esperanza (de ser posible); y en lo relativo a la fe, sólo si se nos pide y la tenemos. Me remito a la carta de San Pedro que invita al cristiano a "dar razón" ante los demás no de la fe sino de la esperanza.

No es que desprecie "la sana doctrina" de San Pablo pero para eso están los ministerios del Papa y de los obispos: veo una peligrosa deformación en que laicos más o menos bien formados (como fue mi caso) se consideren casi depositarios de la infallibilidad.

Moraleja: se nos pide uncir el carro de la fe al buey de la caridad, y no lo contrario.

Espero no haberos robado demasiado tiempo,

Con mis deseos de felicidad para todos,

Curial