Entiendo Ana que la afirmación «no somos tan importantes, así como el Opus Dei tampoco es tan importante» fue como una escena de alto voltaje sin previa advertencia. Reconozco que me faltó aclarar un poco el contexto. Cuando afirmé eso, no lo dije por cuenta mía (moralmente) sino desde el punto de vista de quienes manejan estadísticas y gobiernan. Ya me gustaría que la realidad fuera todo lo contrario.

Creo que no somos importantes para las autoridades de la Santa Sede. O tal vez, la Santa Sede prefiere no darle la importancia que merece el fraude Opus Dei.

Triste realidad, pero no veo signos en sentido contrario. Ni en mi experiencia personal ni en la de ninguna otra persona que haya padecido al Opus Dei. Del mismo modo que ha sucedido con el caso Maciel. Se resolvió políticamente, pero las víctimas quedaron en el olvido (cfr. escrito de Socrates).

Heraldo, planteas como suficiente desarticular las prácticas perversas. Sería suficiente si la Santa Sede interviniera en el asunto externamente, como la policía lo hace frente a un hecho criminal en el cual no tiene nada que ver. Pero la Santa Sede no es ajena a todo lo sucedido, está involucrada hasta los tuétanos y no puede rehuir a su responsabilidad, ni siquiera respaldándose en la inmunidad que le da la infalibilidad. Es un claro caso para  «Asuntos Internos», más que para la policía, a secas.

El problema para mí no es que Escrivá sea santo hoy –esto se puede explicar de muchas maneras, una es la Misericordia de Dios- sino la forma en que ese proceso dio a lugar. Con reformar hacia adelante no es suficiente. Hay mucho que aclarar, antes de seguir adelante. De lo contrario uno sigue en la Iglesia por miedo (a las consecuencias de no estar dentro de ella). Esa es la sensación que me queda luego de leer el último párrafo de tu correo. Y si el miedo es la razón principal, prefiero no quedarme.

Me gustó el escrito de Austral.

Saludos,
E.B.E.